El timo más grande jamás contado (2)

En donde se demuestra que los españoles, si no hay gasolina, somos como los de Bilbao.

La primera parte está aquí

23 de Abril.- Hay un chiste muy viejo que dice así:

Di que se encuentran dos vascos por la calle y uno le dice al otro:

-Hola Patxi, y tú ¿De dónde eres, pues?

Y el otro:

-Pues de dónde voy a ser, Txiki, de Hamburgo.

-Pero !Qué me dices! Yo creía que eras de Bilbao.

-Es que los de Bilbao nacemos donde nos sale de los cojones.

Un poco así era la autarquía, como luego veremos.

Después de la guerra civil nuestra y con la guerra mundial convirtiendo en carne para hamburguesas a la mitad de la población europea, la economía del continente entero se fue a hacer gárgaras rápidamente. Esto fue una catástrofe especialmente para los países pobres y escasamente industrializados, como España, que vieron cómo los productos elaborados eran destinados al esfuerzo bélico por parte de las potencias que antes nos los vendían (a cojón de mico el litro, claro, pero nos los vendían). De este modo, cosas tan normales como la goma, las piezas de todo tipo de maquinaria y los combustibles pasaron a ser artículos de lujazo.

En 1940 y 1941, el famoso „año del hambre“ del que hablan todavía las personas con edad para haberlo conocido, la situación llegó a ser angustiosa para la mayoría de la población. No solo es que las viandas escasearan es que, con la carestía de los combustibles, no se podía mover las que había de un sitio para otro.

La escasa idea que sobre economía tenían los que nos gobernaban, o sea „el funeralísimo“ y sus ministros, tampoco ayudó mucho a resolver la papeleta.

Un poco porque a la fuerza ahorcan y otro poco influidos por los ideólogos fascistas (particularmente italianos) que enonces partían todavía la pana en Europa, los pobres españoles tuvimos que acostumbrarnos a una nueva palabra: la autarquía.

Conistia básicamente en que, si no hay gasolina, como los de Bilbao, los celtíberos movemos los coches con lo que nos sale del puente colgante sobre la ría. Faltaría más.

A estos efectos, se pregonaron las virtudes del gasógeno, un aparatoso ingenio que, a falta de otra cosa, iba adosado a los coches y que les permitía funcionar a una velocidad que hubiera hecho las delicias de un monje tibetano.

(De subir las cuestas sin ayuda nada, por cierto).

Para el resto, lo mismo.

La autarquía sostenía que cada país debía ser capaz de producir, con las materias primas que le hubieran tocado en suerte, lo que necesitara a fin de reducir en lo posible la perniciosa dependencia del exterior. Como cualquier persona (menos Franco y sus ministros, claro) estaba en condiciones de prever, la autarquía fue un desastre sin paliativos. Era como el boicot de Cuba, pero autoinfligido.

Naturalmente, cuando la cosa se puso de color negro oscuro, el Gobierno (o eso que hacía sus funciones) se puso a buscar como loco un milagro.

Y aquí es donde entra en escena nuestro austriaco. Armado de su labia, su morro, su saber estar y su, seguramente, manera de confundir seductoramente los verbos ser y haber, Filek entró en contacto con el entourage de Franco a través de su todopoderoso cuñado, Serrano Suñer.

Entre que Serrano Suñer (uno de los abogados más jóvenes de su promoción, o sea, que era de letras) no tenía mucha idea de química, y los generosos sobornos que Filek repartió entre quienes podían aconsejarle (entre ellos, como veremos más tarde, el chófer de Franco), combinado con que el Estado andaba totalmente canino de gasolina que llevarse a los depósitos, a nuestro austriaco no debió de suponerle ninguna dificultad que le creyeran.

-Camarada Serrano -debió de decir cuando se topó con los fríos ojos azules del todopoderoso filonazi- los rojos intentaron arrebatarme mi secreto pero yo me resistí porque no quería que el mayor hallazgo científico desde la olla pronto cayera en mano de Stalin y sus secuaces de la hidra roja. Estoy en condiciones de ofrecerle el remedio que la España una, grande y libre por la que cayeron nuestros mejores, necesita en esta época oscura de necesidad -impasible, pero con el brillo de la codicia en sus ojos azules, Serrano Suñer debió de aguzar las orejas; Filek, siguió con el procedimiento que había probado antes, durante la república y que le había llevado a dormir en el duro suelo de la cárcel.- gracias a unos ingredientes secretos de mi invención personalísima, que estoy dispuesto a poner a los pies de su excelencia el Generalísimo, estoy en condiciones de ofrecerle a España aquello que codician todas las demás naciones de la tierra: la capacidad de producir gasolina de una manera barata y eficaz. A partir de un ingrediente tan abundante como el agua de los Ríos de España.

Serrano Suñer debió de imaginarse el Ebro convertido en un surtidor de combustible y debió de hacersele la boca agua. En el tercer y último capítulo de esta pícara como veraz historia veremos de qué manera tuvo que renunciar a sus ilusiones.

Él y el resto de los caninos españoles. Pobres.


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