Cara de Bambi

Poner cara de Bambi puede sacarle a uno de muchos apuros, como verá el lector en este último capítulo de la serie.

5 de Noviembre.-

(La primera parte de esta serie está aquí)

(La segunda, aquí)

Eran las tres y pico de la tarde. Yo llevaba en el Lugner City desde la una y cuarto. Sin beber. Hacía un calor infernal y me moría de sed. No podía ni imaginarme lo que debían de estar pasando aquellos hombres y aquellas mujeres que, por fuerza, en el escenario tenían que darlo todo con una sonrisa tensa, parecida a la de los bailarines de ballet clásico.

Mi amigo Viorel, en aquel pasillo semidesierto, alfombrado de mantas viejas –eran viejas para evitar que se manchasen con el bronceador artificial- creyó llegado el momento de empezar a « bombear » antes de salir al escenario (no lo sabíamos entonces todavía, pero su « bombeo » fue tan exitoso que le granjeó el segundo puesto de su categoría).

Racnea Racnea Racnea

Serio, se instaló en las orejas unos auriculares por los cuales empezó a escuchar « música de motivación » (para cada deportista esta motivación musical es diferente, los hay que se motivan con tecno y los hay que se motivan con Tom Jones o las Azúcar Moreno). Acto seguido, empezó a hacer series de bíceps con una pesa que, por la pinta, pesaba como un crío de cierta edad. Yo, hice fotos de aquella liturgia. Cuando se puso a hacer fondos (todo sea por el bombeo) creí llegada la hora de buscar posiciones en la zona VIP, la del jurado. Me volví a calzar el badge y salí al patio cubierto del Lugner City, ya hirviente de la emoción de varios cientos de personas (en su mayoría turcas) que observaban a los contendientes. Estos entraban en el escenario en grupos de seis o siete. Había una señorita (o señora) que los pastoreaba siguiendo las instrucciones de un speaker.

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La señora tenía que lidiar a veces con la indisciplina de aquellos esforzados de las mancuernas. El speaker se refería a ellos por la megafonía como si se tratase de seres no del todo dotados de humanidad. De hecho, utilizaba la palabra « Stück » (pieza) para describir si faltaba alguno :

-Maripili, están ya todos los atletas preparados ?

Y Maripili hacía señas de que no, de que le faltaba alguno. Y el speaker :

-Tienen que ser, siete « piezas ».

Y la otra, como en una película muda, los contaba, uno, dos, tres, cuatro…Y luego con mucha mímica decía que solo tenía seis « piezas ». Y el speaker :

-Rogamos a Mahib Muhangani que se persone en el escenario para la competición.

Al final, Mahib Muhangani hacía acto de presencia y, aliviada, la señorita daba paso a la competición.

Yo, con mi badge, me puse delante de un segurata que guardaba el acceso a la zona restringida. Él lo miró y, tras un titubeo que a mí me pareció eterno, me dejó pasar. Yo decidí aprovechar el tiempo y me puse a hacer fotos ( !Qué gran invento, el teleobjetivo !). Los jurados, con cara de supremo aburrimiento e inmunes al entusiasmo del speaker, examinaban las musculaturas de aquellos hombres deshidratados e infraalimentados.

-Bíceps, cuarto de vuelta –los pobres se ponían en tensión- espalda, cuarto de vuelta. Y así.

Di que estaba yo de lo más concentrado –ese momento que todos los fotógrafos anhelamos, en donde uno tiene la sensación de ser invisible- cuando me tocaron en el hombro. Glups.

Me volví. Era una señora de color, muy guapa y muy elegante. Pero con unas malas pulgas más que evidentes.

-Me puede enseñar su identificación ?

Le mostré el badge.

-Pero usted no es un atleta.

Con un rápido movimiento, me di cuenta de que los badges de los fotógrafos eran azúles y el mío, de musculitos, era rojo.

-Me lo ha prestado un amigo que va a competir ahora.

-Pero usted no es un atleta –a la vista está, señora, pensé yo.

-No, soy fotógrafo –dije yo, poniendo la mismita cara de Bambi y parpadeando mucho.

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-Y su badge ? –aquella mujer era indoblegable.

-Es que voy a fotografiar a un amigo que compite ahora.

Silencio ceñudo de la señora.

Bambi :

-Si quiere me puedo ir.

-No, no, le dejo que se quede. Pero solo a usted.

(La cara de Bambi me ha permitido siempre salir de apuros, era infalible contra los yonquis que me acosaban en mi juventud pidiéndome que les subvencionase las pastillas de la risa y, por supuesto, ha funcionado también esta vez).

Decidí seguir haciendo fotos, pero desde un lugar más discreto (un lujoso sofá de cuero que me garantizaba un ángulo de tiro propicio.

En un grupo de cinco, llegó Viorel. Vio y, naturalmente, venció. El segundo.


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