Tan lejos, tan cerca

El enfrentamiento entre Armin Wolf y HC Strache va más allá de la mera política y es la metáfora perfecta de la condición humana en el siglo XXI.

15 de Febrero.- Una de las mejores definiciones de las raíces profundas del conflicto desatado entre el partido derécher y la cadena pública austriaca -conflicto que aún colea y que, me temo, coleará mucho tiempo todavía- la ha dado hoy una comentarista de un periódico austriaco. Más allá del mero cálculo partidista, que en este caso no es despreciable, la comentarista ha venido a decir que, en realidad, de lo que se trata es de un enfrentamiento entre dos maneras de estar en la vida.

De un lado, el periodismo de calidad cuyo representante es Armin Wolf. El periodismo de calidad busca, sobre todo, desentrañar la complejidad de un mundo en perpetuo movimiento. Explicarse las cosas, sin tener miedo a lo complicadas que puedan ser. Afrontar así la complejidad del mundo conlleva no solo estar en posesión de las herramientas intelectuales necesarias para poder procesarla y digerirla, sino también aceptar que, en el mundo, no todo son blancos y negros y que, si se quiere ser justo (o sea, decente) es preciso ir despacito y con buena letra. Naturalmente, proceder así es poco espectacular y la mayoría de las veces es frustrante, porque la realidad no se puede reducir a un titular en Facebook o a una flatulencia en Twitter.

En cambio, el discurso del partido derécher está construido sobre la inmediatez y sobre categorías absolutas y, por lo mismo, sobre la simplificación de la realidad. Simplificación que solo puede ser grosera.

Cualquiera que se ponga las gáfas derécher de ver el mundo, verá a cada uno en su cajoncito. „Los extranjeros“, „Los refugiados“, „Los homosexuales“, „Las mujeres“, „Los progresistas“, y por ahí todo seguido. A cada uno de los componentes de estos grupos se les asignarán las correspondientes características que son, por así decirlo, congénitas y, con ellas, un papel de malo o de bueno en una dramaturgia que, repetida hasta la saciedad, busca convertir los prejuicios en verdades absolutas.

Partiendo de estas bases, cae por su peso que entre las dos partes enfrentadas solo puede caber la hostilidad y el desprecio (unas veces más disimulado que otras). Los que ocupan el escalafón cultural superior consideran a los otros personas primitivas y sin criterio (llegados a este punto no podemos dejar de advertir que el vicecanciller tiene una formación académica bastante magra mientras que Armin Wolf, si la memoria no me falla, es autor de una tesis doctoral, o sea, que si trasponemos sus respectivos currículos al campo del fitness, el vicecanciller sería un tipo bastante esmirriadillo -tipo servidora- y Armin Wolf sería Mister Olympia).

Vista la cosa desde abajo, osea, desde el partido derécher, a la incapacidad de comprender por qué hay que enredar las cosas si el mundo, en el fondo, es tan fácil, se une el rencor que el crío menos dotado siente siempre hacia su condiscípulo que saca muchos dieces -en Austria se sacan unos, pero bueno-. Es el rencor sordo del que sabe que se está perdiendo algo que hace la experiencia de la vida mucho más rica, más interesante y, por lo tanto, más digna de ser vivida. Una cosa inalcanzable por los propios medios, con la que se nace o no (ya se sabe que lo que Natura no da, Salamanca no lo presta).

Como un mundo que no opusiera límites a la fuerza bondadosa de lo razonable sería probablemente bastante aburrido, el buen Dios, que como es sabido entretiene sus ocios eternos en observarnos y que la mayor parte de las veces gasta un sentido del humor que tira a lo siniestro, quiso que fueran mayoría nuestros conciudadanos con menos luces. De manera que si, a lo largo de la Historia, los Armins han tenido la razón, los Heinz Christians, demasiadas veces, han tenido la fuerza, y la han usado para intentar hacer del mundo un lugar menos agradable de lo que debería (por ejemplo, véase ese triunfo de la mediocridad más sórdida que fue el resultado de nuestra última guerra civil, u obsérvese el currículum del presidente actual de los Estados Unidos -jí tú-).

A los que, en la modesta medida de nuestras posibilidades, nos sentimos más cerca de Wolf que de Strache, más cerca de Nabokov que de Stalin, más cerca de Gore Vidal que de Ronald Reagan, más cerca de Cervantes que de los Inquisidores, y más del lado de Galileo que del Papa, más cerca de Catherine Deneuve (de ella, a pesar de que Mastroianni dijera de ella que solo le faltaba la escoba, hay que estar cerca siempre); más cerca de Muñoz Molina que de Jiménez Losantos (Dios nos libre); mas cerca de Bulgákov que de Stalin -otra vez él-; más de Miguel Mihura que de Cela, más cerca de Almodóvar que de…En fin: yo creo que se me entiende. A nosotros, no nos queda más remedio que constatar que, en este mundo, la forma más íntegra de la rebeldía es el uso de la inteligencia, de nuestra capacidad crítica, que es lo más hermoso que Dios (sin duda por error) puso en el ser humano. A veces, naturalmente, ser inteligente se paga. Y se paga caro. Pero la vida, en cualquier caso, es mucho más divertida con que sin.


Publicado

en

por

Etiquetas:

Comentarios

Una respuesta a «Tan lejos, tan cerca»

  1. Avatar de Luis
    Luis

    ¡Ay! Por desgracia ha sido demasiado frecuente que fueran las propias damas y caballeros de la Prensa quienes primero traicionaran la complejidad de los hechos y a su propia alma por un buen titular rotundo, impactante y a poder ser lo más escandaloso posible, sin reparar en las consecuencias…
    Buen fin de semana, Austria.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.