Trabajar en chándal

Hoy he disfrutado tanto escribiendo el post, que espero que mis lectores disfruten leyendo por lo menos la mitad que yo.

6 de Febrero.- Si uno escribe « Del Cabo de Gata hasta Finisterre « , cualquier lector celtíbero de más de cuarenta responderá con la seguridad de quien dice una contraseña « Hay que ver la gente cómo está con Jota Erre » (por Jota Erre Ewing, el malo de Dallas).

Los que han llegado a esta fiesta un poquito más tarde, no sabrán probablemente quién era Jota Erre ni probablemente sepan de Dallas más que es el sitio en donde a Jacqueline Kennedy le pusieron un traje rosa de Chanel hecho un cristo con los sesos de su esposo (por cierto, hace poco me enteré de que el traje en cuestión está guardado en una caja fuerte –fragmentos de sesos incluidos- y no podrá ser exhibido, por expreso deseo de la matriarca de los Kennedy hasta dentro de cuatro décadas).

En fin : que como me pasa siempre, me lío y me pierdo.

La versión moderna de la popularísima canción de Pepe Da Rosa podría ser « Desde Finisterre hasta Andalucía, hay que ver la gente como está con Rosalía ». que describe perfectamente el clima de fervor con que se ha acogido a esta cantante catalana, que nos tiene embelesados. A mí, en esta zona de mi sentimentalidad, no me pasaba una cosa así desde que vi a Penélope Cruz en La niöa de tus Ojos y me enamoré de ella para siempre. Y despues de lo que Rosalía ha hecho en los Goya este fin de semana pasado, esa mujer se ha convertido en uno de los cuatro angelitos que guardan las cuatro esquinitas de mi cama. Los otros son Penélope, Lola Flores y Almodóvar.

Sin embargo, no a todo el mundo le gusta Rosalía. Por diversas razones. Los hay a quienes no les gusta porque no les gusta (como hay gente a la que no le gusta el tomate) y hay gente a la que no le gusta porque no les gusta lo que Rosalía representa.

De lo primero, mi abuela diría eso de que vino un barco cargado de gustos y cada cual escogió el suyo, pero lo segundo nos viene a nosotros muy bien para reflexionar sobre una variación sobre uno de los temas más presentes en este blog y en el siglo XXI : la identidad.

Rosalía es catalana pero ha hecho suyo un estilo de música que no es originario de Cataluña (aunque esta última afirmación es muy discutible) : el flamenco. El flamenco, o la canción aflamencada, porque Rosalía no podría presentarse al Concurso de Cante de las Minas, está asociada en España al pueblo gitano. Cuando, a principios del siglo pasado, la canción aflamencada o copla empezó a separarse del cuplé y empezó por lo tanto a convertirse en nuestro pop, los primeros artistas que cultivaron el género adoptaron (a propósito) vestimentas agitanadas.

Este estado de cosas duró hasta 1939. Cuando se terminó la guerra civil, los gitanos –en gran parte por el racismo profundo, sordo y tenaz que hubo durante mucho tiempo hacia ellos- dejaron de estar de moda y el nuevo astro de la canción andaluza fue Conchita Piquer.

Conchita, que era la Penélope de los años veinte, ya había tenido tiempo de darse un garbeo por los Estados Unidos y se había dado cuenta de una gran verdad: los negros son los gitanitos de América y son los que lo han inventado casi todo, pero las que se llevaban el gato al agua cantando jazz eran las blancas que entonaban las melodiosas canciones enfundadas en trajes de noche de los que quitan el hipo.

Así pues, cuando terminada la guerra civil Conchita Piquer decidió convertir la copla en un producto accesible a la anémica burguesía del franquismo, prescindió del caracolillo y los volantes y cantó el Romance de la Otra en traje de noche (y a ser posible de Pertegaz o de Balenciaga).

Esto duró hasta que en los cincuenta, la Rosalía del siglo XX, Lola Flores, cuyo principal mérito era no querer parecerse a nadie, sino ser ella misma, no solo reivindicó el gitanismo (ese supuesto fuego atávico que hay en el arte gitano, muy al lorquiano modo) sino que también reivindicó de camino a su propio público que no veía en ella un ídolo aspiracional, sino a uno de los suyos. Si Conchita Piquer cantaba para las señoras de los señores que habían ganado la guerra y que tenían la bota derecha sobre el estrangulado cuello de España (sobre todo con la intención de que no le llegase a España la sangre al cerebro y dejara de pensar), Lola Flores era el clamor del pueblo, que pasaba más hambre que los pavos de Manolo, que se comían la vía del tren a picotazos.

