El escalofrío

En medio de una conversación ¿Se ha sentido usted alguna vez desnudo? Estoy seguro de que sí.

16 de Noviembre.- Hace unos días estaba en el MUMOK (Museo de Arte „Moelno“) de Viena con otra española.

Di que estábamos en una instalación, dando saltos (sí, el MUMOK mola por eso) cuando, entre salto y salto, nos pusimos a hablar de esto y de lo otro. De pronto, en mitad de la conversación, mi interlocutora dio un respingo y dijo:

-Ay, paro ya, que estoy hablando en español y te estoy contando demasiado -quería decir que, al estar hablando conmigo en español, quizá estaba contándome cosas demasiado personales que era incorrecto o vergonzoso que yo supiera.

Cualquiera que haya pasado más de un determinado número de años aquí y cuya vida se desarrolle en alemán (o en otro idioma que no sea el español) estoy seguro, segurísimo, de que se habrá sentido identificado con el repentino acceso de pudor que sufrió mi amiga el otro día.

Es una sensación de desnudez súbita, de haber hablado más de la cuenta que (para tranquilidad de mi amiga lo digo también) está totalmente injustificada en la mayoría de los casos.

A mí me pasa, sobre todo, cuando voy a España, pero también cuando aquí me encuentro con otros españoles, particularmente si no los conozo en profundidad.

La primera vez que me sucedió, me puse a pensar también sobre esta sensación curiosa y llegué a la conclusión de que al cerebro, acostumbrado a la dificultad que implica hablar alemán, le resulta alarmante el hecho de la facilidad con la que uno se expresa en su idioma materno. Una facilidad que puede conducir a terrenos peligrosos.

A lo largo del proceso de aprendizaje del alemán, además, se produce yo creo un proceso de decantación curioso. El idioma aprendido se transforma, más y más, en un idioma „social“ en el que, por un lado, tendemos a decir solamente cosas convencionales, cosas solo aptas para hablar con desconocidos, por ejemplo ese small talk (que yo odio tanto) que uno practica con los vecinos o con gente que no pertenece a nuestro ámbito íntimo.

Al mismo tiempo, el idioma aprendido guarda una relación con nuestro idioma materno como los billetes del Monopoly con el dinero de verdad. O sea que, instintivamente, tendemos a pensar que las cosas dichas en un idioma que no es el nuestro no tienen peso.

Este hecho se ve claramente con los insultos y las palabras malsonantes. Estoy seguro de que, si hiciéramos una encuesta entre los lectores de Viena Directo, saldría que los insultos o las descalificaciones que a uno le dicen en alemán (si tiene la mala suerte de que se las digan) le duelen menos, le resultan menos insultantes o dolorosos que los que a uno le dirigen en su propio idioma.

Es más: las palabras malsonantes en un idioma extranjero resultan liberadoras porque no llevan aparejada esa cierta sensación de culpabilidad, de „suciedad“, ese „filo“, esa „capacidad ofensiva“ que tienen asociado en nuestro propio idioma.

Ese es el aspecto puramente lingüístico de la cuestión, pero hay otro todavía más interesante (espero que al lector este asunto le haya resultado tan interesante como a mí).

La personalidad que desrrollamos para hablar alemán están sumamente condicionada por los valores que imperan en esa zona de nuestra vida.

Como todo el mundo sabe, la cultura centroeuropea es muchísimo más contenida en la expresión que la cultura meridional europea.

Esa sensación de pudor repentino, de desnudez súbita, se puede interpretar también como una especie de „invasión“ o „toma de control“ de la mitad de nosotros que habla alemán con respecto a la mitad de nosotros que habla español.

Es un poco como si la personalidad alemana hiciera de „policía“ y, cuando sonara la alarma, le dijera a la parte hispanohablante:

-!Pero qué estás haciendo! ¿Qué cosas le estás contando a este desconocido?

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