La conexión austro-húngara

En donde descubrimos,entre otras cosas, la conexión austro-húngara de una gran estrella internacional : Sara Montiel.

30 de Marzo .-Como estamos en Semana Santa en un país de mayoría católica, la ORF, tele pública austriaca, echó un flín religioso.

Noé.

Noah, se llama aquí, porque el título de Noe debía de estar cogido par otra cosa. Yo estuve viendo Noah/Noé mientras planchaba y, la verdad, me pareció más mala de lo que yo la recordaba. Hacer adaptaciones de la Biblia, particularmente del Antiguo Testamento, siempre queda un poco raro, porque tienes que explicarle al personal cosas de la edad del bronce que, francamente, pillan un poco lejos de la sensibilidad contemporánea. Por no hablar de que, como guionista, siempre es un trago.

Por fuerza, para darle un poco de profundidad a personajes que son poco más que monigotes pintados con cuatro trazos, te tienes que inventar cosas. Y con los inventos, pues pasa lo que pasa : que unas veces salen bien y otras veces o te pasas o no llegas. En Noah/Noé (parece el título de un sketch de Los Morancos) Russel Crowe, hace lo que puede, a base de poner una cara que lo mismo le valdría para la intensidad de estar teniendo una experiencia religiosa que para la eventualidad de soportar en plan machote los sufrimientos de un cólico nefrítico. Y aun así, uno termina la película y no tiene más remedio que pensar en lo que debió de pasarle por la cabeza a la mujer de Noé, cuando su marido le dijo que estaba oyendo voces y que le hiciera el favor de echarle un cablecillo un momento si eso, que tenía que talar un robledal para construir el Titanic de los Picapiedra.

Y ella que claro que sí, guapi, que nos ponemos y pimpán pimpán, en un momento lo terminamos.

Como pasa con casi todas las cosas divertidas de este mundo, la época de las películas bíblicas hace tiempo que pasó a la Historia. Como la época de los musicales, por cierto. Los dos géneros tienen en común en que en las películas salía mucha gente haciendo cosas en plan flashmob. Unos bailando, y los otros crucificando. A veces, por la calidad de la coreografía y de las partituras, y por las minifaldas de los extras, no se sabía si una cosa o la otra, pero daba igual, porque eran películas que, por muy malas que fueran, siempre gustaban.

Siendo yo bien chico (en 1979, se reestrenó, así que tuvo que ser entonces) mis padres me llevaron al cine a ver otra peli de estas religiosas (por cierto, es una película que ha envejecido superbien, y uno sospecha que es porque el que estaba al frente era un austro-húngaro como la copa de un pino, como ahora contaré). Era otra peli, por cierto, de una persona que oye voces. En este caso, un crío. Marcelino. Marcelino Pan y Vino. La película es de 1955 y la dirigió Ladislao Vajda.

Ladislao Vajda nació en Budapest en 1906 y durante el periodo de entreguerras hizo muchas películas en la que, en aquella época, era una de las mecas del cine europeo : Viena. En esta bonita ciudad que el Danubio riega con sus cantarinas aguas, estaban los estudios de cine más modernos del continente, junto con los de la UFA, en Berlín y los estudios de la Paramount en Joinville, en París, especializados en rodar dobles versiones.

Ladislao Vajda aprendió en Viena todo lo que todavía no había aprendido en casa (era hijo de un famoso dramaturgo húngaro, que también hizo guiones para cine, entre ellos el de La Caja de Pandora, de Pabst, en donde sale la mujer más guapa de la Historia del cine, Louise Brooks). Cuando la cosa se puso movida en Centroeuropa, Vajda hizo las maletas -era judío- y, a instancias de Conchita Montenegro (gran actriz, pero sobre todo, una de las mujeres más glamurosas, cultas e inteligentes de los cuarenta) recaló en Espaöa. Y aquí hizo Marcelino, con esa fotografía en blanco y negro que está a la altura el Hollywood de la época. Y ese reparto (qué reparto). La escena del milagro pone todavía hoy los pelos de gallina.

Por cierto, que Vajda no era el único austriaco de Marcelino, como ya contamos aquí en otra ocasión.

Ladislao Vajda, con su buen ojo austrohúngaro, por cierto, nos hizo otro favor. A mediados de los cuarenta, una muchacha manchega monísima y con una debilidad por los hombres mayores que ella y que se llamaba Maria Antonia, era la novia de Miguel Mihura. Un día, Vajda, hablando con el hermano de Mihura, Jerónimo, que era director de cine, le dijo que necesitaba una chica para una comedia (no estoy seguro, lo tendría que mirar, pero creo que se llamaba «Empezó en boda », malísima, en cualquier caso). Mihura le recomendó a la novia de su hermano, Maria Antonia. Vajda quedó con ella, y le dio el papel. Poco después Maria Antonia se cambió el nombre. Se puso Sara, por una bisabuela suya y Montiel por los campos de La Mancha en donde don Quijote había batallado.


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