El museo incompleto

En Austria hay un nuevo museo, y eso es una buena noticia. Sin embargo, sus promotores han decidido, voluntariamente, que no esté completo. Y eso es malo.

12 de Junio.- El ser humano es muy dado a la controversia. Desde que el mundo es mundo, nuestros compañeros de especie llevan adscribiéndose a un bando o a otro y a veces parece que el único objetivo fuera el placer de pelearse.

Las dos razones más estúpidas que existen para discutir, esto es, la religión y la política, han servido frecuentemente para alimentar ese placer que, como especie, sentirnos al chinchar a los otros. Pero no solo: la tortilla de patatas ¿Con o sin cebolla? O más aún, ¿Pincho de tortilla con o sin mahonesa? La paella ¿Con chorizo o sin él? Asunto que no es de ningún modo baladí ¿Viejochocho de la Casablanca o Chinoloco de las armas nucleares? ¿Brexit o Dixi? Hasta en Austria, ese Shangrilá para quienes, como yo, odiamos las discusiones idiotas, no han podido resistirse y han planteado la siguiente disyuntiva: Yéims Bond ¿Con sexismo o sin él?

Como todo el mundo sabe, las películas de Yéims Bond se basan en unas novelas baratunas que escribió Ian Fleming (últimamente, como la producción de Fleming no es eterna, se está tirando de guiones originales).

La fórmula de Fleming es de manual: imaginen mis lectores un país en el que la comida fuera poca y mala (supongamos, España en los años cuarenta). El héroe de los sueños de ese país sería un tipo gordo que se atracase de pepitos de ternera hasta caerse redondo. Pues Yéims Bond es exactamente eso. Fleming hizo el ejercicio de plantearse las cosas con las que soñaban los británicos de su tiempo y como se conoce que a) la vida de los británicos de su tiempo era un rollo y b) los británicos de su tiempo mojaban menos que Benny Hill, Fleming inventó un mundo en el que al protagonista no cesaban de pasarle cosas interesantísimas (inverosímiles, pero interesantes) en las que frecuentemente estaban implicados coches caros y en el que las mujeres se le echaban en brazos (digamos en los brazos) a nada que Yéims les preguntaba „Quién es la última para la pollería“.

Como el ser humano está ansioso de que le cuenten cuentos que acaben bien (para desgracias, ya está la vida, como es natural) las novelas de Fleming „manque“ más malas que la carne del pescuezo fueron un exitazo. Ahora bien ¿Son los libros de Fleming sexistas porque salgan muchas chicas guapas y complacientes? Pues la verdad tengo que decir que yo no me lo había planteado nunca. Aunque ahora que lo pienso, si Bond es sexista también lo es la llamada literatura para mujeres o „chick lit“ (y más moñas) porque se basa en el mismo principio: en el de apelar a los sueños de abundancia de las mujeres a propósito de cosas que en el mundo real no existen, esto es: señores millonarios de treinta y cinco años, dueños de un ático en Manjatan, con unos pectorales y un culo en los que se puedan partir nueces y, a la vez, la inteligencia emocional de un asistente social. Señora, desengáñese: los millonarios se parecen más a Donald Trump que a Ashton Kutscher.

Y dirán mis pacientes lectores ¿Y a qué ton ha mezclado Paco aquí, en este humilde pero curioso articulillo, a Yéims Bond con la chick lit y la tortilla de patatas? (a mí, por cierto, me gusta con cebolla). Pues diga usted que es porque, dado que el fenómeno Sonrisas y Lágrimas ya no atrae tantos turistas como antes y dado que las películas de Yéims Bond han tenido a Austria varias veces como escenario, los avispados austriacos han decidido abrir un Museo Bond en algún lugar de los Alpes.

Todo tan bonito. Los Alpes (más concretamente Solden) y el museo Bond, considerando sobre todo que todos los Bonds hasta la fecha siguen vivos (si bien Sean Connery, el pobre, algo cascadete). Hay coches, hay gags tecnológicos, hay vídeos, hay de todo. Pero lo que no hay son chicas. Más concretamente, las chicas Bond. Lo cual, como ha dicho alguien, es como hacer un museo de Historia Natural sin fósiles o representar Carmen sin toreros y hembras raciales que lleven una navaja en la liga. O sea, desnaturalizar la cuestión.

Otra cosa es que a uno le parezca que James Bond, como personaje, tiene la profundidad de un plato de cartón. Vale. Eso no hay quien lo discuta. Por otro lado, las chicas Bond han sido, aparte de un tonificador inmejorable para el juego de muñeca de toda una generación, una parte importante de la cultura popular del siglo pasado. Es más: es que muchas mujeres, a falta de otros talentos (y esto no es ninguna herejía, no todas las señoras que salen en una pantalla son Meryl Streep) han pasado a la historia de la cultura popular por haber sido chica Bond. Ursula Andress, por ejemplo. Que si no, de qué. No todas podemos hacer Chéspir, cariño. Las hay que nos ganamos la vida con lo que Dios nos ha dao (podría haber dicho la Andress con gran salero) ¿Que hubiera sido menos sexista a lo mejor que hubiera sido ingeniera agrónoma o que hubiera descubierto la cura de la artritis reumatoide? Pues sí. Pero lo dicho: los talentos están repartidos como están. Es lo que decía Billy Wilder: seguro que mi tía Ingeborg es más puntual que Marilyn y se sabe los guiones mejor, pero la gente quiere ver a Marilyn y no a mi tía Ingeborg.

Yo creo que hay muchas maneras de explicar lo de las chicas Bond con inteligencia y sin caer para nada en el sexismo. Es más: creo que se podría hacer perfectamente contextualizando la cuestión. Para eso se hacen los museos ¿No? Para explicar las cosas, digo yo.


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