Rencor

Suele decirse que donde fuego hubo brasa queda, pero la verdad es que lo que suele quedar es rencor. Sordo y cruel.

29 de Noviembre.- Hace ya muchos años (tantos, que parece que fue en otra vida) me vi implicado en el proceso de divorcio de dos amigos. No fue una cosa fácil ni agradable, por supuesto. Como a mí me gusta decir, a partir del momento en que compartes una cierta intimidad con una persona (que es un eufemismo que suelo usar para no decir „a partir del momento en que te acuestas con alguien“) no solo le das los instrumentos necesarios para que te quiera y para que te cuide, en la salud y en la enfermedad, en la riqueza y en la pobreza, sino que también le das las herramientas necesarias para que, si quiere, te pueda destrozar la vida para siempre.

Estos dos amigos empezaron muy bien, todo hay que decirlo. De una manera inteligente y civilizada. Pero „sin encambio“ como dijo el clásico, la cosa cambió cuando una de las partes se enteró de que había habido terceros en la ruptura (hasta entonces, la versión oficial iba del „no te merezco“ hasta el „se nos rompió el amor de tanto usarlo“). Fue aparecer esta tercera persona y se declaró la guerra. Sin cuartel. Sin piedad. Sin respeto por la dignidad, ni por la vergüenza (mucha o poca) ni por la decencia.

Y así, tristemente, dos personas que habían pasado una década compartiendo mesas, sábanas y manteles, terminaron peleándose (lo vi yo con estos ojitos) por una botella de Bailey´s que ni siquiera estaba nueva.

Una pena.

A partir de ahí, todo fue un sinvivir y un recuento mafioso de las amistades que se habían decantado por uno o por otro bando. Ni que decir tiene que reinaba el „si no estás conmigo estás contra mí“ y la equidistancia estaba prohibida (aún para aquellos que pensábamos que las dos partes contendientes se estaban compartiendo con la misma feroz imbecilidad).

Toda esta jarana recuerda mucho a la guerra entre el FPÖ y su antiguo jefe.

La cosa, recordarán mis lectores, empezó muy bien (bueno, dentro de lo que cabe, como siempre). Strache dando una rueda de prensa en un bar del distrito más pudiente de esta capital diciendo que él no quería hacerle daño a su partido de su alma y oficialmente retirándose de la circulación para limpiar su reputación.

Después, hubo un momento (coincidiendo quizá con todo el lío del escándalo del escaño de „la señá Felipa“) en que Strache fue informado de que, a pesar de su constante empeño por lo contrario, no era bienvenido en el FPÖ y que, naturalmente, ni por pienso, se contaba con él para encabezar ningún tipo de candidatura y más desde que todo el asunto del vídeo de Ibiza y todo el asunto del uso que había hecho del dinero del partido, estaba sub iudice.

A partir de ese momento, la actitud de Strache ha sido una montaña rusa que ha ido desde la humildad, pasando por el „kamikazismo“ (publicar fotos en sus redes sociales en donde se le veía reunido con Stronach) hasta la chulería más palmaria, cuando poco tiempo más tarde se ofreció a reparar el roto en los resultados electorales del FPÖ presentándose él mismo a la alcaldía de Viena.

Puede conjeturarse razonablemente que este último paso llevó a sus antiguos amigos a decir aquello de „se acabó la tontería“ y a atacarle con artillería pesada. Muy pesada.

De unos días a esta parte desayunamos cada día con una noticia (parece que cuanto más risible mejor) de cosas que Strache hizo en sus tiempos como cabeza de la ultraderecha austriaca.

Parece que alguien, con tenacidad, con un rencor frío y meticuloso que solo puede nacer de donde antes ha habido amor, quiere destruir la reputación de Strache, ya que no puede destruirle a él como persona. Aún a costa de hacer pedazos incluso la precaria ficción de seriedad que el votante medio de ultraderecha espera de su partido.

En esta guerra cruel, sorda, también hay víctimas colaterales. Como suele suceder en las rupturas, todas las personas que están en las cercanías del „malo“ están también en el punto de mira. Tal es el caso de Johan Gudenus, quién sabe si como escarmiento.

Mientras tanto, todo el país asiste atónito a la batalla, debatiéndose entre la risa y la vergúenza ajena.


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