Christine Nöstlinger ha muerto

Esta semana ha muerto Christine Nöstlinger, escritora de libros para niños, defensora nuestra contra el mal.

14 de Julio.- El otro día, se me quejaba algún que otro lector quisquilloso, porque me metía con los libros estos de los dragoncitos y las Khalisis, y decía yo que no era literatura. Como me dijo una amiga mía, me podría haber metido también con cierto tipo de novela histórica, que parece pensada para adaptarla luego a la tele y, en la adaptación, sacar a Mario Casas sin camiseta. Libros así los ha habido siempre. Ya Cervantes se cachondeaba del tema en El Quijote. Sin embargo, llamarlos literatura ya era excesivo en su época y sigue siendo excesivo hoy. Son otra cosa. Lo mismo que el Big Mac mola, y está rico. Pero comida, comida, lo que se dice comida, pues no es. De vez en cuando un Big Mac sabe a gloria, pero naturalmente uno no puede confundirlos con un solomillo en condiciones.

Este debate vino al hilo de que yo decía que, de unas décadas a esta parte, el discurso al que está expuesto un ciudadano medio se ha simplificado mucho. Utilizando una palabra que no estoy seguro de que le hubiera gustado a nuestra protagonista de hoy, se ha infantilizado. En el peor sentido. Ayer, estaba viendo un documental sobre Mingote, dibujante que fue del ABC, como Forges era de El País. Pusieron una viñeta del dibujante, cuyo apellido viene, por cierto, del alemán, de Mein Gott, en la que aparecía un niño sentado en las rodillas de su abuelo. El niño le preguntaba al abuelo „Abuelo, qué es mejor ¿Ser de derechas o de izquierdas?“ y el abuelo respondía „Hijo, lo primero, no ser gilipollas y luego…“. Paradójicamente, en esta época en la que se intenta por todos los medios que todos nos convirtamos en niños grandes (esos tíos cuarentones jugando a maquinitas, los librotes de dragoncitos, la incansable matraca de la televisión), los grandes olvidados son los niños.

La literatura para niños, considerados como seres inteligentes y no como máquinas de comprar juguetes, es prácticamente inexistente. De hecho, se trata de reducir la infancia al mínimo tiempo imprescindible, al objeto de que los críos empiecen a comprar cuanto antes.

Supongo que el mayor logro de la escritora Christine Nöstlinger, famosa autora de literatura infantil (en Austria) fue que sus obras se dirigían sobre todo a niños a los que no trataba como si fueran idiotas. Quizá porque apelaba sobre todo a ese sentimiento de exclusión que todos tenemos en la infancia (o, por lo menos, todos los inteligentes): el sentimiento de que el mundo se desarrolla un poco sin que nosotros podamos hacer nada para cambiar el curso de los acontecimientos. Nöstlinger, que escribió más de ciento cincuenta libros para niños y alguno para mayores, apelaba al alma de sus lectores desde una cierta amargura vital, que forma parte, si bien se mira, de la manera de ser austriaca, y no debió de ser una mujer fácil, ni mojigata. Uno, de hecho, se la imagina como una bruja sabia, de piel dura y buen corazón.

Según las declaraciones de ella que he podido leer, Christine Nöstlinger tenía una estima limitada por el género humano, sobre todo considerado al por menor y los niños perfectos le daban bastante grima. Consideraba que los libros para niños, si se los despojaba de cierto descaro, se convertían en realidad en „píldoras pedagógicas“ y al decir la palabra pedagógico uno sentía un patente desprecio.

Ahora que mayo del 68 es tan denostado, sobre todo por los que hoy están pensando en serio crear de nuevo campos de concentración para inmigrantes en suelo de la Unión Europea (eso sí, que no se llamen „campos de concentración“ sino otros engendros que cubran la infamia), Christine Nöstlinger, como la señora Utte Bock, representa lo mejor de las mujeres de aquella generación, las que hicieron suyo aquel lema de „seamos realistas, pidamos lo imposible“ y reivindicaron una cierta manera de ver la vida. Somos hijos, ya nietos, de las mujeres del sesenta y ocho y su espíritu de resistencia nos hace falta hoy más que nunca, cuando uno mira el periódico para ponerse a escribir un post y tiene la sensación de que la oscuridad se ha desatado (de nuevo) y va a hacer falta mucho coraje primero, para no sucumbir al desánimo y, después, para arreglar lo que ya se está rompiendo.

Christine Nöstlinger era enemiga de esa beatería que muchos y muchas confunden con el progresismo. No tenía la piel finade los ofendidos de guardia. Le parecían idioteces ciertas cosas que a mí también me las parecen, por cierto, como eliminar las palabras „políticamente incorrectas“ de los clásicos de la literatura.

En 2015, con motivo del 70 aniversario de la liberación de Mauthausen, Christine Nöstlinger intervino valiente, sobria y amarga en el Parlamento austriaco. Vista hoy, aquella intervención, que sus señorías escucharon en un respetuoso silencio, resulta horriblemente profética. Desgraciadamente, la cultura occidental se está precipitando de nuevo por la cuesta abajo del mito del „hombre fuerte“. La maldad, la falta de educación, ha vuelto a recuperar su antiguo y asqueroso prestigio.

Sus palabras deberían estudiarse en todas las escuelas.

Por expreso deseo suyo, la muerte de Christine Nöstlinger, a los ochenta y un años, solo se hizo pública después de su entierro, que se produjo esta semana.


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