Jerusalem

Hoy quisiera, más que en otras ocasiones, conocer la opinión de mis lectores a un respecto que, a los in/e/migrantes nos toca muy de cerca.

22 de Mayo.- De vez en cuando, sobre todo cuando escribo un post algo más crítico sobre Austria, de entre mi distinguido auditorio suele levantarse alguna voz, para decirme que si soy un desagradecido, que si no vivo bien en Austria que me vaya a mi casa (cuando Austria es mi casa, no sé dónde leches quieren que me vaya) y demás dolidos consejos por el estilo.

Si yo fuera más picajoso y menos paciente de lo que soy, probablemente podría ser borde o podría intentar explicarles -intento inútil hasta ahora- que la crítica, cuando es legítima y fundada, es una de las prerrogativas del cariño genuino.

Sin duda, creo que uno de los daños que nos ha hecho el nacionalismo (los nacionalismos, que son una roña de la que la Humanidad no tiene pinta de ir a librarse a corto plazo) es esta incapacidad para entender la crítica legítima a lo propio y, abundando en esto, que el patriotismo nos resulte siempre algo sospechoso (y, en España, con mucho olor a rancio, desgraciadamente). De hecho, el daño grande que el nacionalismo ha hecho ha sido el de arrinconar el patriotismo sano -que lo hay, como trataré de demostrar- y considerar -imbéciles- que si uno no es nacionalista de una cosa es porque es nacionalista de otra.

En mi opinión, que pasaré a razonar a continuación, patriotismo y nacionalismo son dos conceptos que están muy bien delimitados, de manera que uno puede ser patriota y para nada nacionalista, lo mismo que confundir el amor con el tener al objeto de la pasión de uno encerrado en una habitación con las puertas y las ventanas tapiadas es lo contrario de estar enamorado de una persona. De hecho, yo creo que querer a alguien, si algo es, es precisamente aspirar al bienestar de esa persona. Y el bienestar de una persona se fundamenta en la libertad.

Del mismo modo, considero el patriotismo una emoción muy noble. Claro que uno es patriota de sitios muy raros.

Por ejemplo, yo creo (y lo vengo demostrando desde hace muchos años) que soy un ufano patriota austriaco (en este mismo estilo, yo tengo una amiga que es muy patriota de las Wiener Linien), porque prácticamente desde que pisé esta tierra estoy enamorado profundamente de ella y lo que quiero es su bien. De manera altruista, porque naturalmente a uno le apetece que las cosas que uno ama brillen y estén tersas y tal, y de manera egoísta, porque naturalmente, cuanto mejor funcione Austria, cuanto mejor vivamos sus habitantes y más bonito, límpio y próspero se mantenga el país, yo viviré más feliz como parte de esa colectividad. También me considero, y no en último lugar, un patriota español, porque quiero a España desde la punta de la montaña más alta al último grano de arena de la playa de Zahara de los Atunes, con un cariño entrañable que no tiene nada que ver, pero nada, pero nada nada, con el nacionalismo, ni con el patrioterismo. Esto se nota, yo creo en que no sabría discernir a qué país quiero más. Si a España o a Austria.

Aunque quizá lo que pase es que a mí lo que de verdad me emociona es ser europeo, y creo que ser europeo es chulísimo, como ya he dicho muchas veces.

El patriotismo me parece una emoción muy noble, y de ningún modo incompatible con los patriotismos de otros. A mí, escuchar por ejemplo Jerusalem, el que pasa por ser el himno oficioso de Inglaterra, me conmueve hasta las lágrimas, porque hay en él una emoción que reconozco, y que me parece hermosa. Lo mismo que escuchar Suspiros de España o I am from Austria -de hecho, llorar con I am from Austria me da bastante vergüenza, pero no lo puedo evitar-.

Y si el patriotismo es una emoción noble, que nos hace mejores, más generosos, más abiertos, porque nos lleva a mirarnos en el espejo de las almas de otros, no importa cuál sea su procedencia, el nacionalismo nos hace directamente más gilipollas. Bueno, no: el nacionalismo es, utilizando la terminología freudiana, una emoción neurótica. Porque nacionalista es el que, para remediar su propia inseguridad, necesita pensar que lo suyo es lo mejor, lo mismo que esos tipos que se compran un cochazo porque tienen el pito pequeño. El nacionalismo consiste en la idiotez de suponer que el sitio en el que uno ha nacido es mejor que los sitios en los que han nacido otras epersonas, o que la cultura de uno es estupenda solo porque es la de uno, y que todo el mundo debería tener la misma.

En casos extremos, el nacionalismo puede incluir tratar de convertir los sitios en los que han nacido otros en el sitio en donde uno ha nacido.

Por ejemplo, los nacionalistas catalanes consideran que catalán es casi todo menos Finlandia y Madagascar, aunque claro está que también lo piensan así los nacionalistas mallorquines. Dado que, de momento, la clonación de territorios no es posible, es de temer que alguno de los dos grupos de inconscientes tendrá que aprender a vivir con el desengaño. En tiempos de horrible recuerdo, los nacionalistas alemanes entendían que Alemania era todo hasta llegar a los Urales y aún más allá. Desgraciadamente, la geografía-ficción ha tenido y tiene mucho predicamento entre aquellos de nuestros compañeros de planeta que tienen dificultades para andar y comer chicle al mismo tiempo y que, por lo mismo, tienen que dedicar todo su capital neuronal a ello, detrayendo estos recursos esenciales del sencillo y prístino acto de pensar.


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