En donde se explica cómo un grupo de austriacos casi totalmente vírgenes de cultura taurina se enfrentan a las corridas (con perdón).
11 de Julio.- Tengo que reconocer que nunca he sabido qué pensar de los toros, lo cual me hace pensar que, en realidad, siempre fui un finlandés que, por accidente, nació en España.
Como decía Rigoberta Menchu, a mí me nació la conciencia en un pueblo taurino. Tan taurino, que lo llaman „la Pamplona chica“, pero quizá porque los festejos taurinos de ese pueblo siempre se celebran en un momento del año que, para mí, es triste, o sea, cuando el verano empieza a morirse y empieza a refrescar, la cosa taurina siempre me ha dado mucha pereza y he procurado, como con el fútbol, que mi camino y el suyo se cruzasen lo menos posible.
Aun así, inevitablemente, como le pasa a cualquier español, he crecido rodeado de toros por todas partes menos por la conciencia, así que lo que no me ha venido por aquella televisión asmática en blanco y negro que fue la tatarabuela del plasma que tengo hoy, me ha venido por los cuadros de Goya o por la poesía de Alberti o de García Lorca. Lo que sé de los toros me ha venido en gran parte por mi curiosidad insaciable y por esa ambición que uno siempre ha tenido de tener una cultura general. En cualquier caso, ni los toros me ofenden lo necesario para ser un acérrimo adversario de ellos (cosa extraña en mí, que soy un gran amante de los animales) ni tampoco me interesan suficientemente como para que me enardezcan.
Y lo mismo que me resulta francamente repugnante el folklore del tipo viejarras despatarrado en un tendido de sombra masticando un puro, me da mucha pereza lo que se viene llamando el animalismo, porque intuyo en él un fanatismo del que soy en todo caso enemigo.
Me espanta la gente que cree en cosas sin preguntarse por qué cree en ellas y sin que le quepa la sospecha de que puede estar equivocada.
En cualquier caso, como sucede con otras cosas anticuadas, como la religión, me daría cierta pena que desaparecisen del todo los toros, porque significaría que, para entender nuestra cultura, habría que entrar en enojosas explicaciones que, como pasa siempre con ellas, le quitarían toda la gracia a la cosa. Y partes de mi corazón, como el Museo del Prado, quedarían un poco muertas. Cosa que me daría tanta lástima como que se secase el lago Neusiedl o se quemase la Biblioteca Nacional.
A pesar de todo lo anterior, sospecho que, con los años, he reunido algún conocimiento sobre los toros -no mucho- y hoy me he visto en el deber de compartirlo y, de paso, echar un rato muy divertido.
Resulta que hoy, en mi trabajo, durante la hora del almuerzo, mis compañeros han estado preguntándome sobre los toros. No sobre lo que yo pensaba, que les he explicado resumidamente como queda más arriba, sino sobre la parte logística del asunto.
La cosa ha surgido por los Sanfermines y tirando del hilo una compañera que es mujer de mundo (no hay pais del globo que no le haya sellado el pasaporte) ha estado explicando a los demás austriacos sus experiencias en los toros. En la variante portuguesa y en la variante española (en Portugal no se mata al animal y en España, como es sabido, sí que se envía a los animalitos a pastar por los verdes campos del Edén).
Era muy divertido escuchar las cosas que le llamaban la atención y cómo lo explicaba todo.
Por ejemplo, que hubiera entradas de sol y entradas de sombra (clasismo este que a los españoles nos parece evidente).
-!Y menos mal que compramos mi marido y yo las de sombra, porque hacía un calor tremendo! -no se ha podido acordar en dónde había sido la corrida, pero se conoce que fue en el sur.
Otra compañera me ha preguntado que se hacía con los toros una vez muertos y que si se daba la carne a los pobres (a ella, por alguna razón, le parecía que ya que el animal sufría por lo menos que fuera por algo benéfico). También me han pedido que les explicara por encima las diferentes suertes, y la función que tenían los „picaderos“ (picadores). También les llamaba mucho la atención el asunto de los premios que reciben los toreros, que si las orejas y que si el rabo -a un compañero francófono, lo del rabo ha habido que traducírselo, y la traducción le ha dejado bastante pensativo-; no esoy seguro de que hayan entendido demasiado bien lo de recibir el toro „a puerta gayola“.
Supongo que hay cosas que, como en el idioma original, no se entienden.
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