Champán y mujeres

A veces hay que encontrar caminos más agradables para llegar al mismo sitio. Hoy es uno de esos días.

29 de Marzo.- Uno de las horas y medias más interesantes de mi infancia fue la del domingo por la tarde en que Televisión Española estrenó la serie Luz de Luna. LdL fue, en su época, un bombazo. Y no solo porque Bruce Willis tuviera pelo sino porque Cybill Shepperd era no solo una rubia jamona, sino también una actriz de comedia de las que hay pocas en cada generación. La rubia, sin embargo, resultó ser una pesadilla para los productores. Entre otras cosas porque, a la mitad de la serie, decidió quedarse embarazada. En la ficción, esto llevó a que su personaje también empezara con los antojos y las náuseas. Lo que asustó a los americanos es que Maddeleine Hayes, el personaje que interpretaba Shepperd, decidía tener nada menos que gemelos y criarlos ella sola. Sin marido.

Luz de Luna era el proyecto de la pareja de guionistas que habían creado antes Remington Steele (si LdL fue la consagración de Bruce Willis, RS fue la consagración de Pierce Brosnan) pero mientras que LdL era una sere progresista y hasta feminista, Remington Steele era una historia que solo se podía haber escrito en la América de Reagan. A saber : una muchacha llamada Laura Holt (« modelna » pero dentro de un orden) abría una agencia de detectives. Desgraciadamente, no se comía una rosca. Los clientes al ver que era una chica la que tenía que investigar quién había robado el camión de chirimoyas, se buscaban un detective hombre. A ella no se le ocurría otra cosa que inventarse un jefe, Remington Steele. Todo iba genial, hasta que de pronto RS se materializaba y, a cambio de no revelar que Holt era una trolera, pedía participar en el negocio. O sea, como puede verse : realidades con las que mis lectores estarán familiarizados por su experiencia diaria.

Lo que podríamos llamar la táctica Holt no era nueva. Por ejemplo, el dramaturgo Gregorio Martínez Sierra, uno de los más exitosos de la primera mitad del siglo XX en España, era el Remington Steele de su mujer, Maria Lejárraga. Ella escribía las obras y él las firmaba. En Francia (y eso que en Francia han sido muy modernas toda la vida) también pasó. Un piernas conocido como Monsieur de Jouvenal firmaba los artículos y las novelitas que le escribía su santa. La diferencia fue que un dia a su santa se le hincharon las narices y decidió firmar con su nombre y que a Monsieur de Jouvenal le dieran dos francos y la vuelta en calderilla : había nacido Colette.

Ya con su nombre, Colette escribió una novelita corta, la cual, a pesar de tener un tema sumamente escabroso, fue adaptada primero al teatro y luego al cine. La novelita se llama Gigi. La novelita trata de lo siguiente : Gigi (Shi-shí) es una muchacha « probe » pero mona (en el cine la hizo Leslie Caron). Su tía decide que la mejor manera de garantizarle un porvenir para cuando ella falte es entrenarla para cortesana de lujo (lo que antes se llamaba una entretenida, o sea, la señora a la que un señor le ponía un piso). Como decía una amiga de Coco Chanel, amiga que fue entretenida también pero se arrepintió a tiempo, no se puede estar todo el día dale que te pego (entre otras cosas porque los señores, salvo casos Siffredi, en esto del dale que te pego tenemos una autonomía limitada). De modo que una entretenida tenía que ser una chica que, además de estar buena y ser retozona, tuviera conversación. Como Gigi era, si se quiere, un anticipo de Priti Guoman, justo en el momento en que la muchacha tiene que pasar al tema de arrodillarse y ganarse el sueldo, su « entretenedor » se enamora de ella con lo cual sobreviene el final feliz.

Años después de que Gigi se publicara, el libro llamó la atención del hijo de unos vieneses que, a finales del siglo XIX, se habían mudado a Berlín. El hijo de estos vieneses se llamaba Fritz Loewe, pero como Fritz es un nombre que canta mucho a germano, cuando el hombre decidió establecerse en América, poco antes de la primera guerra mundial, lo cambió por Frederick Loewe. Junto con Alan Lerner, formó uno de los tandems letrista (Loewe) compositor (Loewe) más exitosos de la Historia de Broadway. A pesar de que Gigi no era lo que se dice entretenimiento blanco, la convirtieron en un musical en donde, a base de no mencionar que la tía de una menor de edad la estaba entrenando para ser puta (de lujo, pero puta al fin y al cabo), el público pasaba dos horas y pico muy entretenidas pensando que estaba viendo una comedia blanca.

Gigi musical, gracias a nuestro austriaco, contiene algunas de las canciones más bellas y burbujeantes de la historia del teatro de su género. La más famosa la cantaba, en Gigi película, Maurice Chevalier. Se llama Thanks Heaven, for little girls (Gracias a Dios por las niñas pequeñas). Que un señor de setenta años mire jugar a las niñas en un parque y se le haga la boca agua se remediaba cuando el personaje de Maurice Chevalier decía que « Gracias a Dios por las niñas pequeñas, sin ellas qué harían los niños ». Jesús, qué susto. Otra era « The night they invented champain » en donde Gigi se achispaba con su futuro proxeneta.

No es extraño que la letra de la canción la escribiera un austriaco, porque los aborígenes tienen mucha querencia por el vino espumoso. Una querencia que, a veces, es peligrosa. Los medios austriacos publican hoy que los auditores del Parlamento Europeo le piden al grupo parlamentario de la ultraderecha euroescéptica, del que forma parte el FPÖ, cincuentamil euros casi en dietas por gastos indebidos. Entre ellos los resultantes de haberse trajinado dos centenares largos de botellas de champán (francés). Los ultraderechistas austriacos dicen que ellos pasan de pagar el guateque, que el champán se lo bebieron todo los franceses del Front Nationale. Y uno dice que, con tanto alcohol, no es de extrañar las cosas que salen de dicho grupo parlamentario.


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