Vasos (in)comunicantes

Cuando tus vecinos han dicho de ti que eres una cosa que empieza por na y termina por zi es que no te quieren mucho. Otra cosa, claro, es que a ti te chupe un pie o no.

FE DE ERRATAS: quisiera completar algunas informaciones que salieron en el post dedicado a mi participación en el coloquio del grupo Amigos del Español. Contenía dos inexactitudes: la primera, la invitación no provino solo de la embajada mexicana (craso error) sino que fue cursada conjuntamente por las legaciones españolas y mexicanas ante la ONU. Y, en segundo lugar, el Excmo. Sr. Gonzalo de Salazar, es embajador de España, naturalmente, pero ante las Naciones Unidas.

30 de Enero.- Hace millones de años, lo que hoy es el Estrecho de Gibraltar era una pared de piedra que separaba el oceano Atlántico de un valle en el que campaban a sus anchas los animalicos (los animalicos terrestres, naturalmente).

Poco a poco, a lo largo de miles de meses sin nombre y de siglos que no marcó ningún acontecimiento del que los humanos fueran parte sustancial, la pared de piedra se fue erosionando hasta que el océano abrió una brecha y la mar, incontenible, se precipitó a la conquista de lo que hasta entonces había sido un valle tranquilo, de manera que se hizo verdad el verso de aquella canción infantil que dice que por el monte corren las sardinas (tralará).

Fue una cuestión de física elemental, claro. El principio de los vasos comunicantes.

Desgraciadamente, no sucede así en los asuntos de las personas. Es fácil hacer el experimento: por mucho que yo, que soy un ciudadano de poder adquisitivo modesto, me siente al lado de un millonetis (es más: aunque me sentara en sus rodillas) mi cuenta corriente no experimentaría una inundación de divisas y bitcoins. Del mismo modo, ya podemos tener cien años a Trump sentado al lado de una persona inteligente, que él no va a dejar de decir esas tonterías etílicas que constituyen la columna vertebral de su discurso.

Y lo que vale para las personas, claro, también vale para los países. Entre los niveles económicos de Austria y de Hungría hay un abismo, casi tan hondo como el que separaba la depresión que hoy es el Mediterráneo de su mamá, la mar océana. Y esta diferencia en lo económico es, en mi opinión, la principal responsable de que la política húngara sea toda ella una pura distorsión y, asímismo, de la desconfianza que preside las relaciones entre los dos países fronteros.

Desde que yo tengo memoria, entre Austria y Hungría las ha habido de todos los colores. Los austriacos (ricos) ven a Viktor Orban como a alguien primtivio, esquemático y brutal rayando en el parafascismo (y sin rayar: de hecho, Werner Faymann, en uno de esos arranques que dan ganas de gritar „por qué no te callas“, dijo que Orban era una cosa muy fea que empieza por na y termina por zi). Probablemente Orban, que llegó por edad a limpiarse el porompompero con el áspero papel higiénico fabricado en la URSS y que, por lo mismo, no está acostumbrado a finuras piense, como todos los pobres pensamos de los ricos que, a fuerza de vivir bien, están „amariconaos“.

La Europa rica, la Austria rica, ha mandado al desván de los trastos todos los chocolates que a Viktor Orban le ponen a mil.

En Austria, la religión (la católica en particular) y esa ferralla de „la cultura occidental“ suenan como cuando nosotros escuchamos a alguien decir „las antiguas pesetas“ o llamar a internet „las nuevas tecnologías“. Sabemos que quien lo ha dicho es una persona cuya andropausia está próxima.

La prueba de esto es que, para reflotar un partido que fue cristiano y que fue católico, Sebastian Kurz ha tenido que poner el marcador a cero y dejar las cruces para adorno. Orban en cambio apoya toda su alergia a la cultura en un nacionalismo más simple que el mecanismo de un cubo (y para muchos de sus compatriotas, igual de efectivo) y el apoyo de ese ala de la Iglesia a la que el Papa Paco le parece un moderno que está jugando al aprendiz de brujo.

En Austria, el único valedor que Orban tiene (se sospecha que Putin tenga algo que ver) es la ultraderecha del FPÖ. Strache mismo se lamentaba el otro día, lo recordarán mis lectores, de no tener mayoría suficiente para dejar Austria lo más „orbanizada“ posible (espero que no veamos nunca el día). Lo que él no sabe es que a Orban Strache probablemente le parecerá un jipi.

Hoy, Viktor Orban se ha acercado a ver a Sebastian Kurz y probablemente, cuando las cámaras hayan dejado de grabar, se haya montado una de esas escenas que eran tan del gusto de los novelistas antiguos, de cuando el mundo era agrícola. A saber: el terrateniente viejo y ladino que va a ver al heredero de la finca de al lado dispuesto, por un lado, a comprobar que es tan tonto como él se lo imagina y por otro lado, a sacarle hasta la camisa.

Temas candentes hay sobre la mesa: a pocos kilómetros en línea recta de Viena hay una central nuclear que se cae a cachos y que el día menos pensado nos va a dar un susto (y de los gordos, además). Por otro lado, la pretensión de Austria, que no ha cambiado aunque un ultraderechista sea el Ministro competente, de que en Europa los refugiados se repartan entre todos y, por último, la pretensión del Gobierno austriaco (que según las últimas noticias es ilegal e impracticable, de acuerdo con la legislación comunitaria) de recortar la ayuda familiar a aquellos trabajadores (en su mayor parte, trabajadoras) que tengan a sus niños viviendo fuera del país.

Quién sabe, igual si se sientan mucho rato el uno al lado del otro, a lo mejor se equilibren sus pareceres.

No parece probable.

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La semana pasada tuvimos un pequeño problema de sonido, pero ya lo hemos solucionado. Esta semana 360 around Vienna te lleva al rastrillo más famoso de Viena, el del Naschmarkt. Pero, es más: en el vídeo hay escondido un pequeño gazapo ¿A que no sabes cuál es? Déjanos la respuesta en Facebook o en los comentarios 🙂


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