La austriaca (la pobre) y “la pastilla”

Hoy es el aniversario de la toma de la pastilla (digooo, de la bastilla) un acontecimiento que, sin una austriaca, no hubiera sido igual.

14 de Julio.- En París, tal día como hoy de 1789, a los chalecos amarillos de entonces (los famosos sans coulottes) se les hincharon las narices. Di que estaban dos galos limándose las uñas.

-Pierre.

-Dime Maurice.

-Que yo creo que ya es la heure.

-¿La heure, de quoi, mon vieux?

-De qué va a ser, hoy, que es catorce de Juillet y toca empezar la revolución francesa para que en el futuro pueda haber fuegos artificiaux este día.

-¿Con esta chaleur? Qué pereza.

-Venga, venga, no seas chien coge la antorcha y la horca que vamos a tomar la pastilla. Digooo…La Bastilla.

-Venga, va. Si no hay más remedio…

Y allá que se fueron.

La toma por parte del pueblo de París de la prisión real de la Bastilla precipitó el destino de una pobre mujer austriaca que, como decía Jaime de Mora y Aragón de su hermana, la beatísima reina Fabiola, había dejado Viena para irse a servir a Francia.

Estamos hablando, naturalmente, de Maria Antonieta, la que fue reina de los franceses hasta que estos decidieron primero, mandarla al paro y, después, al otro barrio.

Prácticamente desde el principio a la pobre Maria Antonia el papel de reina de Francia le vino bastante grande. Las crónicas la describen como a una mujer media, sobre cuya inteligencia ninguno de sus contemporáneos tuvo una gran opinión -empezando por su madre, la oronda emperatriz Maria Teresa-; la casaron a los catorce con otro, el futuro Luis XVI, que tampoco era lo que se dice un Richelieu. En otras circunstancias, lo cual en su caso quiere decir en momentos de más prosperidad económica, quizá Luis y su Toñi hubieran sido una pareja real mediocre, pero que hubiera muerto en la cama. Sin embargo, la crisis económica y, sobre todo, la explosión de lo que más tarde sería conocido como La Ilustración, hizo que su mundo saltara por los aires y que la onda expansiva se los llevara por delante a ella y al bobo de su marido (y esto no es criticar, es referir).

Dos meses y medio antes de su muerte Maria Antonieta fue encarcelada en la prisión de la Conciergerie, en París. Separada de sus hijos y viuda de su marido, al que un tribunal revolucionario había juzgado y condenado a muerte siete meses antes. Para ese momento, la ex reina de los franceses era una mujer tristísima, que ya solo esperaba una salida rápida a su calvario.

Los revolucionarios, como más tarde los bolcheviques, habían decidido dar ejemplo con la suerte de la reina viuda y la metieron en una celda mohosa y sucia. Estaba siempre bajo vigilancia de unos guardias que solo estaban separados de ella por una pantalla. Mediante sobornos y la clemencia de sus carceleros, al escueto mobiliario de su celda húmeda y sucia se añadieron algunas comodidades, como una silla y una olla.

Parece ser que también hubo algunos intentos de sacarla de la cárcel para llevarla a un lugar seguro (la famosa conspiración del clavel) pero fracasaron.

El 14 de Octubre de 1793 la sacaron de su celda y la llevaron a una primera sesión del juicio, la cual duró 15 horas, entre el día 15 y el 16 veinticuatro horas de juicio durante las cuales la acusaron de vida lujosa (y lujuriosa), de haber vivido a cuerpo de reina (nunca mejor dicho que en este caso) a costa de los franceses e, incluso, de haber tenido una relación incestuosa con su hijo, que en aquel momento tenía doce años.

A las cuatro de la mañana del día 16 de Octubre de 1793, se pronunció un veredicto que no le pilló por sorpresa a nadie: sería condenada a muerte.

A las once y media de la mañana la condujeron al cadalso. El verdugo le cortó la cabeza y luego se la mostró a la multitud enfervorecida. Estallaron los vítores y el ejecutor gritó: „Vive la Republique!“

Ultimamente, sobre todo a partir de la película de Sofia Coppola, se ha intentado dar a la figura de Maria Antonieta una lectura feminista que probablemente le hubiera puesto los pelos de gallina a la interesada. Una mujer como decíamos sin muchas lecturas y que, la mayor parte de su vida, utilizó la cabeza principalmente para llevar elaboradas pelucas y sombreros. Eso no es naturalmente motivo para decapitar a nadie pero cuando las revoluciones se desbordan ya se sabe, suelen terminar gobernándolas los más bestias (y claro, con los bestias no se puede hablar).

Para muestra, véase el trajín que se trae la gente últimamente con las estatuas.

Seguramente, cuando Maria Antonieta fue llevada a juicio sabía que el veredicto llevaba ya mucho tiempo escrito de antemano.

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