La Viena Roja

Hace exactamente cien años Viena empezó a ser el sujeto de un experimento que la colocó a la cabeza de las ciudades europeas.

1 de Mayo.- Hoy es el día del trabajador (por lo cual, felicito a mis lectores) y hoy también es el día de la socialdemocracia.

Esta mañana, en la plaza del ayuntamiento de Viena, los socialdemócratas se han reunido en su tradicional desfile y han cantado La Internacional.

Este año, sin duda, es un poquito más especial que otros años, porque justo hace un siglo (vamos, cien años y un mes, para ser exactos) Viena se convirtió en el sujeto de un experimento apasionante que duró quince años, hasta 1934, con el advenimiento del fascismo y que marcó para siempre a la ciudad y que situó a la República Austriaca (la primera, entonces, tan frágil) dentro de lo más avanzado de Europa.

Este experimento pasó a la Historia con el nombre de Viena Roja (Rote Wien) y esta es su historia.

Algo se muere en el alma, cuando un imperio se va

Efectivamente: en Noviembre de 1918, se proclamó la Primera República austriaca como resultado del fin de la primera guerra mundial.

El último emperador, Carlos de Habsburgo (Lorena y olé) se marchó al exilio junto con su mujer (Zita) y su montón de niños, entre ellos Otón de Habsburgo, el cual viviría luego unos años en España. Las tremendas condiciones que impusieron las potencias vencedoras a los perdedores en la contienda mundial provocaron un auténtico trauma nacional.

El cuasi milenario imperio plurinacional de los Habsburgo se deshizo de la noche a la mañana y empezaron a nacer países como setas: Hungría, Checoslovaquia…Qué sé yo. Austria, cuyas fronteras eran entonces más o menos las de hoy, se conformó con lo que no quiso nadie más. O sea, básicamente Viena y la parte Alpina hasta Suiza.

En un primer momento, las clases dirigentes incluso pensaron en fusionar Austria con Alemania, pero los vencedores de la guerra lo prohibieron expresamente. Bajonazo general.

¿Y Viena? Pues a Viena también le costó encontrar su sitio, lo que hoy se llamaría un nuevo concepto.

Como pasa con todas las capitales, bajo los Habsburgo, Viena era una ciudad de aristócratas y de funcionarios.

Todo aquel que quería estar en la pomada (o sea, cerca de donde se tomaban las decisiones) tenía que vivir aquí. Sin embargo, como es lógico, cuando los territorios del antiguo imperio se fueron desgajando, también los funcionarios que los administraban fueron haciendo las maletas y Viena, que durante la guerra había tenido una población de más de dos millones de habitantes, inevitablemente perdió mucho de su lustre -cien años después, Viena aún no ha recuperado el número de habitantes que tenía antes de la guerra mundial-.

También, como suele suceder en estos casos, la gente reaccionó achacando a los Habsburgo y a lo que ellos representaban (la turra con el ceremonial, la religión y los valores conservadores) lo malamente (trah,trah) que lo estaban pasando.

Así pues, los padres de la nueva constitución del Estado Austriaco, capitaneados por un caballero llamado Hans Kelsen, tomaron una serie de decisiones que eran el no va más del progresismo y que soliviantaron bastante a lo que todavía quedaba de la carcundia imperial. Por ejemplo, instauraron el sufragio universal o le permitieron estudiar a las mujeres (es cierto que, al principio, no muchas mujeres se atrevieron y las primeras estudiantes universitarias no se inscribieron hasta cuatro o cinco años después). Otro punto fundamental que favoreció el nacimiento de la Viena Roja fue que esa constitución fijó un nuevo modelo de Estado.

De cómo los socialdemócratas encontraron un aliado en el capitalismo

Los socialdemócratas, cuando se pusieron a darle vueltas a la cosa, querían una Austria centralizada en tanto que los Länder querían un modelo federalista, que fue el que aún triunfó y el que aún funciona (con el paréntesis del nazismo).

De esta manera, Viena pasó a ser una ciudad y, además, su propio Land (en España, la Comunidad Autónoma). Cosa que, como luego veremos, resultó muy importante para la historia que nos ocupa.

En Marzo de 1919, en las primeras elecciones celebradas en Viena con sufragio universal , gana la socialdemocracia. Los socialdemócratas se encuentran con un panorama económico bastante negro. Al fin de la guerra mundial le siguió una hiperinflación galopante. Las clases medias y la burguesía que había sido el cimiento de la prosperidad vienesa antes de la guerra (de qué hubiera vivido Klimt si no) se vieron de pronto sin un Schilling pero la hiperinflación también tuvo un efecto colateral: las deudas de la ciudad de Viena se vieron reducidas. Esto, junto con el cambio de modelo de Estado permitió que la ciudad de Viena tuviera un remanente de dinero fresco para invertir.

Sin embargo, no era suficiente para el ambicioso programa de inversiones que los socialdemócratas tenían en mente cuando ganan las elecciones de 1919. Es entonces cuando tienen la idea brillante de buscar a un profesional de las finanzas para que les ayude y entra en escena Hugo Breitner.

Breitner que más tarde sería el director de uno de los grandes bancos austriacos, se rasca la cabeza y reflexiona y se da cuenta de que, la única manera de financiar los nuevos proyectos socialdemócratas es por medio de impuestos. Sin embargo, la inflación había acabado con el dinero de las clases medias y de la burguesía, así que con esa fuente de ingresos no se podía contar. Breitner decide entonces buscar el dinero en donde lo hay: o sea, en las cuentas corrientes de los nuevos ricos que se habían forrado con la especulación. Se convierte entonces en un Robin Hood que quita a los ricos para dárselo a los pobres. Regada con esta lluvia de dinero, Viena no tardará en florecer.


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