Hitler en Viena (3)

Las mujeres de la familia Hitler no tuvieron nunca demasiada suerte. Ni Klara, la madre, ni Paula, la hermana. La tragedia o la oscuridad las persiguieron.

EN EPISODIOS ANTERIOES: Alois Hitler, funcionario jubilado, muere de un colapso. Es un hombre con una historia familiar algo complicada.

1 de Junio.- Klara Pölzl cambió su apellido el día 17 de enero de 1885, cuando se casó con su primo carnal Alois Hitler. Estaba embarazada del que sería el primer hijo de la pareja, Gustav, que nació en mayo de aquel año.

Quizá por la gran diferencia de edad entre los novios o por su carácter, más bien silencioso y sumiso, Klara Hitler tardó muchísimo en hacerse a la idea de que, de criada, había pasado a ser la señora de la casa y, a todos los efectos, la esposa de un oficial de aduanas.

Según personas que trataron a la pareja, la madre de Hitler se dirigió siempre a su marido llamándole “tío Alois” y, al quedar viuda, pasó de depender del juicio de su marido al juicio del que, a partir de entonces, se convirtió en “el hombre de su casa”, su hijo Adolf.

Tampoco debió de ayudar que Klara Hitler no tuvo demasiadas razones para la felicidad. Su primer hijo, Gustav, vivió un poco menos de dos años, y falleció en 1887. La misma suerte corrieron los otros dos hermanos mayores de Adolf Hitler, Ida, que nació en 1886 y murió en 1888 y Otto Hitler, que no vivió el pobrecito ni un año.

Probablemente estas pérdidas supusieron que, cuando nació el cuarto hijo de la pareja, Adolf, el 20 de Abril de 1889, a las seis y media de la tarde, Klara se concentrase en proteger a su hijo y, durante toda su vida, no fue capaz de negarle nada. Como sucederá, pronto en esta historia, cuando Adolf Hitler se empeñe en irse a Viena.

Cinco años después de que naciese Adolf Hitler nació su hermano Edmund, que solo vivió seis años y, por último, Paula, que murió en los años sesenta del siglo pasado.

Aunque sea adelantarse un poco en nuestra historia, Adolf Hitler, una vez murió su madre Klara, mientras él estaba en Viena, mantuvo poca o nula relación con su familia (salvo con su sobrina Geli Raubal, también la protagonista de un turbio episodio incestuoso de la biografía de Hitler que no trataremos en esta serie).

Con su hermana Paula esta relación fue quizá algo menos esporádica, sin embargo. Paula Hitler nunca estuvo cerca de la esfera de poder de su hermano, ni ambicionó otra vida que la que llevó, de empleada en puestos subalternos vinculados a labores administrativas.

De hecho, el apellido Hitler le causó a Paula no pocos problemas.

En 1930, por ejemplo, fue despedida de una empresa aseguradora de Viena en la que trabajaba (Uniqa, que aún existe), al descubrirse su vinculación con el que, ya para entonces, era una figura controvertida y prominente de la política del ámbito de habla alemana. Fue en ese momento en el que su hermano, dándole una compensación económica por la pérdida de su trabajo, le sugirió que se cambiase el apellido Hitler por el de Wolf (faltaban todavía unos años para la anexión de Austria por parte de Alemania) y fue idea de Paula Hitler añadir “Frau” a su nombre, como si el cambio de apellido se debiese a una boda.

Todos los años, Paula Hitler le escribía una carta a su hermano por su cumpleaños, la cual él respondía con una nota corta de agradecimiento y con un paquete en el que sus secretarias ponían cosas que Adolf Hitler había recibido de otros, como por ejemplo jamón de jabugo que le enviaban de España.

Este magro contacto cesó definitivamente a partir de 1941.

Paula Hitler/ Wolf, fue propietaria de una casita en la Wachau y de un pequeño apartamento de dos habitaciones en Viena. Ambos le fueron expropiados por los rusos cuando terminó la guerra, y nunca le fueron devueltos.

Adolf Hitler en 1901 cuando, seguramente, ya se le pasaba por la cabeza invadir Polonia (Wikipedia)

Tras todos estos antecedentes ya estamos en condiciones de fijarnos en el chavalillo hosco, delgaducho y de grandes ojos azules el cual, durante gran parte de su vida tuvo una fe en sí mismo y en sus capacidades que la realidad desmentía tercamente.

El día 3 de Enero de 1903, Adolf Hitler está matriculado, siguiendo los deseos de su padre en la Realschule de Linz, en donde los profesores luchan (inutilmente, como luego se demostrará) por convertirle en algo parecido al embrión de un funcionario de carrera. Todo indica que, mientras había estado estudiando en la escuela primaria de Leonding, Adolf Hitler había sido más o menos feliz. De hecho, hay una foto de infancia del futuro dictador en la que, probablemente copiando una de las poses de su padre, mira serio a la cámara. Cuando Alois Hitler se jubiló e impuso su decisión de que Adolf Hitler fuera a la Realschule de Linz, sin embargo, sus notas se desplomaron. Hitler no era, al contrario de lo que su padre pensaba, un chaval de pocas entendederas, pero sí que era incapaz (lo sería toda su vida) de cualquier esfuerzo sistemático o de afrontar molestias o incomodidades.

Además, para aquella época, había descubierto una vocación que le parecía que le redimiría de tener que trabajar: el arte. Bueno, el arte, no. El Arte. La puerta a una vida de vagancia.

(Continuará)


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