EPR, Austria : una historia de bolsillo (5) : crímenes sin resolver

Hoy, llegamos a un momento estelar de nuestra historia : el primer crímen cometido en lo que más tarde sería suelo austriaco. Pasen y vean.

18 de Mayo.- Nuestro capítulo de hoy empieza al atardecer de un día de primavera de hace por lo menos cincomil años (siglo arriba o abajo).

Un hombre que anda por la mitad de los cuarenta (unos cuarenta que no son los de ahora, claro) carga con los achaques de su edad a través de un paso alpino. Ha cenado hace unas horas, carne asada con algo que probablemente se parezca al pan y es probable que, a los múltiples desperfectos que presenta su cuerpo, debido a unas andanzas que, en las últimas cuarenta y ocho horas han incluido, por ejemplo, una pelea, se una también tener ardores de estómago. Ay, esta úlcera.

Este Bruce Willis de la prehistoria seguramente trata de llegar al otro lado del valle antes de que anochezca, porque no debe de ser muy agradable que te pille la oscuridad en esas soledades. Camina trabajosamente (lleva herida la pierna) y le cuesta cargar con un equipaje que incluye un carcaj, un arco, y un zurrón en el que lleva diferentes cosas, por ejemplo una daga de pedernal y hongos medicinales que ha utilizado para intentar curarse. Por lo demás, sabemos que tiene los dientes ya bastante roidos, debido a una alimentación que se basa fundamentalmente en cereales no muy bien molidos (algunas piedrecillas siempre se quedan entre la harina con la que se amasa el pan, y van arañando poco a poco el esmalte). Sabemos también que tiene el cuerpo tatuado, probablemente por algún propósito ritual que nos resulta desconocido, aunque los científicos se inclinan a pensar que, al estar los tatuajes en los sitios en donde nuestro hombre debía de sentir dolores en sus castigados huesos, quizá formasen parte de un tratamiento médico, tipo acupuntura, primitivo.

Sabemos que no era muy guapo y que llevaba barba y pelos largos de homeless y sabemos que alto, lo que se dice alto, no era. Uno cincuenta y cuatro. También sabemos que estaba en su peso ideal. Nuestro hombre de hace cincomil años tenía un tipín, de hecho. Cincuenta kiletes presentaba en la tarde en que le vemos atravesar los Alpes.

Sabemos todas esas cosas y sabemos una que él, desgraciadamente, no sabía. Mientras trataba de llegar a su destino (¿Quién le esperaría ?) alguien andaba siguiéndole los pasos.

Llegados a un punto relativamente protegido, el desconocido que seguía a nuestro hombre, el muy canalla, le disparó una flecha que le entró por el pulmón derecho, abriendole la puerta a los fríos reinos de la muerte. Él mismo o algien que iba con él le quitó la flecha, más no la punta, que permaneció cinco milenios dentro del cuerpo de aquel hombre. Mientras se construían las pirámides, mientras Leonardo pintaba la Monalisa, mientras se inventaba la máquina de vapor y los hombres inventaban maneras más sofisticadas de matarse. Cinco milenios, que se dice pronto.

La agonía fue larga y penosa, y nuestro hombre prehistórico murió o bien desangrado o bien asfixiado (los pulmones quizá se le encharcaron). Las bajas temperaturas de la zona hicieron el resto. Con el tiempo, nuestro muerto, como si fuera una diminuta Pompeya habitada solamente por una persona, quedó preservado para siempre en una cápsula de tiempo. Este hecho, träagico para nuestro hombre, pero afortunadísimo para la ciencia, permitió que unos desconocidos cuyos adelantos tecnológicos eran imposibles de imaginar para él, estuvieran en condiciones de saber cómo era la vida de un hombre típico en la Austria durante la edad del cobre.

No sabemos cómo se llamaba, pero sí que sabemos cuál fue su mote : Ötzi. El mudo embajador del tiempo en el que en Austria (y en Europa en general) se descubrió la metalurgia. Y también el único testigo del que, quizá, es el primer crimen de la Historia de este país. Y se quedó sin resolver. Hay que fastidiarse.


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