Catarrus vulgaris

Hoy, en Viena, hemos ido de susto en susto. Menos mal que se ha quedado solo en eso, en el susto.

26 de Febrero.- Ayer no fue el día de Klaus Schönherr. El pobre hombre trabaja en la ORF y, como ayer se descubrieron dos casos de corona virus en Innsbruck (la recepcionista italiana de un hotel y su pareja) allí que le mandaron a que cubriera la noticia.

Allí estaba él con su micro, tan bien plantado, el hotel acordonado por la polizei como si la funcionaria asesina hubiera recordado de pronto lo que hacer con su sierra eléctrica. Le dan paso desde el estudio, la presentadora le pregunta « Klaus, bonico, dinos lo que nos tengas que decir » y el hombre empieza a contar que ya hay médicos haciendoles leche con miel y limón a los afectados y que el hotel está cerrado a cal y canto para que no se puedan extender vapores mefíticos por Innsbruck y su provincia. Y que del hotel no se puede salir ni tampoco se puede entrar. Y justo en este momento, mientras el hombre está explicando esta cuestión, del establecimiento salió un caballero y, tan pichi, se montó en un monopatín y se perdió entre las calles de Innsbruck (¿Miasmas ? !Eso yo, nunca !).

En fin : durante un momento ha parecido que el momento tan temido había llegado y con él, el coronavirus (o corona virus, o Corona Virus o coronavirus). La maestra de un colegio del distrito ocho, que había estado de vacaciones en Italia, había empezado a sentirse mal.

-Ay, chica, qué mala estoy.

-¿Qué te pasa, Janelore ?

-Pues nada, hija, una fiebre, una tos, un moqueo, un vivir sin vivir en mí…Que tan alta vida espero que muero porque…

-Ay, Janelore, aléjate de mí o de « migo » que lo que yo creo que tienes es un coronavirus de esos.

La mujer lo comentó con su médico, el cual ipsofactamente alertó a las autoridades y se formó la correspondiente jarana.

El colegio fue acordonado por las fuerzas del orden –esperemos que un poco más efectivamente que el hotel de Innsbruck- y se le hicieron pruebas a la docente. Mientras tanto, padres y madres alarmados se personaron en el centro educativo para salvar a sus críos de las garras de la amenaza fatal. « Sin encambio », como dijo el clásico, las autoridades no les dejaron llevarse a los niöos.

– !Los niños son de los padres ! –dijo una señora de corte tradicionalista.

– Y vuelta la mula al trigo. Que no le damos a su Hansi, señora, no vaya a ser que esté infectado del virus mortal venido de oriente.

– !Los niños tienn pene y las niñas tienen vulva !

Y el policía, mosca :

-¿Y eso, señora ? Qué tendrá que ver ?

-Por si acaso, que usted parece de esos de la ideología de género.

-Ande, quite, quite y mantenga la calma.

Al final, la cosa fue una falsa alarma y la profesora tenía un catarro normalucho.

-Pues vaya, ni va a haber muertos, ni nada. Yo, que ya estaba preparada para lo peor.

De todas maneras, la minicrisis del coronavirus vienés ha servido para que Herbert Kickl haya encontrado otra oportunidad para hacer el mal (el pobre, lo echa tanto de menos). Desde la lóbrega cueva en la que inventa sus maquinaciones ha pedido que se ponga en cuarentena a todos los inmigrantes ilegales (según él, todos), porque cualquiera sabe, igual han sido ellos los que han traido el virus a Austria y no lo sabe nadie.

Mientras lo decía, acariciaba un gato que tenía en el regazo.


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