“Operación Roble” y otras historias de guerra (1/2)

Un vienés con pico de otro trazó una línea que va desde Viena al Grand Sasso y termina en Madrid, uniendo a Hitler, a Mussolini y a Franco para la Historia.

 El día 5 de Julio de 1975 murió en Madrid un ciudadano austriaco a causa de un cáncer de pulmón. Se llamaba Otto Skorzeny y había nacido en Viena sesenta y siete años antes.

No era el único ex nazi que vivía en la capital de España. Por aquel entonces, la dictadura franquista, la única que había conseguido pasar con cierto éxito la aduana del fin de la segunda guerra mundial -si bien disimulando sus aristas totalitarias bajo el mal llamado „milagro económico español“- protegía de manera más o menos velada a gente con un pasado que llevaba una vida más o menos retirada, más o menos adulados por el entourage ultra del franquismo, lo que en la época se llamaba „el búnker“.

Durante toda su vida Skorzeny tuvo una habilidad especial para estar en donde había que estar y, lo que es mejor, para adornar el relato de sus actuaciones para hacerlo brillar de la manera más eficaz posible. Habilidad que alcanzaría su cénit con el relato de una „fazaña“ que le hizo mundialmente famoso: la liberación, al mando de un pequeño comando de las SS, de Benito Mussolini, preso por el Gobierno de transición italiano en el hotel Imperatore, en la meseta de Gran Sasso.

Hasta llegar a ese punto, Skorzeny había recorrido un largo camino que empezó en Viena, como ya queda dicho, en Julio de 1908. El padre de Skorzeny procedía de Checoslovaquia, de los Sudetes, una de las regiones que la Alemania de Hitler incorporó al llamado „Reich“. Proveniente de una familia de la burguesía acomodada, Skorzeny hijo ingresó en los años 20 en la Technisches Universität y, como consecuencia de esto, en la llamada Burschenschaft Marcomannia, que aún sigue existiendo. Marcomannia era en aquella época una organización de extrema derecha. De resultas de los rituales de iniciación que son, aún hoy, corrientes en estas organizaciones, la cara de Skorzeny quedó marcada, de manera que los aliados le llamaban Scarface.

Ya en 1929, Skorzeny tuvo su primer encuentro en Linz con Ernst Kaltenbrunner, uno de los más destacados componentes de las SS, amistad que duró hasta que Kaltenbrunner fue condenado a morir en la horca, por haberse probado su participación en los crímenes nazis durante la segunda guerra mundial.

Durante la etapa previa a la guerra Skorzeny estuvo siempre vinculado al nazismo, o a sus órbitas más próximas, por ejemplo a través de un batallón de voluntarios que se dedicaban a tareas de agitprop dirigidas contra los socialistas austriacos durante los convulsos años treinta. Se hizo miembro, entonces en la clandestinidad, del Partido Nazi en 1932 y tuvo una participación destacada durante la anexión relámpago de la entonces joven y débil República austriaca al Reich alemán. Se dice incluso que, el mismo dia de la anexión, el 12 de Marzo de 1938, fue por su participación que el presidente Wilhelm Miklas se salvó de ser maltratado por los invasores nazis.

Durante la guerra mundial, Skorzeny estuvo vinculado a la Luftwaffe y combatió en Francia, los Países Bajos y la Unión Soviética. En 1943, un motivo tan prosaico como una operación de vesícula biliar le llevó de nuevo a Berlín. Cuando salió del hospital, pasó a la reserva.

Gracias a las influencias de Kaltenbrunner, que tenía una cierta debilidad por colocar en puestos estratégicos del servicio secreto a paisanos austriacos, Skorzeni pasó a formar parte de una unidad especial adscrita al Abwehr, al servicio secreto nazi, bajo el mando del Almirante Canaris.

Más o menos mientras Skorzeny estaba siendo operado de la vesícula, los aliados habían puesto pie en Italia y el Gran Consejo fascista había hecho responsable a Benito Musolini de todos los quebrantos que Italia había sufrido durante la segunda guerra mundial y ordenado que se le encarcelase. Al enterarse, Hitler ordenó una operación para liberar al exdictador. Dicha operación se le encargó a Skorzeny, cuyos únicos conocimientos sobre el tema parece que provenian de haber estudiado manuales aliados a propósito del tema, y a un grupo de paracaidistas que debían acompañarle.

La cosa no fue fácil, primero porque fue bastante complicado localizar al Duce y el éxito de la operación fue bastante una combinación de audacia, buena suerte y de las ganas que tenía el Gobierno italiano de deshacerse del dictador, con el que no sabían demasiado bien qué hacer. Pero eso lo contaremos mañana, con un poco de más tiempo.


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