Que pasen los duendes

Durante el siglo XIX y principios del XX, Viena y Austria estuvieron muy presentes en la historia de España.

8 de Diciembre.- Durante el siglo XIX y por lo menos el principio del veinte reverdecieron las relaciones entre Viena y Madrid, que habían quedado algo cortadas cuando murió el pobre Carlos II y se desató la guerra de sucesión.

Durante la primera república nuestra, llamada la Gloriosa (uno tiene la sensación que más por „wishful drinking“ que porque de verdad lo fuera) el príncipe Alfonso, hijo de la reina destronada, Isabel segunda, estuvo viviendo en la entonces muy monárquica, muy católica y muy próspera y floreciente capital del Imperio austro-húngaro (ya lo contó mi amgio Luis Tercero, entre los historiadores, famoso en el mundo entero, en este post). Corrieron los años y, muerta María de las Mercedes, de Austria vino también la segunda mujer del rey, una de las mejores reinas que España ha tenido, una mujer culta, sensata y decente que, si cometió un error en la vida, fue el de enamorarse del hombre que se había casado con ella solo por razón de Estado y que, por lo demás, tenía una característica bastante poco deseable en los maridos, la cual era que le gustaban todas las mujeres menos la que tenía en casa (en esto cabría decir que, mutatis mutandis, la reina Maria Cristina corrió el mismo destino que nuestra contemporánea, la reina Doña Sofía).

Nacido el hijo póstumo del rey Alfonso, el que sería el decimotercero de la serie, la reina viuda y su hijo, al que, muy austriacamente, llamaban en casa „Bubi“ pasaban temporadas en las habitaciones que les tenían reservadas en el Albertina, las que yo, de coña llamo „las habitaciones del conejo“. Mi amigo Javi, estupendo guía turístico pero aún mejor persona, siempre me corrige, y me dice que no es un conejo, sino una liebre, la de Durero famosa, que está siempre colgada en ese tramo del museillo (a mí, no sé por qué, no me sale tomar en serio como museo al Albertina, a pesar del conejo y de otras obras maestras, vaya por Dios).

Así pues, cuando me puse a buscar otro libro que grabar, despues de El Clavo, pensé que sería bonito hacerlo con un libro del que, si bien no trata de nada relacionado con Viena, sí que podría decirse que la capital de Austria se encuentra como presentida.

Como también me apetecía divertirme y como también era conveniente que no estuviera sujeto a derechos de autor, me incliné por una novela de Benito Pérez Galdós, de la serie de los Episodios Nacionales. Se trata de „Los duendes de la camarilla“. Una de las menos conocidas pero en las que el escritor canario brilla con una maestría técnica que evoca muchísimo la engañosa facilidad de los cuadros de Velazquez.

Pérez Galdós no solo era un hombre que debía de tener un enorme conocimiento del alma humana, sino que también era un hombre fundamentalmente progresista, como lo fue también su novia, Emilia Pardo Bazán y también Leopoldo Alas, que firmaba con el seudónimo de Clarín y que murió desgraciadamente joven, aunque le dio tiempo de dejar la novela definitiva del siglo XIX, La Regenta, uno de mis libros favoritos y superior, en muchos aspectos a la Ana Karenina de Tolstoi.

Volviendo a Galdós, en mi opinión resulta muy significativo que, cuando se lanza a la serie de los Episodios Nacionales lo hace, no solo con un ánimo pedagógico claro, o sea, tratar de enseñarles a los españoles de su tiempo su propia historia para que no la volvieran a repetir (le salió mal la cosa, porque el siglo XIX duró en España hasta 1975 y el vaivén político de los primeros tres cuartos del siglo XX fue un eco, quizá en otra clave, de lo que había sido la porquería de siglo diecinueve que tuvimos, siempre entre los curas carcas y los militares montaraces, quizá con el paréntesis próspero y sensato de la Restauración, cuyo mecanismo se escachifolló precisamente a la muerte de la persona más sensata que sostenía aquel sistema: la reina Maria Cristina).

También en Galdós el enfoque es lo que podríamos llamar hoy de izquierdas (en aquel momento, progresista, regeneracionista).

Cuando se pone a contar la Historia de España Galdós siempre de la manera inversa a la de los escritores consagrados de su época, los mismos académicos que le llamaban „Garbancero“. Galdós no escoge a los grandes figurones, a los generales, a los reyes, sino que siempre se fija en las personas a las que las decisiones de aquella gente, demasiadas veces cerril y poco preparada, les cambiaba la vida.

Por eso quizá los escritores consgrados de su época hoy tartajean, mientras que Galdós nos sigue hablando directamente.

En la novela que mañana empiezo a leer para los lectores de Viena Directo, no se pierdan el delicioso personaje de Lucila, Cigüela, compuesto con una gracia que hace que te enamores de ella al instante. Como Galdós, no me cabe duda, se enamoró de ella al escribirlo.

Fue este talento de Galdós en la elección de los motivos (si hubiera sido pintor, era único colocando el caballete; si hubiera sido director de cine, era único para poner la cámara) lo que le ha convertido en un escritor universal que se sigue leyendo hoy, más de un siglo despues, con el placer con el que se leen los clásicos más provechosos y divertidos.

Mañana, empezará la serie. Espero que a mis lectores les divierta y les encante lo mismo que a mí.


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