Con un poquito de leche y miel

El coronavirus de Wuhan ha llegado a las puertas de Centroeuropa. „Sin encambio“ no hay motivos para el pánico (dice el Gobierno).

23 de Febrero.- En un mundo, como el nuestro, tan interconectado, el asunto del coronavirus ha ido pasando por fases. Empezó siendo una cosa exótica que a nosotros no nos iba a llegar nunca. En aquel primer estadio, la cosa tenía incluso sus tintes racistas. Oías a la gente decir:

-Si es que son unos guarros y luego les pasa lo que les pasa ¿Ves? Nosotros no comemos murciélagos y por eso, mira lo sanos que estamos.

A partir de este punto, la conversación se bifurcaba. Por un lado estaban los que se acogían al tema „¿Qué es la cosa más extraña que has comido en tu vida?“ y ahí salían los que habían comido cocodrilo o serpiente (servidora) y los que habían comido insectos. Se abría el debate „pues los insectos, no saben a nada, a crujiente, a tostado, también comemos gambas que, si lo miras, en el fondo es lo mismo“.

Por otro lado, los racistas de verdad empezaban a glosar la cantidad de suciedad y de guarrería que habían visto en extremo oriente. De ahí se pasaba a hacer una teoría general a propósito de la superioridad de los europeos sobre los demás habitantes del planeta.

El siguiente estadio por el que pasó la conversación pública sobre el coronavirus fue, naturalmente, el de la broma.

Es interesante. Naturalmente, se bromea con aquellas cosas de las que uno tiene la necesidad de defenderse.

¿Estornudaba uno en una habitación? „!Ya está aquí el coronavirus! ¿Qué hago? ¿Me pongo en cuarentena?“. Cosas así.

Luego, nuestra vida cotidiana y profesional empezó a toparse con obstáculos imprevistos. De pronto, tales o cuales mercancías que venían de extremo oriente dejaron de venir. Aclaro: no es porque no las produzcan, sino porque no hay contenedores para traerlas: el mecanismo es el siguiente: los mercantes no llevan las mercancías sueltas, sino que las llevan en contenedores; el mecanismo de los contenedores es igual que el de las botellas retornables. O sea, cuando se vacían las mercancías que van de Europa a Asia en el puerto de destino, se vuelven a cargar en los barcos cargados con otras cosas -en este caso, bienes que se llevan de Asia a Europa-; con esto del coronavirus, los barcos que van cargados de mercancías europeas llegan a Asia pero, como no hay quien los descargue, porque los operarios de los puertos no trabajan por las medidas en cuarentena, no vuelven los contenedores cargados con cosas que necesitamos aquí. De manera que si la situación se prolonga, es bastante probable que pronto empecemos a tener problemas de suministros de determinadas cosas que se fabrican en Asia.

Tras esto, ha llegado la noticia de que el coronavirus está en Italia. Más en concreto en el norte de Italia.

O sea, en términos epidemiológicos, en la puerta de nuestra casa. A los austriacos está empezando a entrarles una cierta intranquilidad.

Naturalmente, no cuentan con la facilidad con la que cuentan los españoles, que tienen a su disposición una batería de medios que, por puro afán crematístico, para aumentar la audiencia, están dedicándose a crear una sensación de alerta que, en opinión de este articulista, está completamente fuera de lógica.

Hoy, el ministro del interior austriaco ha comparecido ante la prensa para explicar que, si bien la situación es seria, de ningún modo hay razones para el pánico y que la situación está bajo control, que el Gobierno tiene ya previstos todos los escenarios que podrían darse y que van desde el „esto con un poquito de leche con miel se arregla“ al „Sálvese quien pueda vamos a morir todos“.

Que de momento, la gente debería plantearse que lo de viajar a las zonas en que la gente está contagiada…Pues que no. Pero que con un poco de sentido común pues tampoco deberían pasar catástrofes mayores.

Pura racionalidad centroeuropea. O sea, que de momento estamos en la fase „esto, con un poquito de leche y miel se arregla“.


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