Touch me, Rock

Sus controles nunca fueron demasiado estrictos, pero todo indica que, a partir de ahora, hasta podríamos echarlos de menos.

1 de Julio.- Hay empleados de los que uno puede decir sin temor a equivocarse que destacan por encima del nivel de la empresa en la que trabajan. Lo cual, por supuesto, no tiene por qué ir en menoscabo de la empresa, sino en elogio del trabajador.

Una de esas personas es Corinna Milborn, la jefa de informativos de Puls 4, la cadena privada austriaca más humilde.

A Milborn, el hecho de tener que informar sobre descuartizamientos, accidentes y videos de gatitos (servidumbres de trabajar en una cadena que se debe a los anunciantes tanto como a un cierto sector de público) no parece causarle el menor problema. Aún teniendo que trabajar con muchos menos medios que en la ORF, ella parece sentirse cómoda y hace su trabajo de una manera sumamente profesional y, lo dicho, por encima de lo esperable en su posición y en el marco de la empresa en la que trabaja.

En Puls 4 han inventado una cosa que se llama «Conversaciones de Verano » (Sommergespräche) que es un poco la versión para económicamente débiles de las mismas conversaciones de verano que hace la ORF en Agosto, generalmente eligiendo un marco incomparable de belleza sin igual en Austria. En la última de estas conversaciones, la semana pasada, el invitado fue Sebastian Kurz. El político, que se encuentra probablemente « between jobs », ya que todas las encuestas le dan como casi seguro ganador de las próximas elecciones, estaba mucho más cómodo que en la ORF, porque sabía que Milborn no es Wolf, aunque Milborn, por la cuenta que le trae, haga como que sí, y mantenga las entrevistas en un ten con ten contundente pero no agresivo (y, por supuesto, no se permite ciertas ironías que son las que hacen que sus fans, entre los que me incluyo, se rían muchísimo). Parte de la tranquilidad de Kurz quizá también se debiera a que Puls 4 tiene una audiencia (en números) modestita.

Le preguntó la presentadora al político por los donativos que recibió el Partido Popular austriaco (decíamos estos días pasados) y Kurz volvió a hacer como que se indignaba, argumentando, como los malos estudiantes, que él no suspendía por falta de conocimientos, sino porque la profe le tenía manía. En este caso, este argumento, que hemos escuchado todos a condiscípulos perezosos o lerdos (o perezosos y lerdos) se cifraba en que la perversa oposición solo hablaba de los donativos cuando era el Partido Popular el receptor, como si quisieran insinuar algo. Como si hiciera falta, por otra parte.

El incómodo tema de los donativos ha venido rodando por aquí y por allá hasta que ayer los otros partidos (Socialistas, Liste Pilz y la ultraderecha) anunciaron que se habían puesto de acuerdo para una nueva reglamentación de esos donativos. A la vista de lo que acordaron, uno podría pensar en ese refrán tan ordinario que dice que quien a sí mismo se capa buenos cojones se deja (uy, perdón, que he dicho deja).

A primera vista, la cosa incluso cuela. Se reduciría la cifra final de donativos que los partidos políticos estarían autorizados a recibir y la cantidad máxima por donante y, además, si un partido se saltase el marco presupuestario fijado por la autoridad electoral para la campaña tendría que pagar una jugosa multa. Bonito, ¿Verdad ?

Pero es que la cosa tiene un pero (y aquí viene lo de los cojones). A partir de la entrada en vigor de esta reglamentación, el tribunal de cuentas no podrá escudriñar más los libros de cuentas de los partidos políticos y se nombrará a « tres expertos » que tampoco podrán mirar los libros, por cierto, que evaluarán la información presentada por los partidos y su verosimilitud (átame esas moscas por el rabo).

El control del Tribunal de Cuentas nunca fue lo que se dice exhaustivo pero ahora esto tiene pinta de que va a ser the house of touch me, Rock (o sea, la casa de tócame Roque).

En el transcurso del famoso vídeo de Ibiza, mientras discutía con la supuesta oligarca rusa, Strache decía temer al Tribunal de Cuentas austriaco. Alguien que también lo temía ha decidido que había llegado al hora de desactivarlo.


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