Quitame allá esas pajas

Desde el 7 de Noviembre pasado Peter Pilz está en su casa comiéndose las uñas hasta la raíz. Ahora, por lo visto, planea volver.

13 de Enero.- Quizá mis lectores recuerden que, hace algunos años, en un incidente que parecía ser la versión porno (chusquete, además) del personaje que, normalmente, hace en el cine, Hugh Grant fue detenido mientras una trabajadora del sexo ejecutaba para él un solo de flauta de bartolo en unos baños públicos.

Fue lo que hoy, con ese eufemismo que se ha puesto tan de moda, se hubiera llamado „conducta sexual inapropiada“ (el ama de Ana Ozores, la protagonista de La Regenta, cuando su retorcida fantasía imaginaba que la niña se había entregado a la lujuria y a una precocidad que, en la época, se consideraba monstruosa, la llamaba „improper“, o sea, „inapropiada“, „impropia“).

Todo el mundo pensó que la carrera del cómico británico quedaría arruinada para siempre, particularmente en los Estados Unidos, país que, como se sabe, no es que sea un paraíso de liberalismo (y ahora, aún peor, porque todo el mundo anda sospechando de todo el mundo que tiene ideas guarrindongas entre las cejas, lo cual, se mire por donde se mire, es de pésimo gusto).

En fin: en un esfuerzo por levantar su carrera en horas bajas, Hugh Grant (qué remedio le quedaba) se entregó a lo que, en España, se llama „hacer los platós“, más que nada para que la gente americana volviera a verle como un ser humano y no como un monstruo de lujuria.

Mi parte preferida de esta historia y la que, de verdad, demuestra a mi juicio la positiva diferencia que existe (por una vez a nuestro favor) entre ambos lados del Atlántico es la siguiente: para los americanos, el llamémosle tropiezo de Hugh Grant solo podía deberse a un trastorno de la personalidad o cosa semejante. Y, naturalmente, un trastorno de la personalidad, es una enfermedad. En un momento dado, quizá en la entrevista „por-Dios-mundo-perdóname-por-este-mal-paso“ número ciento cincuenta y cinco, una periodista americana le preguntó a Hugh Grant, con el mismo tono que la madre Teresa debía de usar para recomendarle a los leprosos de Calcuta que llevaran las pústulas con paciencia, lo siguiente:

-Señor Grant, dígame: después de lo sucedido ¿Está haciendo usted terapia?

Hugh Grant la miró, con esa boca abierta suya, tan habsbúrgica, y esa cara de pez recién sacado del Cantábrico que Dios le ha dado, y le dijo algo como:

-Naturalmente que no. En Europa, en estos casos, leemos novelas.

Una manera tan elegante como otra de recordarle a la entrevistadora que hay maneras más y menos elegantes de llevar los sinsabores que nos produce el paso por este valle de lágrimas.

Me acordaba yo de esto leyendo ayer un artículo en el que se indicaba que Peter Pilz, que fue retirado de la circulación por algo que, hasta ahora, y hablando de manera estrictamente penal es un quítame allá esas pajas (con perdón, y sin querer aludir para nada a Michael Douglas ni a James Franco) quiere volver a la arena.

Era fácil de predecir, por otro lado.

Por lo que parece, a Peter Pilz solo hay dos cosas que le gusten: por una parte, las señoras y por el otro la política. Pasiones ambas en su caso que, se conoce, le embravecen el curso del torrente sanguíneo más de lo prudente y le impiden a ratos pensar con claridad.

A cualquiera que haya examinado con algo de atención a Peter Pilz no se le escapaba que, cuando anunció su retirada, la política hubiera podido decirle a Peter Pilz lo que Serrat le decía al Mediterráneo (o sea, te vas pensando en volver).

Desde que se retiró, parece ser que Peter Pilz vive en un ay (suele pasarle a la gente que cree que es insustituible y, a diferencia de Hugh Grant, no lee novelas que le permitan caer del guindo) porque en el Parlamento hay una lista que lleva su nombre pero que él no puede encabezar. Seguramente, mientras está mirando los toros desde la barrera, Peter Pilz fantasía con los golpes de esgrima verbal que podría intercambiar con Strakurz y le debe de chinchar mucho el no poder intercambiarlos.

La vuelta de Pilz a la arena pública no será inmediata, claro. Parece ser que está planeada para la primavera. Por lo visto, Pilz quiere cambiar el nombre al partido (quizá para asegurarse de que, si a él le pasara algo, la cosa no acabe en agua de borrajas como lo de Frank -“Freenk“-Stronach) y quiere también fortalecerse en ese papel de „desfacedor de entuertos“ y „descubridor de tramas“ que tantos réditos electorales le proporcionó cuando aún estaba en los verdes. Para esto, se encuentra pergeñando una plataforma de internet que permita a los ciudadanos anónimos denunciar lo que consideren oportuno.

Todo lo cual, por cierto, no tiene demasiado aspecto de una terapia. Hugh Grant estaría orgulloso de Peter Pilz (si supiera quién es, claro).


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