Ayer, desgraciadamente, un incidente deslució la conmemoración anual de la liberación de Mauthausen. Una española fue la protagonista.
6 de Mayo.- El 5 de Mayo de 1945, fue liberado el campo de Mauthausen/Gusen, en las cercanías de Linz. Creo que, para mí, es uno de los sitios del mundo en donde lo he pasado peor en esta vida. Me pasé gran parte de la visita llorando hasta el sollozo. Recuerdo que había un grupo de estudiantes americanos que andaban por allí también –un día de diario, fuera nieve, un frío glacial- y que, cada vez que me veían pararme ante una vitrina del museo, con los ojos arrasados en lágrimas, me miraban conmiserados, pensando sin duda que habría perdido algún familiar. Y eso que estuve solo de visita. No me quiero imaginar a la pobre gente que tuvo que penar en aquel infierno.
Se da la circunstancia de que en Mauthausen murieron (y penaron) muchísimos paisanos españoles y que, anualmente, se organiza una comitiva que conmemora la liberación del campo, lógicamente con el deseo de que no se vuelva a producir jamás, ni en Europa ni en ninguna parte del planeta, una aberración semejante. También el comité de Mauthausen se encuentra siempre vigilante denunciando a aquellas entidades y organizaciones de extrema derecha que defienden ideales contrarios a la concordia y a la buena convivencia entre las razas y las religiones.
No se puede negar que las encuestas son bastante inquietantes al respecto. Sin ir más lejos, un partido afín a los cafres que dejaron morir como a perros a miles de paisanos nuestros (y suyos) sin ningún tipo de remordimientos, que reivindica los valores que sostuvieron la dictadura franquista y a la figura de su siniestra cabeza, ha entrado en el parlamento en las últimas elecciones. Aquí mismo, en Austria, parte del Gobierno coquetea con grupos no menos oscuros (si bien, de momento, afortunadamente menos poderosos) mientras con la boca pequeña dice distanciarse de ellos. Vuelve a resurgir la idea de la « identidad » como elemento excluyente, la figura tóxica del « hombre fuerte » cobra auge de nuevo, brotan de nuevo los nacionalismos y el sarpullido del fanatismo religioso.
Por si esto fuera poco, el nazismo, en España, además, suele tomarse bastante a la ligera.
Influidos por el cine, que suele representar a los de la cruz gamada como unos tíos guapísimos, rubísimos y de ojos azulísimos, elegantemente vestidos (los uniformes eran de Hugo Boss) y con las mismas malas pulgas que cuando uno duerme una siesta demasiado larga, los celtíberos hemos asimilado que los nazis eran en general una gente que tenían como peor defecto una querencia algo extremada por el orden y la autoridad.
De ahí, sin duda, que « nazi » sea, entre nosotros, poco más que un insulto dedicado al jefe hueso o al amigo ordenancista.
Con el rodar de las décadas, la palabra y la dictadura (asimilada también a la progresiva banalización de nuestra dictadura, que fue durante mucho tiempo tan salvaje y criminal como la alemana) la palabra nazi, el nazismo, se han ido convirtiendo en una cosa relativamente inofensiva (quizá también porque las películas sobre el holocausto son, sobre todo, historias de supervivientes y la gente, principalmente la de currículum académico más escaso, se ha mentalizado de que ser perseguido por los nazis no era mortal, o sea, que se adelgazaba mucho, pero que nunca llegaba la sangre al río, que era una cosa como ir a una versión extrema de Supervivientes).
Esta será quizá la razón última del incidente con el que ayer deslució la conmemoración anual la Sra. Gemma Domènech, directora general de Memoria Democrática ( whatever that is supposed to mean) de la Generalitat Catalana.
Se encontraba ayer en Mauthausen en compañía de la Ministra de Justicia (en funciones) Dolores Delgado, para honrar la memoria de los españoles que cayeron o sufrieron cautiverio (o cayeron y sufrieron cautiverio) en Mauthausen/Gusen. Por cierto, ninguno de ellos presente. Los cinco que sobreviven aún están muy viejecitos y no pudieron acudir a dar testimonio.
Aprovechando que el Danubio pasa por Linz, la Sra. Domènech mencionó (y, supongo, trató de equiparar) a uno de los caballeros que, en este momento, se encuentran en prisión preventiva por el asunto de la independencia (fallida) de Cataluña. Habló de « presos políticos » lo cual, por supuesto, sería solo una tontada si no fuera además un insulto para la memoria de los pobres que sí que lo eran y que murieron en Mauthausen.
No hay que tenérselo en cuenta a la Sra. Domènech, porque ella debe de estar convencida de que su batalla contra el Gobierno democrático español legítimamente salido de las urnas y que representa a un estado en el que, felizmente, reina el imperio de la ley, puede compararse a padecer bajo un estado totalitario sin las mínimas garantías jurídicas, y en donde la vida de un ser humano (como sucedía en el nazismo) valía menos que cuarto y mitad de cerebro de influencer.
La Ministra de Justicia, en parte por obligación de su cargo y en parte, supongo, como persona con dos dedos de frente, se marchó cuando la Sra. Domènech empezó a decir lo que en opinión de cualquier persona imparcial son desatinos.
Luego, volvió y, ahora sí, honró la memoria de todos los españoles que habían caido en Mauthausen. De todos. Como debe ser. Sin más.
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