Días contados (2/2)

¿Pone usted la tele y piensa que la programación está pensada para alguien mucho más tonto que usted? Pues esta es la explicación de lo que a usted le pasa.

La primera parte de este interesantérrimo artículo está aquí

11 de Junio.- Por otro lado ¿Qué es la calidad? Dejando aparte lo personal de la definición del concepto, parece bastante claro que la calidad, cuando hablamos de la televisión (o cuando hablamos de los blogs) todos la reconocemos cuando nos la ponen delante, pero no resulta fácil definirla a priori.

Para mí, por ejemplo, calidad es esto.

El otro día, estaba viendo la televisión mientras cenaba (a las siete y media). Vi primero el informativo de la ORF que abrió con una noticia de política internacional, creo que sobre la guerra comercial de Europa con Estados Unidos.

En un lenguaje comprensible y didáctico, los locutores dedicaron cinco minutos -una eternidad en la tele- a explicar antecedentes y consecuencias. Muy informativo pero, obviamente, se exigía del telespectador que pusiera a funcionar la neuronilla.

Acto seguido, pasé a Puls 4 (una de las privadas). El presentador, un chaval joven al que le han puesto gafas (que yo estoy convencido de que son de palo) para que parezca más serio, abrió el informativo así: „Un sangriento accidente que se ha producido en la localidad de Chundachunden an der Mur ha conmocionado hoy a Austria. En un coche viajaba una familia que ha muerto carbonizada“. Zum trockenen Stangl o, como diría un castizo, a palo seco.

Para los votantes de cierta opción política (y no es por señalar, me atengo al nivel académico medio que les atribuyen las encuestas) Puls 4 es una tele de calidad. Si mis lectores piensan que no puede ser peor, están equivocados. En la cadenilla de televisión que tiene el Österreich -gran periódico pero mejor artículo de higiene íntima- dos presentadores, un hombre y una mujer, con pinta de haberse escapado de un after de un polígono industrial, promocionaban un debate tipo aquelarre con un título como este (pongamos por caso) „¿Están los chechenos más inclinados a la delincuencia que otros extranjeros?“. Podrían haber formulado la pregunta añadiendo „de mierda“ después de „extranjeros“ y hubiera quedado igual. No debieron considerarlo necesario al pensar que las intenciones estaban claras y, en cualquier caso, muy lejos de cualquier interés en informar a la audiencia. Las imágenes mostraban a tipos con barbas, a mujeres veladas hasta los ojos y banderas del califato.

Naturalmente, la explicación para acudir a este tipo de recursos es la misma que en todas partes, en España como aquí: „La ORF tiene dinero público y del contribuyente -las famosas cuotas- y nosotros tenemos que financiarnos mediante publicidad y, por lo tanto tenemos que darle al público lo que el público quiere“.

Otro problema de definición. En realidad, dos: en primer lugar, qué es el público y, en segundo, qué es lo que el público quiere. Porque naturalmente, no se puede coger a la población de un país y hacer una media aritmética y decir que eso es el público.

Cuando yo trabajaba en la tele (una privada, por cierto) el público al que se dirigían los programas era la famosa „señora de Cuenca“. Cuando a algún guionista se le ocurría algo un poco más complicado que el nivel de comprensión de una ameba, los directores de los programas o los presentadores, o alguien que pasara por allí, les preguntaban con aire resignado „Pero dónde vas, hombre ¿Tú crees que eso lo entendería una señora de Cuenca?“. Naturalmente, la hipotética señora de Cuenca en la que elos pensaban, a tenor de la progamación resultante, debía de ser subnormal.

En Austria, por supuesto, no saben dónde está Cuenca, pero lo sustituyen muy cómodamente por Bruck an der Leiter o Amstetten.

En la ORF en cambio se quejan de que, en vez de tener la libertad de hacer televisión para la señora de Cuenca tienen que hacerla asumiendo que todos los telespectadores son adultos e inteligentes, que es una carga que no soportan los autores intelectuales de la programación de las privadas.

En cierto modo no les falta razón a los de la cadena pública: basta salir a la calle y ponerse en la cola de una caja del Billa o escuchar las conversaciones en el metro (o ver los resultados de las elecciones presidenciales) para que resulte palmario que una parte muy respetable de la audiencia potencial de la ORF no cumple por lo menos con uno de los dos requisitos.

La calidad (o su falta) suele asociarse también con el porcentaje de programación fabricada en Norteamérica. Habrá deslenguados que digan que ya quisiera la ORF hacer una serie tan buena como The Big Bang Theory, pero también habrá quienes digan que han hecho una versión más que digna de Desperate Houswives (Vorstadt Weiber) y habrá quien diga que VW fue más seguida en la ORF que muchas series americanas y que otro mundo es posible.

Como telespectador (y, en la modestísima medida de mis posibilidades, cofinanciador) de la ORF a mí me gustaría que se hiciese una tele con el mismo espíritu con el que yo hago Viena Directo. Esto es: tratemos de hacer algo lo más inteligente y sofisticado que se pueda (aunque solo sea por rebeldía) y el público ya se irá acoplando.

Probablemente tengo menos lectores que si abriese cada día con un sangriento accidente pero, modestamente (o no) puedo decir que tengo unos lectores listísimos y muy interesantes.

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