Marzo de 1938: terror y seducción (4)

Todos los muebles que tenemos en casa fueron frondosos árboles en algún pasado más o menos lejano. Algunos ex árboles terminan también en los museos.

La primera parte, está aquí

La segunda parte, se puede encontrar aquí y

la tercera, aquí.

8 de Marzo.- En el siglo XVIII, el mueble cuya importancia mis lectores están a punto de conocer era un frondoso árbol.

En algún momento del reinado de la emperatriz Maria Theresia, el árbol fue talado y transformado en un vetusto sofá barroco, cuya apariencia es más imponente en las fotos que en la realidad pero, en todo caso, nada especial. Uno de esos muebles por delante de los cuales uno pasa sin mirar en los museos (algunos parecidos, en las habitaciones del Albertina, tienen un cordón de terciopelo, para que los visitantes no sientan la tentación de sentarse). Por supuesto, nadie pensaba que este sofá en concreto pasaría a la Historia y se ganaría un lugar, por derecho propio, en las salas de un museo (concretamente, se encuentra expuesto en el Arsenal, en el Museo del Ejército austriaco, sin la tapicería floreada en la que aparece en las fotos de época: la razón de esta pérdida no tardarán en entenderla mis lectores).

La historia del paso a la Historia del mueble en cuestión empezó a escribirse en un lugar muy lejano, tanto de su fabricación, como del lugar en donde estuvo colocado durante muchos años.

El 30 de Enero de 1933, Adolf Hitler se convirtió en canciller de los alemanes. Tenía entonces cuarenta y tres años y hacía algún tiempo que había renunciado a la nacionalidad austriaca para convertirse en alemán.

Quizá haya que reseñar aquí que Hitler, en esto como en todo, era bastante caótico. Siendo austriaco Hitler, que se había marchado a Alemania en gran parte para eludir el tener que hacer el servicio militar en Austria, se había alistado en 1914 en el ejército alemán (las autoridades habían hecho la vista gorda porque era obvio que en una guerra necesitaban gente).

Terminada la guerra, había seguido siendo un austriaco de conveniencia hasta que, por conveniencia también, había cambiado de pasaporte.

Quizá también por conveniencia, para el asunto que nos ocupa, Hitler seguía sintiéndose fuertemente vinculado a Austria, la tierra que le vio nacer (si Austria, como él sostenía, era tan alemana como cualquier territorio de Alemania, sus cambios de pasaporte se reducían a un mero trámite). Así pues, aunque tuviera pasaporte alemán, se sentía muy austriaco. Y tenía un objetivo fundamental: que la Alemania que ahora dirigía, en esto, como en otras cosas, rompiese las férreas condiciones del tratado de Saint Germain y se anexionase Austria. Faltaban cinco años para que el momento llegase (y en unas condiciones tan ventajosas como Hitler no se hubiera atrevido nunca a soñar). Sin embargo, de momento, durante 1933 y principios de 1934, los nuevos gobernantes de Alemania estuvieron financiando, desde Berlín, a los nazis austriacos.

El 25 de Julio de 1934, esos mismos nazis austriacos creyeron que las cosas estaban maduras y dieron un golpe de Estado contra el gobierno austrofascista de Dollfuss. Un grupo de hombres de la SS penetró en la cancillería y llegó hasta el despacho de Dollfuss, allí, le tirotearon y, dándole por muerto, le dejaron tirado en el suelo desangrándose. A sus asistentes solo les quedó poner el cadáver en el diván del que hablaba más arriba. Una vez fracasado el golpe, los austriacos tragaron saliva, miraron a su alrededor y comprendieron, por fin, que el juego de Alemania iba en serio.

Y que era a muerte.

El sucesor de Dollfuss fue el Ministro de Justicia de su último gobierno, Kurt Schussnigg. El tirolés, era de la misma madera que Dollfuss (conservador, beato y eso) aunque quizá algo más lúcido que su difunto jefe.

Ahora que las cosas se habían puesto de color de hormiga, Schussnigg vio pronto claro que, dado el respeto que los nazis tenían por los tratados internacionales, respeto que les llevaba a utilizar los papeles para limpiarse el traste, Austria no podría sobrevivir mucho tiempo independiente sin ayuda exterior.

Después de meditarlo un poco, Schussnigg, al objeto de ganar tiempo aunque quizá, también, al objeto de no facturar ninguna otra pieza del mobiliario de la cancillería en dirección a la eternidad quieta de los museos, se propuso dos objetivos: por un lado, buscar ayuda exterior: una alianza de ingleses, franceses e italianos que respaldaran la independencia de Austria y el estado de cosas creado por el tratado de Saint Germain.

Por otro lado, hacer de tripas corazón y mejorar sus relaciones con Hitler. El destino quiso que, a pesar de sus intentos, no consiguiera ninguna de las dos cosas.


Publicado

en

por

Etiquetas:

Comentarios

Una respuesta a «Marzo de 1938: terror y seducción (4)»

  1. Avatar de Pepe
    Pepe

    Pues órale, eternidad quieta de los museos, pues sí que hubo poesía, ahí se me soltó usted licenciado

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.