Thiem , Djokovic y el deporte rey

Un tenista austriaco y un colega serbio decidieron hacerse un homenaje. Puede salirles caro.

25 de Junio.- Para la mayoría de la gente la adolescencia es una época rara. Para los chicos en particular, es una época que se asocia con grados de evolución heterogéneos. Es como si el cuerpo se te desarrollase antes que la mente. Quizá de ahí venga esa sensación de extrañeza que hace que muchos chicos, en cuanto empiezan a tener que afeitarse, sientan que les han echado del edén.

Para mí, sin embargo, no fue así.

Para mí la adolescencia fue entrar en un periodo de placidez. Y una de las razones fue que descubrí que yo también podía hacer deporte. Es más: que había más deportes aparte del fútbol.

En España, en los ochenta, época de mi niñez, si no te gustaba el fútbol no eras nadie. Y a mí no solo no me gustaba, sino que además era -soy- malísimo (sobre todo comparado con mi hermano, que siempre fue muy buen futbolista).

Pero es que además, mi pobre padre, con la mejor intención, para intentar evitarme la exclusión social, se emperró en que a mí me gustase jugar a aquello y en que, por lo menos „supiese darle una patada a un bote“ (ni que decir tiene que los botes siguen sin tener nada que temer de mí).

De manera que durante toda mi niñez no solo tuve que soportar el ser un cero a la izquierda socialmente hablando (es más: lo aceptaba como un hecho irremediable) sino que además tuve que enfrentarme a la evidencia de que, por más que mi pobre padre insistiera, tanto su insistencia como mi voluntad serían perfectamente inútiles (en esto, como en todo, mi falta de cualidades y mi falta de placer se retroalimentaban, como suele pasar).

De todas formas, mi falta de aptitudes para el (puto) deporte rey (de los cojones) me enseñó muchísimo de la vida y no le guardo absolutamente ningún rencor a mi pobre padre por haber intentado hacer de mi un Platini o  un Hugo Sánchez.

Repito: con la mejor intención.

Tiempo después, cuando daba clases y topaba con un chaval de esos a los que la letra no les entra ni con sangre, me acordaba de mis fatigas con el balón y me hacía una idea de lo que pasaba por la cabeza y por la tripa del pobre chico que tenía atragantado el francés, o la biología o cualquier otra cosa. Y trataba, sobre todo, de intentar hacerle entender lo que yo comprendí cuando llegué a la adolescencia: o sea, que hay vida más allá del fútbol y que lo más importante no es jugar bien, sino divertirse jugando. Y que cuando consigues divertirte, lo demás sale solo.

De todas maneras, el haber observado el deporte desde la distancia durante este periodo que es tan importante en la formación del carácter de una persona, hizo que fuera inmune a ese efecto halo que hace que mucha gente piense que, pongamos por caso, Nadal (una de las personas más coñazo sobre la faz de esta tierra, solo superada probablemente por Emilio Butragueño o por Cristiano Ronaldo) es alguien sobrehumano solo porque es bueno jugando (!Jugando!) al tenis. Es más: me hizo ver que en el deporte son más los Maradonas que los Michael Robinson.

(Si el lector ha llegado a la misma conclusión, le sugiero que no divulgue muy alto este secreto, porque se va a enfrentar a la incomprensión del mundo).

Todo esto viene a cuento porque dos tenistas, uno de ellos austriaco, Dominic Thiem, el otro era Novak Djokovic, el número uno del mundo, se dieron un homenaje y estuvieron haciendo un tour por Serbia. Un tour que, como todo el mundo sabía (menos ellos, por lo visto) era no solo temerario, sino además perfectamente supérfluo desde todos los puntos de vista. Pero había por allí un montón de fanes y fanas, de esos que piensan que las cualidades de los brazos de los tenistas pueden hacerse extensibles a su caudal neuronal. Fanes y fanas que no solo los sobaron a modo (quizá queriendo contagiarse de sus supuestas cualidades) sino que también se fueron de fiesta con ellos, ignorando cualquier medida de seguridad. Al fin y al cabo, los dioses no tienen nada que temer.

Novak Djokovic ha dado positivo al coronavirus, lo mismo que otras cuatro personas (y los que vendrán). Dominic Thiem se ha disculpado (por Instagram) a propósito de su comportamiento y ha dicho que ha fallado en su deber de ejemplaridad (!!!) pero uno sospecha que solo lo ha hecho por los patrocinadores.

Al fin y al cabo los dioses necesitan, como los humanos, euros con los que pagarse el néctar y la ambrosía.


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