Acompáñeme el lector si le apetece al salvaje verano del amor que se produjo en lo que hoy es Austria alrededor del año 5700 a. E.C.
13 de Mayo.- En mi opinión de curioso, creo que, de todas las especialidades de la Historia, la menos agradecida es el estudio de la prehistoria. O sea, el estudio de todas las cosas que pasaron antes de que la escritura se inventase.
Si lo tengo que comparar con algo, supongo que podría compararlo con intentar mirar una fotografía muy vieja, muy rota, en blanco y negro y que, encima, para más dificultad, estuviera desenfocada. Cosa de darle vueltas y más vueltas al asunto ¿Qué es este bulto que se ve? ¿Será una pierna? ¿Será un brazo? ¿Puede ser que sea un muslamen? ¿Mujer u hombre? ¿Y en qué lugar está hecha la foto? Un engorro. A pesar de que, como dijo alguien, el estudio de la prehistoria es la actividad más apasionante que un hombre puede emprender con los pantalones puestos, lo cierto es que es que el prehistoriador se enfrenta no pocas veces a una imagen del pasado que tiene que recomponer basándose en suposiciones o comparaciones con culturas modernas, con el riesgo de que, al día siguiente, o en dos días, aparezca otro fósil o se encuentre un yacimiento que había permanecido oculto miles de años sin que a nadie se le hubiera ocurrido hacer encima un chalet adosado y le fastidie las hipótesis, y vuelta a empezar.
Por ejemplo: en relación a la cultura de la que hoy empezaremos a hablar y de la que podríamos decir que fue la primera forma de organizarse culturalmente que tuvieron los austriacos (y los centroeuropeos en general), se han encontrado evidencias inequívocas de canibalismo.
O sea, que estos semejantes nuestros, o por lo menos un grupo de ellos, que vivieron en lo que hoy es Centroeuropa a partir del 5700 antes de la Era Común, se vieron en algún momento en la necesidad o sintieron el placer, que también pudo ser, de cocinar a alguno de sus paisanos al pil-pil. Ahora bien ¿Por qué lo hicieron? ¿Fue porque vino un año malo y se habían olvidado de que el nomadismo era una manera de combatir la gazuza y se merendaron al chamán de la tribu, aunque estuviera correoso, por no sucumbir al hambre? ¿Fue, por ejemplo, como sucede en algunas culturas aún, por algún tipo de razón religiosa, porque considerasen que manducándose a un difunto especialmente carismático -o a un grupo de difuntos- adquirían su fuerza, su coraje, su inteligencia o su conexión con los dioses? Pues no lo sabe nadie. Ni lo va a poder saber nunca, porque los austriacos de hace ochomil primaveras no tuvieron la delicadeza de dejar una notita explicando el tema y quien dice una notita, una pintura o un croquis (aunque la interpretación de las pinturas y los croquis también se las trae).
A esta falta de informaciones contribuye también que, como es lógico, toda la producción de chismes de aquella época era con materiales biodegradables (esto, tan bonito, quiere decir que se pudría) de manera que solo han llegado hasta nosotros aquellos objetos contra los que los microorganismos han luchado inútilmente a lo largo de los siglos. O sea, todas las cosas, básicamente, inorgánicas.
Pero vayamos a los hechos: hacia el año 8000 antes de la Era Común, la naturaleza nos hizo un regalo. En uno de los vaivenes con los que el clima nos obsequia o nos fastidia de manera cíclica, se produjo el llamado Periodo Atlántico. La temperatura del planeta subió uno o dos grados en comparación con la que hemos conocido en el siglo XX, de manera que los inviernos especialmente se hicieron más cálidos.
En este periodo de ay qué calorcito más rico se gestó, lentamente, el verano del amor al que llamamos neolítico. El homo sapiens sapiens empezó a cultivar las plantas que, como el clima era bueno, crecían con facilidad. Ergo el homo sapiens se vino arriba con esto de la agricultura y la ganadería. Esto hizo que su nivel de vida mejorase y que, poco a poco, con el nivel de vida mejorado, también mejorase su capacidad tecnológica -de hecho, yo creo que resulta evidente que el avance en la producción de alimentos que se dio en el siglo XX es inseparable con el espectacular salto tecnológico que la Humanidad ha dado desde 1900-; hacia el 5700 antes de la Era Común, en algún lugar cercano a los fertilísimos humedales que rodean al lago Neusiedl y en esa llanura que se extiende hasta Hungría, se originó la llamada Cultura de la Cerámica de Bandas. Se llama así porque, a falta de otros indicios, lo más característico de esta primera cultura centroeuropea es que las vasijas que producían para guardar el grano -o, quién sabe, quizá también los tasajos de los tipos a los que se comían- tenían una forma característica y una decoración geométrica hecha con incisiones que imitaban bandas o espirales.
Lo que se puede decir de los ancestros de esa señora que hoy en día nos vende todos los días el pan en el BILLA -famosa cadena de supermercados- o de ese otro caballero que se queja del Gobierno es que debían de ser muy buenos y muy eficaces en algo (¿En la producción de alimentos? ¿Eran especialmente aguerridos? ¿Sentían los centroeuropeos de la época la misma atracción por los cacharros decorados geométricamente que la que sentimos nosotros hoy en día por los áifons o por los vestidos de pendón de postín que diseña la casa versache? Pues no se sabe). Lo cierto es que en el transcurso de unos dos siglos, el modelo de cerámica de bandas se extendió por toda Centroeuropa. Por Hungría, por Austria, por Ucrania, por Francia y por Alemania, a lo largo del río Elba.
En Austria, el asentamiento más importante de la cultura de la Cerámica de Bandas está, casualmente, cerca de Viena, en Brunn am Gebirge. Según los arqueólogos, los paisanos de este bonito pueblo, marco-incomparable-de-belleza-sin-igual pueden enorgullecerse de haber inaugurado la tradición de industriosidad que distingue a los austriacos, poniendo el primer ladrillo del edificio de prosperidad del que disfrutamos actualmente.
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