Los martes, milagro

Vivimos rodeados de milagros a los que apenas prestamos atención. De eso, y de otras cosas, hablamos hoy.

26 de Junio.- Una de las bromas que más me hacen en mi familia (bueno, y no solo, en mi vida en general) es a propósito de mi inagotable entusiasmo por todas las cosas. Me dicen mucho eso de que me emociono hasta con una acelga. Yo, personalmente, estoy muy orgulloso de mi capacidad de emocionarme y espero que no se me pase nunca. La emoción viene de la curiosidad y de lo maravilloso que todo me parece, hasta las cosas más pequeñas. O quizá, especialmente, las cosas más sencillas de la vida.

Estamos rodeados de milagros que no entendemos o cuya complejidad no nos paramos a analizar. La tele, por ejemplo. Darle a un botón y ver a gente lejana haciendo cosas. O la luz eléctrica. O abrir un grifo y que salga agua. Y sobre todo, que haya mucha gente que viva hoy aún sin esas comoidades y que nosotros las demos por supuestas. A mí me parece alucinante, francamente.

En los últimos tiempos nos hemos acostumbrado ya mucho al milagro de internet, de manera que casi no nos llama la atención.

Y sin embargo, internet es la pera limonera. Esta noche pasada (hora europea) yo he recibido un correo electrónico desde la otra punta del planeta, concretamente desde Mendoza, en la Argentina, de una señora que me lee desde allí y a quien me gustaría mandarle un saludo muy cordial ¿No es estupendo? Gracias a internet, ella y yo que, en condiciones normales, es poco probable que hubiéramos sabido uno del otro, podemos comunicarnos tan ricamente. En su mensaje, la gentil señora de Mendoza me ha explicado que, gracias a los artículos de Viena Directo, se informa a propósito de lo que pasa en Austria. También me ha hecho algunas preguntas que necesitan de alguna investigación por mi parte, pero que procuraré responder en los próximos días.

Hoy sin embargo voy a hablar de algo muy consustancial a la manera de ser de los austriacos. Para lo bueno y para lo malo. Y es de su inquebrantable amor por la tradición. Una de las tradiciones no oficiales y menos buenas de estas tierras es la del artículo navideño racista.

Todos los años, invariablemente, cierto medio austriaco de difusión masiva (gran periódico, pero mejor artículo de higiene íntima) publica un artículo en el cual se dice que, debido a la presión de los padres de religión musulmana la dirección de algún colegio vienés ha censurado alguno de los sacrosantos rituales de la navidad cristiana. Por supuesto, cada vez que esto se publica es mentira, pero siempre hay gente dispuesta a creerlo.

El año pasado coincidió con la festividad de San Nicolás, que aquí se celebra mucho y es para chicos y grandes una especie de antesala de la navidad propiamente dicha (por no hablar del negocio que representa para los fabricantes de chocolate).

El periódico en cuestión publicó un artículo en el que se decía que padres presuntamente cristianos que preferían mantener su anonimato „por temor a represalias“ (de padres supuestamente musulmanes, claro está) habían denunciado que, en la escuela a la que iban sus hijos, se había censurado la visita de San Nicolás. También, ya de paso, se denunciaba la desaparición con nocturnidad y alevosía de los símbolos cristianos de las aulas, que se impartían clases en turco y un montón de cosa más, entre ellas -es un bulo no menos idiota que repetido- que la dirección no servía cerdo en los comedores del colegio para contentar a las personas musulmanas. Y no se decía que la escuela funcionaba siguiendo la voz del muhecín y que los críos que no le sacaban punta a los lápices eran condenados a cien latigazos porque Dios (digo Alá) no quería.

De nada sirvió que la dirección del colegio en cuestión (situado en una barriada popular de Viena en donde abunda la población turca) „saliera al paso“ de estas acusaciones y demostrase con pruebas convincentes -aunque, como todo lo verdadero por desgracia, muy poco espectaculares– que las noticias publicadas a propósito de la supuesta censura de símbolos cristianos eran un infundio. No sirvió de nada porque la gente siempre está dispuesta a creer lo que le han preparado para que crea.

Pues bien: según informa la agencia pública de noticias austriaca, APA, el organismo regulador de la prensa austriaca ha dictaminado hoy que el medio que publicó esa ristra de idioteces (o maldades) ha infringido el código deontológico al dar a las imprentas, en una palabra, mentiras, sin dar espacio adecuado de réplica al colegio, el cual publicó un comunicado en el que intentaba poner las cosas en su sitio.

Desgraciadamente, todas estas cosas son una tradición cuando se trata del medio en cuestión.


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