Las diferencias entre el norte y el sur de Europa son notorias e Isabel Pantoja es el escenario en donde los contendientes se dejan la piel.
Para entender lo que sigue, el amable lector hará bien en pinchar, más tarde o más temprano, en este link.
9 de Marzo.- Se puede decir que, a casi todos los efectos, la zona de Maspalomas y Playa del Inglés (o playa de las Ingles, debido a cierta vacilación en la acentuación) son una zona germanoparlante en la que el español, de vacaciones, puede darse el lujo de ser un extranjero en su propio país.
El viajero -o sea, este viajero- no siente una diferencia brusca entre Austria y esta bonita -aunque algo decadente- zona turística en la que, durante esta época del año, reposan principalmente pensionistas y gays más o menos fondoncillos (a veces también gays que son pensionistas y están fondoncillos, porque tampoco en „le peuple choisi“ es músculo todo lo que reluce) sobre todo venidos de Escandinavia y del centro de Europa.
El personal español es obsequioso y amable y, por mor de las habichuelas, ha aprendido el suajili necesario para entenderse con los vecinos de Bremen, Lübeck o Memmingen.
Di que estaba yo el otro día en una terraza cuando presencié la siguiente escena, que da muy buena idea de la diferencia de mentalidades entre el norte y el sur de este continente nuestro.
A pocas mesas de donde yo estaba sentado mirando al mar había una pareja de caballeros no ya tan jóvenes, de esos que suelen salir en las variantes centroeuropeas de „granjero busca esposa“. O sea, los dos con sus vaqueros y su polo verde oscuro y su pelo cortadito a cepillo (por el qué dirán) y uno de ellos con un pendiente en el pabellón auditivo.
Ambos, obviamente casados desde antes de que Lehman Brothers nos diera a todos dolores de cabeza, componían la estampa de un matrimonio bien avenido, de esos que han dejado atrás los sobresaltos del „hier erwische ich dich, hier tote ich dich“ (o sea, aquí te pillo, aquí te mato) y eran la viva imagen de la placidez conyugal.
En el bar no había mucha bulla, así que el camarero, también, al parecer, miembro del pueblo elegido, pegó la hebra con los dos clientes. Que si de dónde sois, que si tal y que si cual. A esto, Andrea Berg, diva germana de la canción ligera y santa de la devoción del mundo gay germano, sonó por los altavoces (Du hast mich tausend mal belogen, etc). Camarero y matrimonio se pusieron a hablar de la Berg, que si ha hecho una pausa, pero poca, que si ha sacado un disco nuevo (verbigracia, Mosaik), que hay que ver lo bien que canta, y que si me gusta más que la Helene Fischer -Andrea Berg es una mujer de físico contundente que hubiera podido ganar el concurso de drags del carnaval de Las Palmas- que si tal y que si cual.
Cuando Berg terminó su copla, le tocó el turno a Isabel Pantoja (Yemanyá) y el camarero español sintió que le tocaban el tarro de las esencias. Su corazón se inflamó de orgullo patriótico y se creyó en la obligación de explicarle a los alemanes que Isabel Pantoja era la Andrea Berg hispánica. Más que la Berg. Que era una diosa bajada del Olimpo para alegrar a taxistas y homosexuales (y a taxistas homosexuales, por qué no) de este y del otro lado del Atlántico, desde Vigo a Tierra de Fuego pasando por la Ciudad de México Que era una mujer con una voz de oro a la que se le tenía que perdonar hasta el haber tenido un hijo pinchadiscos, haber adoptado a una muchacha que no sabe dónde tiene la mano derecha y, más peor (aún) el haber pasado una temporada a la sombra.
Ante la mención del presidio, por toda respuesta, los dos señores alemanes se miraron y levantaron, sincrónicos, la ceja derecha.
-¿Evasión de Impuestos? -preguntaron circunspectos.
El camarero puso cara como de decir „ A mi Isabel no la meten en el trullo por mariconadas“ (with pardon).
-No, no. Blanqueo de capitales, corrupción.
Los alemanes dijeron „Oh“ y luego „ach so“ y entonces el camarero, soñador, con la bandeja abrazada, se puso a explicarles que Julián Muñoz, alias „Cachuli“ era un político corrupto „korrupter Politiker“ y que Isabel, cegada de amor, como la heroina de alguna de sus coplas, pero no por maldad, se había visto involucrada en una trama en la que los billetes morados habían desempeñado un papel prominente.
Los señores alemanes, mientras escuchaban todo esto, no conseguían entender la admiración del camarero por una delincuente, camarero que hablaba de las corruptelas pantojianas como si la diva del cante hubiera salvado a cincuenta niños rumanos de morir abrasados en el incendio de un orfanato.
Yo, a pocas mesas, rezaba para que el camarero parase pronto (lo llaman vergüenza ajena) pero él, pantojista convencido, no daba tregua. Llegado un punto, los alemanes trataron de cortarle diciendo:
-Es que cuando hablas de la corrupción es como si fuera de algo so…So...-buscaron la palabra apropiada –nett (como diciendo que, en boca del camarero la cosa de robar dinero público sonaba como inofensiva). Luego, se echaron a reir nerviosamente.
El camarero se echó a reir también y remató la faena:
-Bueno, es que lo de la corrupción…Todo el mundo es un poquito Korrupt ¿Es así o no es?
Y yo pensé que Dios coja confesada a nuestra pobre Unión.
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