Adolf Hitler en Viena (6)

En Enero de 1906, Adolf Hitler puso pie por primera vez en la ciudad que terminaría odiando de manera patológica. Tardó bastante en volver, pero no fue por falta de ganas.

En episodios anteriores : Alois Hitler muere de un colapso. Un hombre con una vida complicada. Las mujeres de la familia Hitler. Adolf Hitler, el NiNi. Un muerto de hambre

4 de Junio.- Uno de los signos más evidentes de que uno está delante de un psicópata es su búsqueda constante de estímulos y, con ellos, de emociones.

La gente tiende a imaginarse la cabeza de un psicópata como un sitio en el que todo el mal tiene su acomodo. Pero no es así. La mente de un psicópata es un sitio frío y desierto que está separado del resto del mundo por un cristal muy grueso que deja pasar las imágenes, los ruidos del mundo exterior, pero que no deja llegar el calor. El psicópata busca todo el rato ese calor sin encontrarlo y se angustia. Pronto sin embargo encuentra que, en determinadas situaciones, esa falta de sentimientos, de eco emocional de las propias acciones en su interior le puede ser útil. Por ejemplo, para manipular a los demás según los propios fines sin sentirse culpable.

El psicópata no es un loco, sin embargo. Todos los psicópatas saben que les falta algo que los demás -nosotros- tenemos. Y por eso fingen. Fingen, por ejemplo, interés. Fingen amor. Fingen arrepentimiento (si ven amenazada su propensión al propio placer a causa, por ejemplo, de una condena judicial).

Por todo lo anterior, un psicópata tolera mal la frustración, que se le contraríe, que la realidad no siga el patrón que ellos han diseñado en su cabeza y que conlleva su propio placer.

Si uno observa los avatares de Hitler durante esta primera etapa de su vida, no hace falta ser muy listo para leer entre líneas y ver, aquí y allá, los rasgos definitorios de un psicópata.

Por ejemplo, Hitler convenció a su madre, Klara, para que le comprase un piano (la situación económica de la familia Hitler era cómoda pero, desde el momento en que tenía que admitir huéspedes en su casa no debía de ser para nada espléndida). Naturalmente, Hitler no pensó nada de eso. Con el piano, vino un profesor. Hitler tomó las primeras clases como si le fuera la vida en ello pero, a la altura del primer o el segundo mes, cuando llegó la parte aburrida del piano -las escalas, los ejercicios de dedos- Hitler empezó a frustarse y apenas un par de semanas después, abandonó. Seguramente Hitler había pensado que, para ser un concertista famoso, bastaba con comprar un piano. Sin embargo, pronto, al tener que enfrentarse con la dura realidad de un trabajo sistemático, con la rutina, volvió el frío a su interior.

En enero de 1906 Hitler pisó Viena por primera vez y de nuevo la caverna fría y silenciosa de su interior debió de iluminarse por unos días.

Adolf Hitler quedó deslumbrado por la que, en aquel momento, era una de las ciudades más elegantes y modernas del mundo. Esa ciudad en la que, como hoy, un sólido lujo (conservador, como todos los lujos) se aunaba con una enorme belleza. Hitler, eso sí, no tuvo ojos para las enormes tensiones que iban a desgajar el viejo árbol de la monarquía bicéfala pocos años más tarde. Él solo vio los augustos edificios, las luces, que le impresionaron „como la magia de las mil y una noches“.

Tiempo después, aprendió a odiar la ciudad patológicamente, considerándola una moderna abilonia que solo confirmaba sus prejuicios antisemitas, pero en aquel primer viaje sintió que el artista que había en él había encontrado su sitio.

Estuvo en el Burgtheater y en la Ópera (entonces Hofoper) y estuvo viendo Tristán y el Buque Fantasma.B Describió sus impresiones a August -Gustl- Kubicek, el hijo de un decorador de Linz que fue su único amigo durante muchos años (en gran parte porque Kubicek era un chico sumiso y de buena índole que nunca le llevaba la contraria y que escuchaba sin rechistar las horrorosas chapas que Hitler le daba a propósito de una gran variedad de temas, sobre los que el futuro dictador, como cualquier comentarista de forocoches, disertaba sin tener ni idea).

Gustl Kubicek es, de hecho, la única o una de las pocas fuentes que los historiadores tienen para reconstruir cómo era Hitler en esta primera época de su vida, cuando no era más que un pobre diablo cargado de fantasías.

Hitler, como haría después, se dio la gran vida en Viena durante quince días de aquel enero de 1906 pero luego volvió a Linz y tardó casi un año y medio en volver. No está muy claro por qué tardó tanto en presentarse a las pruebas de acceso de la Academia de Bellas Artes.

Puede ser que fuese porque Klara Hitler enfermó y, a partir de Enero de 1907 su situación fue empeorando cada vez más. O puede ser también que fuese por miedo, porque algo le decía que ingresar en la Facultad de Bellas Artes era tanto como ingresar en la Vida Adulta y, quizá, alejarse de la vida de caprichos y vagancia que había llevado desde que había dejado el colegio.

(Continuará)

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