Nestroy, el mago del dialecto vienés (y 2)

Las obras de Johann Nestroy siguen hoy en día tan vigentes como el primer día. Privilegio de los genios. Hoy vemos por qué.

28 de Julio.- En el capítulo anterior habíamos dejado a Nestroy escribiendo para mantener surtidas de material a dos compañías teatrales bajo la tutela de su jefe y empresario, Carl Carl.

Las obras de Nestroy son sátiras a veces nada amables de la sociedad de su tiempo. Por ejemplo, en La Chica de Extramuros, se hace un retrato que aún hoy es muy crudo de los señores ricos que salían de las murallas de Viena (lo que hoy es el distrito uno) para ir a pescar muchachas pobres a los suburbios, a las que seducir y luego dejar tiradas como una colilla.

En 1848, cuarenta años después del apogeo de las guerras napoleónicas, estalla la revolución que termina poniendo al emperador Francisco José en el trono. Durante un tiempo -que no dura mucho- las añejas clases dirigentes tienen que hacer concesiones. Entre ellas, por ejemplo, el abrir la mano con la cuestión de la censura. Nestroy, que ya tiene cuarenta y siete años, utiliza esta circunstancia para hablar más directamente de las cosas que le interesan, hasta el punto que sus obras de este periodo se hacen tan audaces que, cuando la censura vuelva por sus fueros, no podrán ser vueltas a representar.

Los últimos años de la vida de Nestroy están marcados por el fallecimiento de los hombres con cuya ayuda ha construido su reputación teatral, entre ellos Carl Carl, que muere en 1854 (ocupará su puesto de director de teatro) y su compañero favorito de escenarios, Wenzel Stolz.

Nestroy murió a los sesenta y un años, en 1862, en Graz, y siguió actuando hasta el último momento.

La importancia de Nestroy para la dramaturgia de su tiempo fue capital, fundamentalmente porque como todas las personas graciosas, Nestroy fue inteligentísimo y enormemente observador.

Sus obras siguen vigentes hoy en día porque encontró un punto perfecto entre el realismo y la fantasía. Un punto muy personal que entroncaba con la tradición sobre la que, por ejemplo, se había construido La Flauta Mágica de Mozart (una obra musical con partes cantadas) pero que, al mismo tiempo le ofrecía al público una cosa totalmente nueva: la posibilidad de ver sobre el escenario problemas y gentes a las que reconocía y con las que se sentía identificada.

En cierto sentido lo que hizo Nestroy fue muy parecido a lo que, doscientos años más tarde, hicieron los cantautores de la era dorada del austropop: o sea, utilizar los recursos del lenguaje de la calle para crear una cosa nueva, ingeniosísima, graciosa y de un ritmo endiablado. Son unos textos que para un actor sin duda son un reto, pero que destilan una rapidez que, si se es extranjero, como me pasa a mí, es difícil de seguir, pero que, sin duda, te dejan con ganas de más. De mucho más.

Por último, una seña de identidad del estilo Nestroy (y, sin duda la que más problemas le dio en vida) fue la de introducir por entre la trama cancioncillas en las que los personajes declaraban al público sus puntos de vista. Los llamados Couplets (o sea, nuestros cuplés o las castizas coplillas).

Se trataba en general de melodías sencillas de las que solo estaban escritas las primeras estrofas y las que el actor improvisaba el resto.

(Esta improvisación, como decíamos en el capítulo anterior, fue la que le costó a Nestroy sus dolores de cabeza con la férrea censura de la época).

Parece ser también que, en su intención de satirizar las costumbres de su época, Nestroy era de ese tipo de gente graciosa que no sabe dónde parar de hacer chistes. Obras hubo suyas que fueron pateadas por un público que iba al teatro a mirarse al espejo pero que no apreció la imagen que el espejo le devolvía.

Quizá por eso las obras de Nestroy siguen tan vivas como entonces.

Por cierto, y ya para terminar: la gran intérprete de las obras de Nestroy en el siglo XX fue la actriz, fallecida este año, Elfriede Ott.


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