Setas caducadas

Hay gente que, cuando no sabe qué respuesta dar, le carga el muerto a su mujer o a su marido. Siempre es mala señal

17 de Septiembre.- Yo siempre digo que, aunque pueda parecer lo contrario, las Historias de Austria y de España son paralelas. O sea, que es como si los dos países fueran dos ciclistas corriendo una etapa del Tour de Francia y alcanzando, poco a poco, con alguna diferencia, las mismas metas volantes.

Así, cuando cayó el nazismo y los aliados « intervinieron » el país (y Europa entera), que se hubiera dicho ahora, para intentar en lo posible que Austria volviera a ser una nación más o menos normal, realizaron la misma cirugía política que los servicios secretos americanos, en colaboración con el gran capital, hicieron en España tres décadas más tarde, cuando ( demasiado tarde para lo que hubiéramos necesitado) nos libramos del franquismo para quedarnos boquiabiertos con Rafaella Carrá (mucho más divertido, dónde va a parar).

Al objeto de construir un marco estable, se trataba de crear dos fuerzas, una de centro derecha que agrupase a los restos del régimen anterior y a los conservadores, y otra de centro izquierda (pero no muy de izquierdas) que agrupase a la progresía. Los mimbres con los que esto se hizo en Celtiberia son sin duda conocidos del lector, porque ya forman parte de la leyenda áurea de la transición. En Austria, se eliminó del mapa a los nazis más conspícuos y con el resto se hizo de tripas corazón, porque los aliados vieron que, si de verdad aplicaban la política de tolerancia cero con los restos del nazismo austriaco, no solo se quedaba el Estado sin cuadros que lo dirigiesen, sino que, por fas o por nefás, hubiera habido que jubilar anticipadamente a medio país.

-Por ley natural, ya se irán muriendo los « más peores » –debieron de pensar. Fueron muy optimistas, porque como todo el mundo sabe, las malas hierbas no fallecen.

La decadencia de este sensato sistema, que tanta estabilidad ha proporcionado a Austria (y a Celtiberia) y que también funcionó en Alemania, va corriendo curiosamente paralela a la decadencia del propio poder estadounidense como gran potencia mundial. Conforme a la pax americana se craquela y el sistema trata de soportar la erosión de tener a su frente a un tipo con el que nadie en su sano juicio iría a comprar ni cien gramos de jamón de York, también en Europa la sensatez trata de ponerle coto al populismo, especialmente al populismo ultraderechista y al rebrote de lo más idiota del nacionalismo (si es que hay algún nacionalismo que no sea completamente imbécil).

El problema de este sistema tan sólido es el mismo que el que tienen las vacunas. O sea, que como funciona bien, la gente da por supuestas las ventajas que proporciona y la estabilidad conseguida y, más tarde o más temprano, el matrimonio formado por la llamada clase política y la ciudadanía se deshace por puro aburrimiento, como una pareja que, abandonado el aquí te pillo aquí te mato, se instala en la somnolencia.

Fruto de este aburrimiento son, en Austria, determinados fenómenos políticos periódicos que siempre juegan un poco con eso de que « nosotros no somos el stablishment ». El último de los cuales fue la escisión de Los Verdes producida por Peter Pilz, el cual se lanzó a una carrera en solitario que empezó muy bien pero que, entre pitos y flautas ha ido perdiendo gas (un factor nada despreciable quizá fue el enamoramiento profundo que Peter Pilz mantiene consigo mismo) hasta el punto de que, lo que jugaba a ser la gran esperanza blanca de la política austriaca, lucha en estos momentos con unas encuestas que le dan apenas un uno por ciento de los sufragios y, con él, la salida del Parlamento.

Ayer, en las noticias regionales de Burgenland, un Peter Pilz cansado, imagen pura de la desgana, intentaba convencer a la audiencia de que su movimiento no había alcanzado (todavía) el encefalograma plano, pero estaba claro, por su lenguaje corporal y la expresión de su cara, que no se lo creía ni él. De hecho, la entrevista terminó de una manera un poco rara (y, en todo caso, de una manera muy poco triunfal) cuando el presentador le preguntó a Peter Pilz si pensaba jubilarse después de las elecciones, a lo que él respondió que no lo sabía, que ya vería, que se lo preguntaría a su mujer.


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