Entre coleguis

La tecnología ha hecho posible la llamada „economía colaborativa“. Lo que pudo ser una oportunidad, tiene una cara B no tan bonita. Se ha demostrado en Viena.

26 de Abril.- Recordaré siempre que cuando me vine a vivir a Austria, mi amigo J., que vive en el Perú (ahora, entonces aún no) me preguntó en qué se diferenciaba la vida en España de la vida en Austria. Sin dudarlo, contesté:

-En España la vida está hecha con materiales de peor calidad.

Esta respuesta mía, un poco críptica podría explicarse diciendo que en Austria aprendí que lo bueno, generalmente, es un poco más caro, pero que a la larga merece la pena pagar un poco más porque digamos que, entre otras cosas, lo que uno paga de más lo recibe por otras vías. Él y la sociedad. Por ejemplo, en forma de mejores servicios del Estado que se pagan en forma de impuestos.

Esta es una de las razones por las que estoy en contra de muchas de las formas de la llamada (injustamente en mi opinión, como ahora explicaré) „economía colaborativa“. Pienso que no es tal porque a lo único que colaboramos es que a multinacionales, que están fuera de la Unión Europea, engorden sus beneficios a costa de la explotación de muchas personas que viven condenadas a la precariedad y a la estrechez.

Cuando utilizamos servicios como Uber deberíamos preguntarnos por qué son tan baratos. La respuesta es muy fácil: es porque hay una empresa detrás, la multinacional, que esclaviza a una serie de personas que trabajan para ella prácticamente gratis o por unos sueldos de pobreza, sin seguro, sin garantías, sin control, sin contrato (se les obliga a darse de alta como autónomos cuando está claro que no lo son), sin derecho a protesta o a mejora de sus condiciones laborales (al no existir una relación laboral tampoco se pueden resolver las condiciones laborales) llevando a la práctica un sistema darwinista y salvaje bajo el manto de „no, es que aquí son los iguales los que se ponen en contacto unos con otros, se hacen servicios entre ellos porque son coleguitas“. Y no. De coleguitas, nada. De ninguna manera.

Todo esto viene a cuento de que hoy un tribunal de Viena ha suspendido cautelarmente la aplicación Uber para el territorio de la ciudad.

La suspensión se ha hecho porque los taxistas han denunciado a Uber por competencia desleal.

Para mí resulta incomprensible que haya personas que apoyen cosas como Uber, sin darse cuenta de que, haciéndolo, colaboran a que salte por los aires un modelo de protección social por el que los trabajadores llevan luchando décadas. Por no hablar de que es inevitable pensar que estas empresas nos convierten a todos en explotadores a pequeña escala que sacan beneficio de la precariedad de otra gente que se convierte automaticamente en lo que, en inglés, se llama „working poors“.

Para que mis lectores se hagan una idea de lo „coleguis“ que son estas empresas, les cuento un poquto.

Uber es una compañía americana que tiene su sede en San Francisco. Los últimos datos que se pueden encontrar en internet hablan de una facturación de 6,5 millardos. Entretanto, los conductores que trabajan para Uber tienen que darse de alta como autónomos (esto es, como pequeños empresarios) y, por lo mismo tienen que pagarse los impuestos y los seguros sociales, y declarar el IVA.

Uber, como empresa, tiene detrás un entramado legal destinado a pagar los mínimos impuestos posibles. En Europa utiliza un entramado de empresas con sede en los Países Bajos y por si esto fuera poco, también utiliza una empresa en las Bermudas (Uber International) también destinada a pagar los menos impuestos posibles.

Si estos son coleguitas míos, yo me bajo


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