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Una tragedia horrorosa

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Lo que fue mi colegio

El primer mundo se encuentra en un estado de emergencia sin precedentes. Un 20% de los alumnos austriacos han suspendido el examen de matemáticas de la Matura.

28 de Mayo.- El objetivo de cualquier gobierno en condiciones -si es que eso existe- es forjar una clase media lo más ancha posible.

Las dos maneras más eficaces de conseguir esto son: a) la redistribución de la renta mediante los impuestos, esto es, que quien tiene más contribuya más al bien común y b) aumentando la permeablidad social, o sea, la facilidad de ascenso social, a través de una educación pública de calidad y accesible a todos, de manera que los más dotados se beneficien por igual de las mismas oportunidades y puedan conseguir trabajos que les garanticen un futuro mejor que el que tuvieron sus padres.

Ambos procedimientos tienen poderosos enemigos. En el caso de la redistribución de la renta vía impuestos, los ricos argumentan lo que decía la abuela del escritor español ( y aristócrata) Jose Luis de Vilallonga, la cual afirmaba de los que trabajaban para ella que „sirven porque no sirven, si sirvieran no servirían“. O sea, que los pobres son (somos) pobres por nuestra culpa, o sea, basicamente porque somos tontos. En el caso de b) naturalmente la manera de mantener (mantenernos) a los pobres en nuestro sitio es también hacer que solo tengamos los conocimientos necesarios para hacer nuestro trabajo y solo nuestro trabajo. Esto se consigue haciendo que la educación sea inaccesible o convenciendo a la opinión pública de que no es necesario invertir en todos los estudiantes por igual porque, al fin y al cabo, los niños hijos de extranjeros hablan raro y, como son congénitamente unos haraganes y unos delincuentes, jamás van a conseguir seguir las clases o bien minando la educación pública, de manera que, con el tiempo, se decanten dos circuitos bien diferenciados: niños pobres, a la pública. Niños ricos a la privada (de la intervención de la Iglesia en este asunto hablamos si eso en otro momento).

Austria es un país en donde la permeabilidad social está por debajo de la media debido, principalmente, a un sistema educativo en el que, por diversas razones (de las cuales no es la menor la querencia que tienen en este bendito pueblo por ciertas tradiciones) el nivel académico de los padres tiende a ser heredado por los hijos.

Uno de los tímidos intentos de romper este estado de cosas que, a la larga, puede resultar muy pernicioso fue, hace tres años, la llamada Zentralmatura.

La matura es el equivalente a la prueba de acceso a la universidad española y es un examen de estado que los estudiantes pasan a los dieciocho años.

Hasta 2015, se daba la increible circunstancia (increible desde el punto de vista español, por lo menos) de que, dentro de las competencias exigidas por el Ministerio de Educación austriaco, cada centro educativo podía confeccionar sus propias pruebas de matura, lo cual, en mi opinión, les daba un margen (particularmente a los institutos privados) para „embellecer“ las notas de sus alumnos y la tasa de aprobados, no necesariamente bajando el nivel (líbreme Dios de afirmar tal cosa) pero sí adaptando las pruebas a lo que ellos sabían que a los alumnos se les daba mejor („A ver Hansi ¿Cúantos años duró la guerra de los treinta años?“).

En 2015 se instauró la Zentralmatura, esto es, que todos los estudiantes de este santísimo país tuvieran que hacer unos examenes con las mismas preguntas. Ricos y pobres, altos y bajos, más listos y más bobos. Y, a pesar de que los exámenes los corrigen los profesores de cada centro (no como en España -por lo menos en mi época- que se corregían de manera centralizada) no hay más que problemas desde entonces.

Este año, por ejemplo, un veinte por ciento de los alumnos ha palmado en la prueba de matemáticas (en el momento de escribir esto, aún no es un porcentaje definitivo). Oh, gran escándalo.

La asociación de padres ha dicho que la prueba de matemáticas era demasiado difícil (atención) entre otras cosas porque el nivel de los enunciados era demasiado complejo idiomaticamente (dicho de otro modo, que los enunciados de los problemas eran demasiado enrevesados, estamos hablando de tíos y tías de dieciocho años, que cuando hacen el examen hace dos que pueden votar) y que los enunciados no eran aptos para estudiantes previsiblemente nerviosos (yo me pasé gran parte de mi, por otra parte, exitosa carrera educativa aterrorizado por profesores que parecía que lo único que querían era acostumbrarme a razonar bajo condiciones extremas de estrés) . En cualquier caso es, mutatis mutandis el mismo argumento de los que decían en mi época que en los exámenes de matemáticas no había que evaluar las faltas de ortografía.

Creo que tengo que parar este artículo aquí, antes de empezar a decir que los chavales de ahora están „amariconaos“ y que no saben lo que es sufrir. Mis lectores me lo perdonarán, su bloguero de cabecera se está haciendo viejo y ya cuenta batallitas.


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Comentarios

Una respuesta a «Una tragedia horrorosa»

  1. Avatar de Javier
    Javier

    Paco, yo mi Matura la escribí en el 2015 teniendo solo dos años y medio en Austria y aprendiendo alemán. Ese fue el primer año de la Zentralmatura y saqué mi Matura en Mate con un 2! Siendo extranjero y teniendo tan poco tiempo navegando las aguas del alemán. Te aseguro que no tiene nada que ver con el idioma.
    Saludos
    Javier

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