Lazos de sangre

Austriacos y españoles se diferencian culturalmente en algo fundamental, que hace la vida (de los austriacos) un poquito peor. Veamos qué es.

 

16 de Agosto.- Este verano uno de los programas de más éxito en la televisión española se llama Lazos de Sangre. Consiste en reconstruir, en reportajes de una hora con cierta pretensión de calidad, la historia de ciertos clanes populares en la España de, pongamos, los últimos sesenta años.

Es una idea muy buena, sobre todo para los que, como me pasa a mí, disfrutamos de las anécdotas. Ver las imágenes de archivo de las gigantes que poblaron nuestros sueños de infancia es un poco resucitar  a los que se fueron y al crío que fuimos y que lo daba todo por supuesto, y le parecía normal la existencia de tanto talento junto.

Qué mal acostumbrados estábamos.

Lazos de Sangre nos va a dar pie para hablar de una característica que diferencia a la cultura española de la cultura austriaca y es el poderoso componente oral que está presente en la primera y que casi no se ve, o se ve de otra manera, en la segunda.

Si algo es Lazos es la versión televisada de lo que hacía mi abuela María cuando venían a verla sus primos Dolores y Felix (Dolores siempre con su abrigo negro de cuello de piel y sus zapatitos de tafilete). Los tres se sentaban a la mesa camilla y su tema de conversación principal era hablar de los vivos y los muertos. Contar historias y sucesos, anécdotas, que iban recomponiedo una historia oral del universo que los tres habían conocido. Cuando mi abuela todavía vivía ( !Cuánto, pero cuánto la echo de menos !) yo siempre decía que, cuando un indio del Amazonas se muere, es –dicen- como si se quemara una biblioteca, pero que cuando mi abuela se muriese lo que iba a quemarse era el registro civil.

A los españoles nos gusta hablar, recapitular, contar las mismas cosas una y otra vez para que se vayan fijando. Lola era el temperamento, Rocío era la más grande (en todos los sentidos de la expresión), la Duquesa de Alba la excéntrica aristócrata que se pasó por el Fitzjames Stuart al mundo entero, Carmina Ordóñez era la divina marcada por un trágico destino, Isabel es el estilo y una amargura un tanto sórdida que, sospecha uno, no la deja vivir.

Siempre lo cuento pero, por estas fechas, cuando yo trabajaba en la televisión, una de las cosas que hacían los becarios del archivo era preparar los llamados « compactados ». Eran cintas con imágenes sin « locutar » de personas determinadas. Particularmente, por si sucedía el luctuoso pero inevitable acontecimiento de que la espicharan, para así poder hacer lo que hace Lazos de Sangre. Contar su historia. Una y otra vez. En el día de su muerte, en el aniversario del día de su muerte, a los diez años, en programas especiales. In aeternum.

In illo tempore, por ejemplo, el papa Juampa dos palitos estaba siempre en un tris de morirse, con su alzheimer y su cura detrás sujetándole del cogote para que se notara lo menos posible lo evidente, o sea, que ya no regía. Cada verano, se añadía una cinta. Compactado Papa Juan Pablo II número n. Y cada año, inexplicablemente, el papa no se moría (el pobrecito descansó en 2005).

Austria ha producido también sagas suficientes como para hacer un Lazos de Sangre (los Hörbiger, por ejemplo) pero aquí no gusta mirar demasiado al pasado, ni tampoco quizá, haya gente que cautive tanto la imaginación popular como Lola Flores o Rocío Jurado. En España los grandes se mueren y siguen vivos en la voz del pueblo que, como cuando Aníbal o Alejandro Magno, perpetñua sus historias.

En Austria, se mueren, y ya.

Chimpún.

Y es una pena.

A uno le da por pensar a veces que no recordar a los muertos es un poco también vivir un poco peor.


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