Radicales libres

Cuando escribo este blog lo hago para un lector inteligente al que le interese reflexionar sobre los temas más actuales, como este de hoy.

3 de Noviembre.- Una de las cosas que más se repite cuando la gente me pregunta a propósito de Viena Directo es de dónde saco temas para escribir todos los días.

No siempre resulta fácil dar una respuesta, porque yo soy de esas personas que cuando se levanta por la mañana no sabe sobre qué va a escribir ese día.

Otra de las cosas que se repite bastante es que la gente me dice que se ríe mucho leyendo estos artículos que escribo, lo cual, a qué negarlo, me llena de satisfacción, pero también de responsabilidad porque yo creo, como explicaré más abajo, que el humor es una cosa muy seria.

En el caso de la primera cuestión, uno de los leit motivos más consistentes a la hora de elegir tema para este blog es el tratar de que el lector piense, al mismo tiempo que lo hago yo, a propósito de qué significa ser progresista en estos principios del siglo XXI. A mí me parece una cuestión que, hoy más que nunca, es de capital importancia.

Para mí, el ser progresista, el tratar de que la Humanidad en su conjunto avance hacia una situación en la que el bienestar y la igualdad de oportunidades sean patrimonio del mayor número de personas posible, en las que se abandone el prejuicio y la superstición en todas sus formas, y sobre todo los prejuicios y las supersticiones que sirven para que el poderoso machaque al débil, no solo es algo que está íntimamente ligado con mi concepto de la decencia, sino también inseparablemente ligado a un instrumento que yo considero fundamental para lograr este ambicioso objetivo: el humor.

Como el lector no ignorará, a lo largo de la Historia de la Humanidad, el humor, la risa, han sido cosas que han tenido bastante mala fama y que han sufrido el menosprecio de lo que se ha dado en llamar el stablishment. Y sin embargo, queridos lectores de Viena Directo, no hay nada más característicamente humano que la capacidad de reirse.

Nuestros hermanos, los primates pueden hacer cálculos sencillos, los más inteligentes incluso comparten con nosotros algunas formas de lenguaje. Sin embargo, no son capaces de reir. Porque el humor es una de las capacidades más sofisticadas de la inteligencia.

Los poderosos siempre han tenido miedo del humor (un miedo que han disfrazado de menosprecio, como decíamos) porque el humor implica, necesariamente, un componente que ataca al fundamento mismo del statu quo sin el cual no hay poder: la capacidad de imaginar que las situaciones que existen en el mundo podrían ser de otra manera. Mejor, se entiende.

¿Qué puede haber más progresista que eso?

Naturalmente, podrá aducir el lector que hay humoristas conservadores y que hay un humor inevitablemente rancio y casposo hecho de chistes de mariquitas, de extranjeros, chistes nacionalistas (esos de „esto que va un inglés, un francés y un español…“), de chistes de gitanos, de chistes de mujeres concebidos por cuñados en nocheviejas llenas de alcohol y pavo reseco, de ese que se te hace bola. Pero podrá darse cuenta también de que el humor conservador, salvo en contadísimos casos, es un humor de fogueo porque, por definición, no puede tocar el tema fundamental que caracteriza el humor autenticamente inteligente: la realidad tal y como es, y la crítica incisiva a los materiales y las estructuras de las que está hecha esa realidad.

Últimamente se da la circunstancia de que han surgido (o resurgido) movimientos de signo progresista, pero que sin embargo adolecen en muchas de sus manifestaciones de un ingrediente que a mí me parece fundamental para la existencia del progresismo auténtico, esto es: el humor.

Cuando, a principios de este año, y coincidiendo con el auge del „mituismo“, la actriz Catherine Deneuve firmó un manifiesto en contra de ese movimiento y del „puritanismo sexual“ que para ella y para las otras firmantes el „mituismo“ preconiza (y le cayó la del pulpo por decirlo, por cierto), en realidad, en mi opinión, por lo que estaba protestando era por eso: porque ciertas manifestaciones del „mituismo“ se ha investido de una seriedad, de una falta de espontaneidad y de una intolerancia al chiste (sobre todo al chiste que critica esa falta de espontaneidad y de flexibilidad) que no solo lo hacen antipático, sino que revelan, en mi opinión, una inseguridad radical nada difícil de rastrear y que pone en peligro el meollo fundamental de sus revindicaciones, que también son las mías: la igualdad de trato, sin compromisos ni condiciones ni peros, entre hombres y mujeres en absolutamente todos los planos de la vida.

No hay en las ramas más coñazo del „mituísmo“ autoironía, no hay capacidad de reirse de una cuestión tan risible como son las relaciones entre hombres y mujeres (no hablo, por supuesto, de los casos extremos, como el maltrato, que no tienen ninguna gracia), todo lo más, una especie de chistografía ortopédica y pacata, monjil en muchos casos, hecha de lugares comunes y autoconsciencia, que se parecen a esa actitud nerviosa y pétrea que Ninotchka, el personaje que interpretaba Greta Garbo en la película de Ernst Lubitsch, adoptaba cuando el deportivo y juguetón Melvyn Douglas le hacía preguntas a propósito del comunismo (aunque claro, el guión era de Billy Wilder).

En otras palabras: si el progreso no lleva aparejada la risa y la ironía, pues vaya porquería de progreso. Para eso, y aunque suene triste decirlo, casi que nos quedamos como estamos.

Una de las mejores campañas de publicidad que he visto en los últimos tiempos y que hago mía es la de las librerías austriacas Thalia (bueno, son alemanas, pero tanto da). Sale una foto de Trump y el eslogan es: „A Trump no le gusta leer“. Lo hago mío. Queridos lectores: hay que reirse, aunque solo sea porque, en estos tiempos, es el acto de rebeldía más potente que nos queda. Pero riámonos bien: como lo que somos, como humanos inteligentes, irónicos, sofisticados, graciosos, sin acudir al chiste facilón, sino a la finura. Riámonos, aunque sea de los nuestros. Quizá porque son nuestros y les queremos. A los de enfrente, no les gusta. No seamos como los de enfrente.

¿Has participado ya en nuestro concursete? ¿No? ¿Y a qué esperas? !Escribe y gana!


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