Esmoltolquear

Hay una costumbre aborígen que a mí me pone nerviosísimo, porque soy consciente de que lo hago muy mal ¿A que no sabes cuál es ?

31 de Julio.- En la antigüedad si uno no estaba seguro de haber escrito una tontería, temía ser atacado o, simplemente, deseaba garantizarle a un texto una cierta difusión, no tenía más que atribuírselo a alguien que fuera suficientemente prestigioso.

Dados, además, lo poco fiables que eran los procedimientos de reproducción de los textos, que se convertían muchas veces en realidades líquidas, si a uno le parecía que alguien había escrito una tontería, lo único que tenía que hacer era copiar el texto « corregido » según a él le pareciera bien y santas pascuas.

De estas dos maneras surgieron, por ejemplo, los textos de la Biblia tal como hoy los conocemos. Algunas de las citas famosas del Evangelio, por ejemplo aquella en que San Pablo dice que « las mujeres deben callar en la Iglesia » o la de que San Pedro era la piedra sobre la que Jesús quería edificar su Iglesia, se han demostrado más falsas que un billete de seis euros.

La primera, porque cuando el cristianismo empezó a tener poder, los « padres » de la Iglesia (nunca mejor dicho que en este contexto) se dedicaron a borrar cuidadosamente todas las referencias que había en los documentos fundacionales al hecho incuestionable de que, en los primeros tiempos, había habido muchas mujeres muy importantes en la Iglesia primitiva, las cuales ocuparon incluso cargos equiparables a los de los apóstoles. En el segundo caso, cuando el Imperio Romano se divide, había que dar algún tipo de razón para que el obispo de Roma pudiera seguir sosteniendo que era el que tenía el báculo más largo y que el de Constantinopla, que era su competidor, era un mindundi. Qué mejor autoridad que la del fundador del negocio, diciéndole al primer obispo de Roma (San Pedro, presumiblemente) que el baranda era él.

Paradojicamente, las redes sociales han hecho que un lector del siglo XXI se enfrente a un texto (o debiera hacerlo, por lo menos) con una desconfianza parecida a la de un lector del siglo III. Cuando uno escribe una cursilada, lo único que tiene que hacer es confeccionar un bonito meme y endilgarsela a Frida Kahlo (la pobre) ; si uno quiere tonterias motivacionales, el candidato más obvio es Paulo Coelho, pero también puede achacarle la perogrullada a Einstein o a Steve Jobs (ese tío tan raro). Es un fenómeno este que cansa, que entristece y que da mucho coraje.

Casi tanto como esto, odio yo lo que los aborígenes llaman small talk. Es una cosa de cuya existencia uno supo cuando vino a vivir a Austria, momento en el que se me reveló que « esmaltolquear » es una de las habilidades sociales imprescindibles si uno quiere interactuar con la población aborígen.

El small talk, que quiere decir, « charla pequeña » es ese repertorio de ideas pedestres de las que uno puede echar mano en el caso de que necesite hablar con alguien de manera superficial. Es ruido, cháchara vacía, que se utiliza cuando uno se encuentra por la calle con un compañero de trabajo con el que no tiene gran cosa en común, salvo la de trabajar en la misma empresa o cuando uno se topa en el ascensor con ese vecino al que conoce hace veinte años, pero de cuya vida no sabe nada (o a lo mejor, ni quiere).

A mí personalmente me pone muy nervioso, porque me cuesta mucho mantenerme en esa superficialidad de la conversación, porque el small talk es un juego que tiene sus reglas. No me entendáis mal. No es que yo esté todo el tiempo haciedo glosas a la filosofía de Spinoza, pero es que no me sale hablar del tiempo sin que, de pronto, se me escape un comentario algo más profundo, sobre una noticia cualquiera, o sobre mi vida (por cierto, hablar de la vida privada está prohibidísimo en el small talk). Como el small talk es un juego que se juega a dos, y además es una especie de contrato no escrito, en el que el marco está perfectamente claro (si uno no es un patazas como yo, claro, y lo rompe hablando de cosas interesantes) en cuanto uno se sale de las cuatro bobadas al uso ve en la cara del austriaco una expresión de pánico y sabe que, como Britney, he did it again.



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