No piensen mis lectores que ellos van a irse de rositas. Hay una institución austriaca que sabe de ellos hasta lo que ellos no saben. Miedito.
7 de Enero.- A la mayoría de las personas nos pasa como a los imbéciles esos que no vacunan a sus hijos porque « pa qué ».
O sea, que vivimos en un mundo en el que ciertas cosas, como la paz (lo decía el Bundespresi, el otro día, en su discurso del primero de enero) o la salud se dan por supuestas.
Una de esas cosas que se dan por supuestas es la democracia, y la libertad de decir uno lo que quiera y de tener las opiniones que sean, sin que la cosa tenga mayores consecuencias que el que nuestros convecinos y amigos sientan vergüenza ajena por las tonterías que decimos (o, en mi caso, por las tonterías que escribimos). Todos vivimos felicísimos, embargados por el sentimiento de que el mundo en que nos levantamos será el mundo en el que nos acostemos. Y no. Vamos : la Historia está llena de ejemplos.
A mí me pasa, por ejemplo, que pienso muchas veces que más me vale que la democracia y la libertad de expresión continúen por mucho tiempo. En mis peores pesadillas me imagino, por ejemplo, que vuelve una cosa parecida al franquismo –tan de actualidad estos días, tanto, que incluso las noticias a propósito de cierta fuerza política de extrema derecha han llegado hasta Austria- o una cosa parecida a lo que fue en 1938 la anexión de Austria por los nazis.
Me imagino que la democracia austriaca deja de ser una democracia a secas y se convierte, como la rusa, tan aplaudida por muchos (cansavacas), en una « democracia autoritaria » y me entran sudores fríos. Casi década y media cometiendo delitos sin saberlo, abogando, por ejemplo, por los derechos de las personas LGTB, o de los refugiados, o de los inmigrantes como yo, o de las mujeres, defendiendo a capa y espada que la Unión Europea es el mejor invento que se nos ha ocurrido a los ídem desde los emigrantes murcianos en Cataluña inventaron el pan con tomate y aceite de oliva (los pobres, se morían de hambre). De pronto, alguien tendría casi cuatromil artículos para elegir por cuál de ellos me corta esa parte de la anatomía por la que todos los chicos tenemos tanto aprecio.
Lo mío, claro, es un caso extremo, pero que no piensen los lectores de este blog que se van a ir de rositas si la tortilla da la vuelta y vienen las cosas de color de hormiga, porque hay (se ha convertido ya en un tópico decirlo), chorrocientos organismos que recogen datos nuestros amparándose en pretextos inocentes que, en determinadas situaciones, podrían perfectamente dejar de serlo.
Hoy se ha sabido, por ejemplo, que Correos Austria lleva desde 2003 recopilando datos de los usuarios, naturalmente para venderlos a quienes pagan una pasta por ellos. Porque los seres humanos, en este siglo tuentiguán somos, así, de uno en uno, bastante rollo patatoide, pero agrupados por afinidades, somos, como diría el castizo, la lemon pear (o sea, la pera limonera).
Correos, según parece, vende nombres, sexos, edades, y demás, pero también vende « afinidades políticas ». Esto de la afinidad política, en términos de a quién es probable que uno vote, parece ser que Correos estima esto con métodos estadísticos.
La posición de Correos que, naturalmente,no quiere privarse de esta jugosísima fuente de ingresos, es que ellos recopilan datos y los venden autorizando su uso « exclusivamente comercial » (mercadotecnia). Sin embargo, los que no nos chupamos los dedos sabemos (Cambridge Analitica, y demás) que una vez compilados los datos y vendidos a terceros es prácticamente imposible saber para qué se usan y en qué manos caen.
Los expertos aconsejan, amparándose en la ley de protección de datos Europea (ole, Bruselas) preguntarle a correos qué datos nuestros tiene (está obligado a darlos y, si nosotros queremos, a borrarlos también).
Por si acaso.
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