Memorias de un ludópata

Te puede fallar tu amor, tu trabajo, la salud, estar en otro país que no es el tuyo, pero hay una cosa que nunca te va a fallar.

10 de Diciembre.- En los últimos días estoy enganchado a Open, las memorias de André Agassi, el tenista. Confieso que, cuando empecé el libro, era sumamente escéptico a propósito del tema. El tenis me interesa menos dos y de André Agassi no sabía nada hasta hace dos días. Nada personal, me refiero.

Y sin embargo, Open es un libro que te agarra por las solapas y te lleva a su terreno, que te recuerda el porqué te gusta tanto leer. No tengo demasiado claro si el libro lo ha escrito el propio Agassi de su puño y letra (naturalmente, si lo hubiera escrito un negro el nombre del negro permanecería para siempre en la sombra) pero lo haya escrito quien lo haya escrito, está claro que lo ha hecho una persona que es, asimismo un lector compulsivo, un lector que aprecia el placer que puede proporcionar una página bien armada, una imagen que, de forma eficaz, es como una bala de plata disparada al corazón de la memoria.

Pensando en por qué me gusta tanto Open, aparte, naturalmente, de que lo que cuenta es interesante, me he dado cuenta de que los lectores, los lectores compulsivos, los lectores adictos, como uno mismo, los que leen en cualquier circunstancia, con cualquier tiempo, aquellas personas para las que, como uno, podrían vivir sin casi todo, pero no sin libros, somos como ludópatas, como drogadictos, como los vampiros de Entrevista con el ídem („te voy a dar una oportunidad que a mí no me dieron“, que decía Lestat). Aunque nuestra afición vaya por los libros malos (yo qué sé, hay gente enganchadísima a las novelas de Corín Tellado o a los libros de Paulo Coelho), siempre hay una experiencia primigenia, una puerta que de pronto de abre, en algún momento de la infancia, quizá con un libro espantoso, un placer culpable (¿Los libros de Los Cinco?) un momento de luz y revelación en donde uno descubre que leyendo no se está nunca solo, que te puede fallar todo, tu amor, tu trabajo, la salud, pero que los personajes de tinta, esos a los que, a veces, se llega a querer más que a las personas, siempre van a estar ahí cuando los necesites. La experiencia es tan brutal que, no importa los años que pasen, cada vez que uno abre un libro está intentando repetirla. Como el ludópata que intenta encadenar las tres cerezas en la casilla de la máquina tragaperras.

Por cierto, es una cosa que quien no lee así no puede entender, por mucho que se lo expliquen.

Pensando en Open, descubrí que también me gusta porque es, sobre todo, el recuento, la historia de una soledad, de una soledad inmensa. Open es el mapa de una herida irrestañable (o restañable solamente con los libros).

Cuando yo me vine a vivir a Viena, sentí esa misma soledad, y quizá por eso también Open me está llegando tanto. También porque también descubrí pronto (con la edad que tiene mi sobrina ahora) que los lectores vivimos, necesariamente, en un mundo de no lectores y que cuanto más lee uno, más se aleja uno de sus contemporáneos y más crece ese foso entre uno y los otros (naturalmente, hasta que llega a la vida otro lector, y entonces uno sabe que ha dado, como dicen los ingleses, con un pájaro del mismo plumaje que uno).

Cuando me vine a vivir a Viena, en el primer viaje, me perdieron una de las dos maletas con las que vine. No apareció jamás y, como suele suceder en estos casos, la compañía aérea me dio una miseria por las cosas perdidas. Ropa, principalmente, discos. Sin embargo, dentro del fastidio, yo me alegré infinitamente de que la maleta perdida no fuera aquella en la que me había traido los libros que más quiero (tuve que pagar sobrepeso, por cierto).

Aún hoy, Sinhué el Egipcio me sigue consolando de mis males, y el emperador Claudio me sigue hablando del poder y en las noches de viento, y nieve, sigo abriendo La Regenta de Clarín por cualquier sitio y ahí está ahí está viendo pasar el tiempo. Y El Abrecartas, de Molina Foix, sigue enterneciéndome como siempre, porque la biografía de un lector se mide por los libros que le apasionan.

Hoy, caminando por la Lobau, entre los árboles tronchados, he hablado con mi sobrina por teléfono y aunque no me ha dicho nada, sé que también con ella podré hablar pronto de libros y que ella también es de esa clase de gente que ya ha descubierto el bálsamo de Fierabrás que cura hasta los roces y los arañazos en el alma que produce una experiencia como la emigración. Sé que algún día podré recomendarle Open.


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