Un beso en los labios

Antes de ayer, el cardenal Schönborn hizo involuntariamente una revelación a propósito de su biografía. Cuando se dio cuenta, era tarde.

9 de Febrero.- Se atribuye a un periodista español ya fallecido, el cual durante el franquismo fue todo lo que se podía ser en el mundo de la comunicación, un epigrama que pretendía glosar la doble vertiente mundana y divina del Opus Dei, „el Opus Dei es un ten con ten/ entre el cilicio y el Remi Martin“ (el Remy Martin -pronúnciese Martén- era un licor que se bebía en determinadas casas bien entre los setenta y los ochenta del siglo pasado).

Salvando las distancias, se podría decir que la vida del cardenal Schönborn se desarrolla más o menos en el mismo delicado equilibrio.

Por un lado, en tanto que príncipe de la Iglesia católica, está en la obligación de velar por la conservación y el cumplimiento de las esencias doctrinales y, por otra parte, como es una persona muy inteligente (y muy prudente) aunque no lo diga yo creo que es muy consciente de que el marco que dibuja esa doctrina se ha quedado no solo muy estrecho, sino que es perfectamente inútil en muchas ocasiones en un mundo en el que la Iglesia católica, como instancia moral, cuenta ya mucho menos que antes para la lo que suele llamarse el mainstream.

Así pues, siguiendo la doctrina Ricky Martin (o „Martén“) o sea, un pasito palante (María) un pasito patrás, el cardenal Schönborn se pasa la vida embarcado en eso tan difícil (y a ratos imposible) que consiste en querer tener contento a todo el mundo.

Por un lado, a los conservadores (el cilicio) y por otro, a aquellas personas a las que la Iglesia católica ha perdido (el Remi Martin).

Schönborn es consciente -como lo es el Papa- de que la gente, particularmente en Europa, está hambrienta de que la Iglesia haga gestos hacia grupos de personas para los que usualmente ha sido madrastra más que madre.

Y de vez en cuando, los hace, como por ejemplo cuando se entrevistó con un señor homosexual que participaba muy activamente en su parroquia y que obviamente vivía en pareja estable desde hacía muchos años con un caballero, razón por la cual la parte más rancia de su parroquia quería expulsarle.

También fue uno de los primeros personajes de la Iglesia que se pronunció a propósito del tema del que hablaremos hoy: los abusos sexuales.

A finales del siglo pasado y principios de este varios escándalos relacionados con la sexualidad del clero conmovieron la fe de este país, tradicionalmente católico -y mucho más sólidamente católico que España, si se me permite mi opinión- provocando una sangría enorme de fieles que aún no ha conseguido contenerse.

Cuando se descubrieron estos líos sexuales, Schönborn, al principio, y siguiendo lo que hasta entonces era la doctrina oficial dijo que se trataba de „casos aislados“ o que „directamente le parecían increibles“ como cuando, en tiempos de la dictadura nacionalsocialista se acusaba de homosexualidad a los sacerdotes al objeto de desprestigiarles.

Cuando la cuestión fue innegable, el mismo Schönborn dio un paso al frente y admitió que los casos eran ciertos y pidió disculpas públicamente, cosa que sigue haciendo con cierta regularidad, siempre que la ocasión lo exige.

Desde entonces, Schönborn ha estado indudablemente del lado de las víctimas como persona, incluso aunque como es sabido la Iglesia haya hecho mucho menos de lo deseable para atajar las causas de un mal que la corroe y que siembra el escándalo por todo el mundo.

Hoy me preguntaba un amigo por guasap si yo creía que terminando con el celibato obligatorio de los curas se acabaría también la plaga de los abusos y yo le decía que no estaba tan seguro.

Aunque pueda parecer un poco rara mi opinión, yo creo que el asunto de los abusos sexuales en el seno de la Iglesia -o de los abusos sexuales en general- tiene menos que ver con el sexo que con el poder.

Está claro que el hecho de que los curas vivan la sexualidad de una manera muchas veces extraña y por lo que parece no pocas viciada tiene que ver con que no tienen desahogo para una energía que es parte consustancial de la naturaleza humana y cuyo correcto encauzamiento es imprescindible para el equilibrio psicológico de la gente. Nada que objetar a ese respecto.

Sin embargo, no es menos evidente que en todos los casos de abusos existe un ingrediente fundamental: la relación superior-inferior. El abusador deja constancia mediante sus actos del poder que ejerce sobre la víctima.

El cura que sabe que los muchachos no le van a denunciar, el entrenador que crea a su alrededor un círculo de miedo y silencio, el capitán que acosa a la soldado.

Además del poder, todos los casos tienen en común que se producen en unos entornos muy cerrado en donde el acosador puede establecer su control y, sobre todo, en donde puede controlar los flujos de información de cara al exterior. El convento, el colegio, el cuartel. Un control que consiste, supongo, en convertir los abusos en una cosa que sucede en un territorio no verbalizable, en una especie de región paralela a la realidad. Otro punto en común es que se trata de entornos con reglas jerárquicas muy definidas y que nadie discute (de nuevo el poder).

Si los curas pudieran casarse, no hay duda de que los casos descenderían, pero es evidente también que fuera de la iglesia también hay mucho canalla que abusa y que no está obligado por ningún voto de castidad.

A lo que íbamos: hace tres días se emitió en la televisión alemana un programa en el que participó Schönborn y una exmonja, la cual había colgado los hábitos porque un cura la había violado.

La mujer decidió escribir un libro a propósito de la horrible experiencia y lo publicó en 2014.

La televisión de Baviera les juntó, al representante de la Iglesia oficial y a la ex monja y ambos tuvieron una charla de cuatro horas que luego se cortó y se redujo a una.

Durante la charla, Schönborn explicó un episodio de su infancia, en el que un cura le había propuesto besarle en la boca.

Schönborn, que a estas alturas debería haber tenido un poco más de picardía, no se dio cuenta de que estaba ofreciéndole a los periodistas lo que en la profesión se llama „un total“. Para cuando se emitió la entrevista, ya era tarde.

Todos los medios ya habían citado a Schönborn, en sus propias palabras, afirmando algo que la Iglesia oficial niega: o sea, que los abusos no son un caso aislado, que hasta él había sido una „víctima“.

Ayer, el cardenal, a través de la agencia católica de prensa, intentó no se sabe si rectificar expresando su enfado de que se haya utilizado este comentario suyo para „sacarle del armario“ de los abusos y ponerle en la posición de las víctimas, con quien por supuesto no se había querido equiparar al contar esta experiencia personal -fue, probablemente, un comentario hecho al pasar-. Sin embargo, el intento de quitarle hierro a un asunto que no es exclusivo de la Iglesia, por supuesto, pero que la gente siente que la Iglesia, dada su postura ante la sexualidad, contribuye a fomentar, no parece haber tenido mucho éxito.


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Comentarios

Una respuesta a «Un beso en los labios»

  1. Avatar de Anselmo
    Anselmo

    Un profesante de cierta religión pagana comenta sobre los abusos cometidos por sacerdotes, que estos se deben a que la oración de los fieles durante el culto concentra sobre los sacerdotes una forma de energía espiritual que, al no ser canalizada adecuadamente se convierte en una energía sexual desbordante.

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