Second hand rose

Hoy voy a llevar a los lectores de Viena Directo a un sitio que ha tenido una gran influencia en la historia de VD y que ilustra muy bien el carácter austriaco.

2 de Agosto.- Antes de ayer, mientras perdía varios kilos en forma de líquido –qué alergia le tienen en esta tierra al aire acondicionado- pensaba que hay un lugar que ha tenido una influencia definitiva en la historia de Viena Directo y, por lo tanto, en una parte bastante importante de mi historia personal.

Como también este lugar ilustra muy bien una parte del carácter austriaco del que yo también me voy contagiando, pues voy a contar aquí las dos cosas, o las tres, a saber : el lugar, su influencia y por qué ilustra muy bien el carácter austriaco.

El lugar en cuestión es una tienda de objetos de segunda mano que, como no me paga por hacerle publicidad, no diré dónde está. Antes estaba al lado del gimnasio al que iba y ahora voy allí a propósito o, como me pasó ayer, porque algún « mandao » me lleva a esa parte de la ciudad.

Los austriacos, lo digo siempre, podrían suscribir esa frase que Agatha Christie, casada en segundas nupcias con el sr. Mallowan, egiptólogo, le decía a sus amigas mientras bebían té y comían sándwiches de pepino (con perdón):

-Daaaarling, cásate con un arqueólogo. Cuanto más vieja seas, más interesante te encontrará.

A mí también me gustan mucho las cosas que han tenido otro poseedor antes de mí, y me encanta cacharrear por mercadillos y, naturalmente, tiendas de segunda mano. Me fascina el azar que une a la persona que vende una cosa que ya no necesita y a aquella que, como yo, se déjà tentar por cachivaches que tiene que aprender a usar.

En esta tienda de segunda mano compré mi primera cámara reflex, por ejemplo. Cuando empecé a escribir Viena Directo ilustraba los posts con las fotos de una camarita compacta que era peor – !Cómo avanzan las ciencias, señora!- que la que tiene mi móvil hoy en día. Una IXUS de Canon. Aquel día, antes de entrar al gimnasio, entré y vi en el escaparate aquella cámara Nikon y me dije :

-Paquito, tienes que hacer una inversión.

Me lo pensé mucho, fui y vine por la tienda, remiré una y otra vez, mentalmente, el extracto de mi cuenta, me tapé los ojos y, a pesar de que la cantidad era irrisoria (uno es cobardica) pagué la cámara con la sensación de estar haciendo una locura (me costó poco menos de doscientos euros).

Por el camino, y por hacer el cuento corto, ha habido otras compras, de las que los lectores de Viena Directo han disfrutado indirectamente, porque han redundado en experimentos para este blog. La última, ayer. Estaba esperando a alguien –a su debido tiempo sabrán mis lectores a quién- y pasé a la tienda, y allí estaba mi tenación. De metal, blanco, sólido. Un micrófono.

Como saben mis lectores, desde hace un mes grabo todos los días (o casi) el post diario. Antes lo hacía con el móvil, pero dado que la cosa no ha sido un capricho pasajero mío (yo siempre estoy bajo mi propia sospecha) y he visto que es factible, ayer decidí invertir en un micrófono buenecillo. De segunda mano, naturalmente.

Me dicen que se puede usar para más cosas, y quizá lo vaya haciendo, porque una de las cosas mágicas que tienen los objetos de segunda mano es descubrirles posibilidades en las que uno no había pensado.



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