No se lo digas a tu padre

En este negocio de emigrar, muchas veces los padres son unas figuras olvidadas. Hoy, les damos un abrazo, que se lo merecen.

19 de Marzo.- Hace ya muchos años, tantos,que yo no hablaba nada de alemán, coincidí en una casa con una muchacha que era la que pastoreaba a los Erasmus españoles que venían a hacer su año de mili en Austra.

Esta chica no ocultaba su perplejidad, cuando decía que los hispanos estábamos un poco mal de la cabeza. Se notaba, según ella, en dos cosas : en que bastaba con que nos encontráramos a un paisano en un supermercado para darle nuestro teléfono y señas personales, y en que nos daba vergüenza que nuestros padres (ojo, nuestros padres) se enterasen de que, cuando veníamos a estos países, nos veíamos a veces obligados a hacer trabajos subalternos para poder comer o para poder gastárnoslo en tintorro (que oye, cada cual hace con su sueldo lo que le parece).Ella decía que, para los padres españoles, veníamos todos aquí con un puesto de Mercedes con chófer a la puerta de la oficina y, según esta muchacha (y algo de razón creo que tenía) eran las madres las que con frecuencia mantenían a sus maridos en la inopia con la frase consabida :

No se lo digas a tu padre.

Pensando en el tema de este post, he reparado en que, en esto de la inmigración, se habla mucho del papel de las madres y de lo que hacen por nosotros. Que si mandarnos chorizo por valija diplomática, que si aprender inglés, que si ponerse al día dele scáip y de cosas semejantes, pero en mi opinión se presta poca atención al sacrificio, a veces callado y, por lo tanto, poco reconocido, que hacen los padres nuestros, los cuales sufren también aunque no lo demuestren la ausencia de los hijos y no tienen el consuelo que en muchos casos les queda a las madres de reducir la distancia activamente (con el inglés, el escáip, etcétera) porque, por aquello de que no se preocupen (en realidad, yo creo que porque nos da miedo de que no estén orgullosos de nosotros o no acepten algunas de las cosas que hacemos o, simplemente, por no meternos en explicaciones farragosas) les privamos de ciertas informaciones, lo cual también es una manera de excluirles de compartir nuestros sufrimientos y nuestras alegrías en este trabajo de emigrar, que a veces es tan duro.

Para hacer un homenaje a los padres que me leen, que sé que son muchos, me gustaría hoy traer a estas páginas la historia de un señor amabilísimo que me escribió el otro día desde la región de Buenos Aires, en la Argentina (no voy a decir el nombre del caballero en cuestión ni tampoco el sitio concreto desde el cual me escribió, pero él sabrá que es de él de quien hablo y, si quiere, ya se manifestará).

Me escribió (y yo se lo agradecí en el alma) para saludarme y agradecerme estos textos con los que trato todos los días de informar y entretener a mis lectores, curiosos lectores todos, porque a todos les pica la curiosidad de saber lo que se cuece en esta parte del planeta.

En su afectuoso mensaje, este padre me explicó que tiene dos hijos viviendo en Centroeuropa (también me dijo que tenía raíces españolas, que sus abuelos nacieron en la península) y que gracias a estos textos puede tener más o menos una idea de cómo es la realidad de sus hijos que tan lejos viven de él y sentirse así más cerca de ellos.

Una de las putadas (sin perdón) que nos ha hecho el machismo a los hombres durante muchísimas generaciones, ha sido el privarnos, por unos motivos absolutamente idiotas, de la expresión de afectos tan nobles y tan hermosos, tan delicados, como el que este señor siente por sus hijos. Hoy es el día del padre (por lo menos en España) y por eso quiero que este post sirva de homenaje a aquellos de mis lectores que sean padres, a los padres los de todos mis lectores y a mi padre el primero, naturalmente. Me perdonarán mis lectores pero, cuando el padre de uno es un santo varón, es lo menos que uno puede hacer.


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