Probablemente Lola Flores no lo hubiera dicho así, pero el caso es que el resultado final era ese. Y yo creo que la pervivencia actual de la fama de Lola Flores me da bastante la razón.

Volviendo a Rosalía: los gitanos se quejan de que cultiva a propósito unos estereotipos que son suyos y solamente suyos (¿Son suyos? ¿Son solamente suyos?) y que no le pertenecen. Por paya (no gitana) y por catalana.

Lo cierto es que a mí, la primera vez que vi a Rosalía no se me vinieron a la cabeza las chicas que venden ropa interior o que pregonan fruta en los mercadillos, sino más bien otras fuentes de las que Rosalía bebe y que es esa cultura del proletariado americano, ese mundo sin acceso a la alta cultura, pero con necesidad de arte, como aquellos otros mundos de los que, de la marginalidad, nacieron otros fenómenos del siglo XX (¿Qué es el tango, sino un producto de la cultura marginal de buenos Aires? ¿Qué era el tango hasta que Gardel se puso un smoking para cantarlo?).

Esa cultura callejera que, mereced a la globalización y su proceso de uniformización, está igual en las barriadas más pobres de Sevilla que en los suburbios de Atlanta en donde el Trap campa por sus respetos.

Al fin y al cabo, lo que demuestra esto (y lo que nos vale a nosotros también, emigrantes en una tierra extraña) es que todos tenemos un problema de identidad.

O sea, que la pregunta fundamental del siglo XXI es qué somos (ese es el auge de las ultraderechas, la reacción al miedo a no saber encontrar una respuesta).

Aunque quizá no sea tanto saber qué somos nosotros, sino saber que los otros no son lo que nosotros somos, si se me permite el retruécano.

O sea, que nosotros, un poner, somos gitanos porque esa chica que se llama Rosalía y trabaja en chándal, no pertenece a nuestro grupo, a pesar de que intenta hacer parecer que sí.

Hoy, hablando de esto me decía una amiga que quizá yo me sintiese como los gitanos si, de pronto, un austriaco adoptase determinados estereotipos asociados a los españoles (las siestas de tres horas, nuestra inagotable resistencia sexual, conocida en todo el planeta), la combinase con rasgos quizá no tan agradables y fabricase un personaje, una identidad que, poco a poco, suplantase a la auténtica, y que cada vez que yo fuera a un sitio y dijera que soy español la gente no me viera a mí, sino que viera el estereotipo.

(Madre mía, imagínate que alguien viera en mí un calco de Bertín Osborne o de Arévalo o de Arturo Fernández).

Dejando aparte ese sonrojo ajeno que nos entra a todos los españoles al ver a los japoneses intentando denodadamente aprender a bailar sevillanas (como si para bailar sevillanas existiera un cromosoma que desapareciese nada más pasar los Pirineos) o esa ternura que todos sentimos cuando vemos a los austriacos bailar salsa con precisión militar (que a nosotros se nos antoja falta de sustancia y de espíritu) lo cierto es que todos somos víctimas de los estereotipos y, es más: nos aprovechamos de ellos sin ningún pudor ¿Quién no ha exagerado el acento o la manera de destrozar las declinaciones para ligar con un/a aborigen? ¿Quién no dice „yo soy español“ para quedar instantaneamente contaminado a los ojos del interlocutor con ese buen rollo que a todos se nos supone?

Rosalía canta en chándal (de táctel, además) ¿Y qué?


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Comentarios

2 respuestas a «Trabajar en chándal»

  1. Avatar de Alba Patek.
    Alba Patek.

    Siempre, gozo al leer sus artículos

  2. Avatar de Anselmo
    Anselmo

    El flamenco, a pesar de su adscripción a Andalucía, es mucho más que una música regional más. Tiene aportaciones hindúes y arabicas, pero no hay que olvidar que se ha desarrollado en una región en que ya hace 2000 años era famosa por bailarinas cuyo arte, posiblemente, era tributario del practicado en rituales religiosos fenicios o incluso tartesicos.

    El flamenco permite una expresión de sentimientos que trasciende límites étnicos o culturales hasta el punto de que no resulta descabellado imaginar a Japón como un futuro centro de desarrollo de este género musical y coreográfico.

    El que haya gitanos que proclamen el protagonismo exclusivo de miembros de su etnia en el desarrollo de este arte, carece de base. Aunque hay que admitir, naturalmente, que lo gitano ha dejado una fuerte impronta en el Flamenco.

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