un hombre juega al futbol en lugner city Viena

Juegos sin arte, sudores sin fruto

un hombre juega al futbol en lugner city VienaUno tiene mucha chorra, la verdad. Aunque a veces, dicha suerte le meta a uno en algún que otro berenjenal.

28 de Junio.- Hay un momento de la película Dioses y Monstruos en donde el personaje de Ian McKellen describe su niñez y dice que, cuando era un crío, se sentía « como una jirafa uncida a un arado ». Hombre, a lo mejor mi caso no era tan dramático, pero la verdad es que fui un crío al que no le gustaban las cosas que les gustaban a los demás y supongo que eso me colocó en la situación de disfrutar los placeres de la marginalidad. Una de las cosas que no me gustaban (y que siguen sin gustarme) es el fútbol.

Considero que si el llamado rey de los deportes es algo, ese algo es una enorme pérdida de tiempo. Jugar, vaya que vaya (algo he jugado) pero ver fútbol me resulta la cosa más estéril que se puede imaginar. Casi tanto como ver saltos de esquí alpino.

En el mundo en que vivimos (y particularmente estos días) esta tirria que yo le tengo al fútbol constituye, qué duda cabe, una gran discapacidad. La gente tiene delante de uno conversaciones de las que uno no se entera, el mundo se les cae encima (o no) si Alemania es eliminada de la copa de la vida esta que están jugando ahora, comparten con otros el sufrimiento que sintieron al pensar en la selección Argentina o discuten si un equipo nacional puede ser un guán man chou (por el hombre este, Messi, creo que se llama, que parece ser que es el único argentino que tiene lavuro en lo que se refiere al deporte). Pues pasan delante de uno todas estas cosas y uno, la verdad, como si oyera le ritme de la pluie.

El caso es que en Austria, aunque son un país canijo (adorable, pero canijo, las cosas como son) el fúrgol les vuelve locos. En la empresa en donde uno obtiene el dinero que le permite adquirir bienes y servicios, se ha organizado una porra (una apuesta grupal). La cosa es que uno pone diez euros y puede apostar si Croacia le ganará, pongamos por caso, a Senegal. Como uno fue un crío raro, pero la verdad, la marginalidad cuando se llega una edad da como pereza, uno intenta integrarse lo mejor que puede, de manera que ha puesto diez euros y ha apostado. Antiguamente esto lo hacíamos en papel pero ahora se hace por internet muy ricamente.

Dados los antecedentes que obran en poder del lector, se puede imaginar con qué nivel de precisión uno conoce la materia sobre la que se apuesta.

Sea por puro sentido común o pura chorra (que probablemente sea pura chorra) de las casi cincuenta personas que apuestan uno está en, digamos, un muy buen lugar de la clasificación, lo cual ha hecho correr por la empresa la especie (totalmente falsa) de que uno tiene cierta idea de fútbol. A nadie le extrana, por otro lado, porque soy español y, claro.a los españoles se nos suponen ciertos conocimientos (lo mismo que se nos supone una tolerancia casi infinita a las altas temperaturas) pero ya ha sucedido que se me ha acercado gente que normalmente no me presta atención, en la máquina del café, por ejemplo, intentando averiguar mi opinión a propósito de tal o cual potencial desarrollo del campeonato que sufrim… digoooo que estamos disfrutando actualmente. O para comentar eventos pasados, que casi peor, porque uno vio su primer partido de fútbol entero cuando tenía casi treinta años, y fue porque estaba rodando un corto en una pedanía de Guadalajara en donde solo había una tasca y en donde la alternativa era…Bueno, no había.

Cuando a uno le abordan compañeros con los que nunca ha cruzado una palabra para preguntarle por algún jugador de la selección (la española, particularmente), uno traga saliva y trata de conservar la calma. Es como presentarse a un examen para el que no ha estudiado nada. A uno le gustaría decir la verdad, o sea, lo de la chorra (con perdón) pero como no se atreve, sale del paso con cuatro vaguedades. De todas maneras, es en esas situaciones, como en los exámenes, en donde uno se da cuenta que hay entusiasmos que son casi imposibles de fingir. Es lo que debió de pensar la jirafa de Ian McKellen cuando la pusieron a hacer surcos.


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