Dos preguntas

Secretos, escaramuzas, debates acalorados y provocados de forma interesada. Los porqués y los cómos.

8 de Diciembre.- Anoche un lector me preguntó a propósito de la marcha de las negociaciones entre conservadores y verdes al objeto de la formación de un Gobierno estable para Esta Pequeña (manque salada) República.

Le llamaba la atención que estuviera yo dedicando tan poco espacio a un tema tan importante y, sobre todo, tan sabrosón.

También le llamaba la atención, y así me lo dijo, que dos fuerzas políticas que, en principio, tenían tan poco en común, hubieran llegado siquiera a sentarse con el propósito de intentar llegar a algún pacto. Sobre todo teniendo presente las duquitas que está pasando el presidente en funciones del Gobierno español, Pedro Sánchez, para lo mismo.

La respuesta a la primera cuestión es más o menos fácil. Lo cierto es que a mi juicio con muy buen criterio, una de las condiciones que verdes y conservadores pactaron a la hora de sentarse a negociar es que las deliberaciones se mantuvieran en secreto. Naturalmente, mantener un secreto en el que estén implicados más de dos es muy difícil. Sin embargo, hay que decir que están trascendiendo muy pocos detalles concretos, lo cual ha tenido dos efectos fundamentales: por un lado, ha aumentado la impaciencia de la gente por saber qué está pasando y, por otro,con la impaciencia han aumentado las filtraciones (algunas seguramente supuestas, algunas seguramente inventadas).

Estas filtraciones, como no podía ser de otro modo, han sido publicadas sobre todo por los medios dirigidos a las capas de la población con un curriculum académico más justito. Se habla de ministerios, de nuevas labores para los antiguos ministros; se ha hablado incluso de una toma de posesión del nuevo gabinete para el 16 de Diciembre. Y tanto se ha hablado, dando por atado y bien atado lo que supuestamente aún no lo está, que los Verdes se han quejado porque han visto en la insistente rumorología una supuesta maniobra de los conservadores dirigida a forzar un pacto de legislatura sobre el que los Verdes aún no las tienen todas consigo.

Obviamente, los ecologistas no quieren que se dé su aquiescencia por supuesta y, de cara a su electorado, quieren evitar por todos los medios la sensación de que han vendido su apoyo más barato de lo que hubieran necesitado.

Los conservadores se han mostrado entre indignados y sorprendidos de las acusaciones de haber filtrado interesadamente detalles de las reuniones, en tanto que los verdes, como si quisieran echar un jarro de agua fría sobre los que ya daban por vendida la piel del oso, han dicho que, por lo que a ellos respecta, la cosa está a un „fifty-fifty“ o sea que lo mismo puede haber Gobierno que no. Veremos a ver qué pasa.

En cuanto a la segunda pregunta de mi amable lector, o sea por qué Kurz está pudiendo hacer con relativa (solo relativa) facilidad lo que a Sánchez le está costando más que a un ciclista la subida al Tourmalet, probablemente no haya una respuesta simple, sino una combinación de factores.

En principio, conviene recordar una cosa obvia, y es que Austria no es España.

Entre las situaciones de los dos países median universos de distancia. En Austria, en estos momentos, aunque insuficiente, hay una mayoría clara. Muy clara. De la que todo el mundo, además, es consciente. A pesar de ser mozo y bien plantado, Sánchez está muy lejos de ser el niño bonito de la política española en el mismo sentido en que lo es Kurz. En estos momentos, Sebastian Kurz no tiene frente a él una oposición que pueda hacer peligrar su posición, en tanto que Pedro Sánchez está nadando en tanga por una piscina llena de tiburones hambrientos.

Además, si algo ha quedado demostrado en estos últimos meses, es que el edificio institucional austriaco es de una solidez que los españoles haríamos fenomenal envidiando. A cualquiera con dos dedos de frente se le abrirían las carnes al pensar qué pasaría si una bomba de la potencia del escándalo de Ibiza estallase en España en pleno centro del sistema.

España, en cambio, pasa por un momento en el que (de manera natural y por debates provocados artificialemente) todo se está poniendo en cuestión. Todo. Hasta lo que funciona.

Y ya que mencionamos los debates caldeados artificialmente, en Austria, al contrario de lo que sucede en España, no existen unos medios de comunicación que necesiten tan salvajemente que el conflicto político no se detenga, so pena de tener serios problemas económicos.

Digámoslo de una vez: en España hay más cadenas de televisión de lo que la publicidad puede sostener. Y este hecho tiene unas consecuencias definitivas y crudelísimas en la estabilidad del país. Por pura necesidad, los medios de comunicación españoles son pirómanos que, por un lado, dicen que el fuego se tiene que apagar y por otro corren a echar gasolina en los puntos en los que ese fuego empieza a languidecer.

Sin temor a exagerar, los sueldos de cientos de personas entre tertulianos, periodistas (de más o menos medio pelo), personal técnico y cargos más o menos políticos (directores de televisión, jefes de informativos) dependen de que Pedro Sánchez no forme Gobierno o de que se recrudezca el conflicto catalán.

La crispación es azuzada, interesadamente, por cadenas de televisión que utilizan para la información relacionada con la política los mismos métodos que utilizan para hablar de fútbol. Con la diferencia de que el fútbol es una cosa sin mayor transcendencia.

Este factor falta casi completamente en Austria, o tiene un papel muchísimo más marginal.

En Austria, por ejemplo, no existe esa metástasis que son las tertulias, que se retroalimentan de las redes sociales, creando una sensación de tensión y pánico constantes en la audiencia. Yo estoy convencido de que bastaría con eliminarlas de la programación y con reconducir la información política a su espacio natural para que la crispación de la política española fuera perdiendo gas de forma rápida. Naturalmente, desde el punto de vista empresarial a nadie le interesa esto, porque las tertulias son lo más barato que puede utilizar una televisión para rellenar horas de programación, lo cual en un mercado que sufre las consecuencias de una audiencia que está migrando a los medios de pago por internet, resulta fundamental para que las empresas audiovisuales puedan ser medianamente viables.


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