El ojo que todo lo ve

El Gobierno austriaco puede estar a punto de volar por los aires la última frontera que nos separaba de la desnudez total ¿No lo sabía? También usted está en bolas.

11 de Abril.- Hace unos días vi un video curioso en Facebook. En él, se enfrentaba a unos adolescentes con una rueda de prensa en la que unos desconocidos les hacían preguntas sobre su vida. Los chicos y las chicas se quedaban bastante asustados cuando las preguntas se hacían muy íntimas. Sobre sus gustos, sobre sus aficiones, sobre sus sentimientos y sobre sus amistades. No se explicaban cómo alguien podía saber tanto de ellos. Pues bien: toda la información había sido sacada de los datos que ellos mismos habían dado en los perfiles de las redes sociales en las que estaban inscritos.

Piense el lector en lo que sucedería si se hiciera con él el mismo experimento. Piense (y tiemble) en todos los tests de personalidad aparentemente chorras que ha rellenado en Facebook. Piense en todas las cosas que ha dicho que le gustan. En todas las opiniones políticas que ha dado. Piense y tiemble.

En mi caso, al fin al cabo, la información más o menos íntima que comparto es el precio que pago por llegar a mis lectores. Es tan viejo como el mundo. Y de alguna manera a todo el que escribe no le queda más remedio. La materia prima que todos los escritores utilizamos para fabricar nuestro „producto“ somos nosotros mismos. Aún así, toda la información que doy la doy porque yo quiero, y hay una parte de mí que mantengo en mi privacidad. Naturalmente, sobre esa parte de mi vida que yo no cuento, pueden mis lectores hacerse suposiciones, pero a no ser que sea por descuido, yo no les daré certezas.

Sin embargo, los datos en bruto de lo que podríamos llamar nuestra „huella digital“, convenientemente procesados, son una mercancía con un potencial explosivo tal que el mundo no ha conocido otra como ella. Lo hemos visto en los últimos meses, y probablemente nos quede más por ver.

Hasta ahora, sin embargo, se han utilizado datos que nosotros hemos dado gratis y, en cierto modo, con nuestro consentimiento. Datos que podríamos haber decidido no dar (pero que hemos dado por nuestra mala cabeza o al precio de sentirnos „partícipes“ del espíritu de nuestro tiempo).

Sin embargo, los oscuros intereses que primero nos han vendido la heroina pero que ahora van a empezar a cobrárnosla, ya han puesto sus ojos en un botín mucho más jugoso: en todos los datos que damos por obligación.

Naturalmente, el yacimiento de datos más ancho, más transversal y mejor clasificado, el que hace soñar a las empresas con un orgasmo electrónico, con el control total, se compone de los datos que cada persona le da a la Administración. Sin que pueda hacer nada por evitarlo, porque incurriría en una responsabilidad legal.

El Estado tiene de nosotros la foto más precisa. En Austria, por ejemplo, a partir de casi ya, tiene también incluso nuestros datos sanitarios, a través del sistema ELGA.

Cuando se puso en funcionamiento, ELGA se vendió como una modernización que no solo propiciaba el ahorro en la sanidad (no habría necesidad de pruebas duplicadas) y que permitiría que, en casos graves, por ejemplo cuando un paciente estuviese inconsciente, cualquier médico tuviera a mano, en cualquier momento, información sobre la medicación, alergias, antecedentes, etcétera. Y todo bajo el paraguas mágico, onláin, de los servidores del Estado.

Hasta ahora, las empresas, o las entidades privadas, tenían solamente un problema muy fastidioso y era que esos datos eran confidenciales. Y digo eran. El nuevo Gobierno austriaco tiene en el parlamento en estos momentos una ley que permitirá que el Estado ceda o venda esos datos „para investigación“ (por supuesto, se ha hecho todo lo posible para que, con la que está cayendo, esa ley tenga el eco mediático mínimo). Nturalmente, una vez vendidos o cedidos, a ver quién es el guapo que garantiza que el uso se haga solo para investigar o que los objetivos de la investigación sean decentes o éticos.

O quién garantiza que esos datos, por ejemplo cuando se desechen, no caigan en malas manos.

Cada poco, hay noticias en la prensa sobre „fugas de datos“ o sobre „robos de contraseñas“. Se habla de diezmil, de veintemil, de cienmil y los datos quedan así, en abstracto. Pero detrás de cada robo hay gente, e información que se utiliza para hacer el mal o para servir para la construcción de herramientas que hacen el mal.

El Gobierno dice (su ley lo dice) que los datos se van a entregar sustituyendo los nombres por números aleatorios para que no sea posible asociarlos con personas. El Gobierno vive todavía en el siglo XX y no sabe, o no quiere saber, o no le interesa saber, lo que es el Big Data. Bastará encontrar una base de datos que tenga un campo en común con lo que venda el Gobierno y cualquiera podrá saber, por ejemplo, si usted produce anticuerpos para el VIH, o si en su familia tienen propensión a tener diabetes o cáncer o trastorno bipolar o las veces que ha estado usted de baja en los últimos cinco años. Todos los días lo hacemos en el trabajo. Es tan fácil como cruzar dos tablas de Excel. Bienvenidos a la era de la desnudez.


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