¿De vuelta a la situación de 2015?

Camuflada bajo la atención mediática al coronavirus hay una noticia mucho más importante. Sobre todo en el largo plazo.

1 de Marzo.- A finales del verano de 2015 empezaron a llegar refugiados sirios a Austria. Las reacciones de incredulidad fueron un poco como las que ha provocado el coronavirus. Si bien la guerra en Siria había empezado muchísimo antes, los europeos no nos dimos por enterados hasta que empezaron a llegar gentes mensajeras del horror primero a las fronteras exteriores de la Unión y luego hasta el mismo corazón de Europa.

El ser humano reacciona por proximidad. Mientras la guerra de Siria fue una cosa lejana se mantuvo en el imaginario colectivo como una cosa abstracta, pero claro, las gentes que llenaban las carreteras, que llegaron hasta la misma Westbahnhof de Viena, eran evidencias imposibles de negar. La presencia física de los refugiados supuso un factor considerable de distorsión no solo en la política austriaca, sino en la Europea en general. La torrentera de noticias falsas y de racismo asqueroso que trajo consigo la llegada de los refugiados está detrás, seguramente, de una parte del ascenso de las extremas derechas europeas (Italia, Austria, Alemania, la ultraderecha española menos). Casi cinco años después de esa primera oleada de refugiados, esas ultraderechas han corrido una suerte desigual.

En Alemania, las fuerzas políticas tradicionales están intentando todavía acostumbrarse a la nueva realidad. En Austria, el escándalo de Ibiza ha dejado a la extrema derecha, de momento, fuera de combate. En Italia, la evolución de la ultraderecha es difícil de dilucidar en el movido devenir político del país desde el final de la segunda guerra mundial. Y en cuanto a España, lamentablemente, una vez presente en las instituciones, no parece que la extrema derecha haya alcanzado todavía su techo de crecimiento.

Y a pesar de todo, suele olvidarse que, según las cifras más fiables, a Europa llegó solamente una fracción minoritaria del número total de desplazados por la guerra de Siria. En concreto, más o menos 843.000 personas, repartidas por los destinos principales de la Unión Europea más Suiza y Noruega. Casi un millón de personas están en Líbano, algo más de medio millón en Jordania y tres millones y medio de personas se encuentran en Turquía.

En 2016 la Unión Europea firmó un pacto con Turquía al objeto de tener bajo control su patio trasero, esto es, Turquía, y tratar de „desinflamar“ la cuestión de los refugiados. La Unión Europea devolvía a los refugiados a territorio turco y, a cambio, se comprometía a aportar 6.000 millones de Euros para su manutención.

Por cada sirio retornado a Turquía, la Unión se comprometía a aceptar a otro para reasentarlo. Turquía se comprometía también a controlar las rutas de las mafias que pasaban por su territorio.

El viernes, Turquía anunció que rompía el pacto unilateralmente y que dejaría de contener el paso de refugiados sirios hacia las fronteras exteriores de la UE.

Estaba claro que era cuestión de tiempo que Turquía rompiese el pacto. Por muchas razones. Principalmente porque el Gobierno de Ankara utiliza la cuestión de los refugiados y su tensa relación con la Unión Europea, para tapar problemas de política interior. Naturalmente, también, porque en esta cuestión la Unión Europea se encuentra en la posición negociadora débil. Los refugiados, como ha quedado demostrado en el pasado, son un tema muy delicado con un potencial explosivo muy alto para la política interior de países que son muy importantes en los equilibrios de poder de la Unión, particularmente en las siempre tensas relaciones entre la Europa rica y los llamados países del grupo de Visegrado.

Detrás tanto de Turquía como de los países del grupo de Visegrado también se encuentra la Rusia de Putin. En el marco del juego geopolítico de Rusia, Siria representa una pieza fundamental por muchas razones. Quizá no es la menor que Rusia puede utilizar las consecuencias de la guerra Rusia como palanca para debilitar la posición de la Unión Europea (particularmente en su cohesión interna y como una manera de atraer a su esfera de influencia a los antiguos países del pacto de Varsovia, hoy sumidos en el ulraconservadurismo y la deriva nacionalista), también porque la guerra de Siria se ha convertido en un fantástico banco de pruebas para la industria armamentística rusa.

Es lógico: si uno fabrica latas de sardinas, le interesa que la gente coma cuantas más sardinas mejor. Si uno fabrica bombas, necesitará un „bombódromo“ y ese bombódromo, actualmente, es Siria. Pero cuando Putin afile el cuchillo ese bombódromo puede ser otro. Dios no lo quiera, alguna parte del territorio de la Unión.

De momento, y según parece, Erdogan está asustando a la Unión inflando las cifras de la gente que está llegando a la frontera con Grecia. El mensaje está claro. Los turcos piden más dinero de la Unión y amenazan con dejar pasar a los refugiados. La mayoría mujeres y niños, usados sin entrañas como moneda de cambio.

¿Cómo afecta esto a Austria? El canciller Kurz de momento ha anunciado su intención de cerrar las fronteras del país en el caso de que fracasase la labor de Frontex, la agencia que defiende las fronteras exteriores de la Unión. También es un gesto de cara al interior. Durante las próximas semanas y dependiendo de la evolución de este asunto, probablemente hablaremos de esto más que del coronavirus.
Y si no, al tiempo.


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