Coronología (1): el miedo

Hoy ha habido más de cien casos en Austria (otra vez); a lo mejor igual es tiempo de reflexionar sobre todo esto. O sea, sobre todo. Esto.

4 de Julio.- Hoy se han registrado en Austria, de nuevo, más de cien contagios. Muchos de ellos en Viena. El Ministro Anschober, sin embargo, y al contrario de lo que ha sucedido en estos días pasados, ha intentado tranquilizar a la población.

Es cierto, ha venido a decir, que las cifras parecen subir otra vez. Sin embargo, de momento no podemos hablar de una „segunda ola“ sino tan solo de perturbaciones lógicas en la curva. Ha esperado, sin embargo, que las perturbaciones hagan tomar conciencia a la gente a propósito del peligro.

Según Anschober, la gente, nosotros, hemos perdido la percepción de que el peligro sigue ahí.

No estoy seguro de que sea solamente eso.

Todos los días les cuento a los lectores de Viena Directo las noticias que suceden („las noticias que importan“, como dice el lema que este blog ha tomado a partir de la pandemia) y quizá (mea culpa) la necesidad casi física de transmitir las noticias también hace que no entremos en hacer un ejercicio que es casi tan importante como saber lo que sucede. Reflexionar, tratar de pensar a propósito de lo que pasa y sacar consecuencias.

La crisis es tan grande, tan omnipresente, abarca tantos aspectos diferentes, que resulta muy difícilmente abarcable. Lo cual no significa que no sea interesante pensar en ella.

Yo me he dado cuenta de que elaboro lo que sucede cuando hablo todos los días por teléfono con mi madre.

El miedo: ese gran desconocido

Por ejemplo, ayer llegamos a la conclusión de que hay un ángulo de esta crisi que casi nadie ha examinado y es que podemos ver toda esta historia del coronavirus como un estudio de las reacciones del ser humano ante el miedo.

Lo mismo que una mascarilla (cómo la lleva la persona, el material, incluso si está presente o no) se puede describir muy bien a las personas por lo que el miedo las lleva a hacer cuando se presenta un evento tan grave, tan perturbador, como fue el estallido de la crisis en marzo pasado.

Ante una amenaza (y el coronavirus es una amenaza presente y constante, aún) hay una minoría de personas que adopta medidas de sentido común, que reaccionan de una manera más o menos racional e inteligente. Son los menos. Y también son los menos interesantes de observar, porque esta reacción controlada protege su vida de extorsiones mayores. Distancia de seguridad, máscara, lavado de manos y a otra cosa, mariposa. Son, de alguna manera, los espectadores de todos los demás, porque la manera en que está construida su percepción de la realidad les permite dar un paso atrás. Actúan con prudencia y su conducta se retroalimenta con la tranquila convicción de que están haciendo lo correcto.

En el polo opuesto están los que, ante la amenaza, reaccionan con cólera. Una cólera que tiene, como veremos, diferentes manifestaciones.

Una de esas manifestaciones es la de negarse a aceptar que lo que ha sucedido va a cambiar nuestra vida probablemente para siempre.

Sí. Para siempre. Aunque como luego diré, desgraciadamente, mucho menos de lo que sería necesario.

Estas personas quieren, a toda costa, que les devuelvan la vida que llevaban en febrero y la cólera al ver que eso es imposible, les lleva, por ejemplo, a empecinarse en no llevar mascarilla o a negar incluso la existencia de la amenaza.

De hecho, quizá llevados por poderes muy superiores a nosotros y que no podríamos influenciar nunca, estamos embarcados precisamente en eso: en intentar que el mundo vuelva a ser lo que era antes del coronavirus.

Los Gobiernos abren las fronteras e incentivan el turismo, se dan ayudas al consumo (especialmente a las industrias más potentes, como la automovilística), se nos incita a comprar, a salir, a gastar.

Cuando a lo mejor, lo que tendríamos que hacer sería si no exactamente lo contrario, sí otra cosa. Aprovechar que el daño ya está hecho, para hacernos preguntas que yo creo que son muy pertinentes. A saber:

¿Necesitamos realmente una industria turística? O mejor ¿Necesitamos una industria turística como la que había? Una industria que es, sin duda, una de las más contaminantes del planeta, que no nos enriquece como seres humanos o que, si nos enriquece, no es ese su objetivo.

¿Necesitamos viajar tanto? Ayer, dos amigos míos, cientificos ambos, hablaban de que el coronavirus ha demostrado hasta qué punto los congresos son inútiles. Uno de ellos dijo „nadie ha aprendido nada nuevo en un congreso desde Einstein“. Por otro lado, seguimos vendiendo como se vendía en el siglo XIX, yendo a casita de los clientes, montando ferias de muestras cuando las decisiones de compra (y más a ciertas escalas) no se toman ya en esos foros.

¿Necesitamos coches? ¿Necesitamos tantos coches? ¿De verdad? El cambio climático es muchísimo más inquietante que el coronavirus. En veinte años, va a empezar a provocar migraciones masivas y muertes. Países enteros van a desaparecer o van a ver mermado su territorio (y sus recursos). Vamos a tener problemas para conseguir comida. Repito ¿Necesitamos incentivar lo que está siendo el cáncer que va a terminar con nuestra civilización?

Todas estas preguntas se pueden englobar en una sola. Llevados por el miedo a lo desconocido, por una sensación de horror vacui basada en el mito (!Es solo un mito, y como tal reformable!) del crecimiento contínuo, del Producto Interior Bruto como medida de la eficiencia de un país ¿Necesitamos de verdad volver a febrero de 2020?


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