Capítulo 1: Don Jorge y su mujer maldita

En 1980 España era un país en vías de desarrollo (eso ponían los libros escolares) y no había muchos extranjeros. Mis abuelos toparon con uno.

¿Qué es todo esto? Quizá sería buena idea que leyeses este post

31 de Julio.- El primer personaje de esta historia se llama Don Jorge, pero estoy casi seguro de que no era su nombre de verdad.

Don Jorge, sin embargo, es la demostración de que esta falta de prejuicios de la que hablaba en el capítulo primero es cosa de familia. Más en concreto de mi abuela Alejandrina la cual saldrá también en estas páginas más tarde o más temprano.

Don Jorge es el primer personaje de esta serie porque fue el primer extranjero con el que tuve contacto en mi infancia. Y aparte de extranjero, musulmán, que ya era, a mis ojos, el colmo del exotismo (tardé casi treinta y cinco años en conocer a más practicantes de esa religión, y ya viviendo en Austria). Hay que tener en cuenta que España era, en 1980, un país « en vías de desarrollo » (eso ponía en mis libros del colegio) y, por lo tanto, muy poco atractivo para la inmigración

Por lo demás, la vida de Don Jorge es para mí un enigma ¿Cómo conocieron mis abuelos a un médico sirio que había llegado a España, a primeros de los ochenta, cargado con una tribu de chiquillos y con una mujer maldita ? (lo de la mujer maldita lo explico luego, no asustarse).

Pues la verdad es que no lo sé.

Solo se me ocurre pensar que mis abuelos, como hoy lo es su nieto, eran unas personas muy acogedoras a las que les encantaba la gente. Cuanto más exótica, mejor. Probablemente bastó que Don Jorge dijera algo así como que acababa de llegar a España desde la fascinante Siria, y que no conocía a nadie, para que mi abuela Alejandrina organizara una excursión a la Pedriza (creo que ha sido la única vez que he estado) y nos echara a jugar a mi hermano, a mí, y a los críos de Don Jorge.

Aquel día entre los pinos y el reseco monte madrileño, más bien inhóspito, yo debía de tener cinco o seis años, pero se me quedaron grabadas dos cosas. La primera, que el padre y los hijos (sin la mujer maldita) se retiraron en un momento algo intempestivo a rezar en un lugar apartado, entre los matojos (les observé de reojo, sin atreverme a acercarme) y luego, naturalmente, lo de la maldición.

Mientras las otras mujeres se afanaban en abrir las butacas plegables y en sacar la tortilla de patatas y los filetes de lomo de los táper, la mujer de Don Jorge lloraba todo el rato. Inconsolablemente. Y yo no le quitaba ojo de encima (disimuladamente, ya sabía que era de mala educación quedarse mirando a la gente con cara de pasmarote). Supongo que me llamó tanto la atención porque en aquella época yo no había visto llorar a ningún adulto. Las otras mujeres (mi madre, mi abuela, la mujer de mi tío Jose Manuel, que creo que también estaba aquel día) entre táper y táper, intentaban consolarla y distraerla. Sin mucho éxito. Aquella pobre lloraba a lágrima viva, sollozando, lanzando al cielo exclamaciones coránicas (supongo) y lamentándose (estaba a la vista) de su suerte perra.

Don Jorge no le hacía demasiado caso (igual se había acostumbrado o igual pensaba que si le hacía caso la otra lloraría más fuerte) pero a los demás (a mí, sobre todo) el asunto nos parecía bastante desasosegante. Mi madre le preguntó a mi abuela qué le pasaba a la pobre mujer aquella, y mi abuela, con ella presente (supongo que la siria no había aprendido castellano) se lo explicó con un aire misterioso :

-Cuando salieron de Siria, una vecina le echó una maldición. Le dijo que no volvería a ser feliz hasta que volviera.

Mi madre levantó las cejas y yo me asusté (en aquel momento creía en las maldiciones y en el componente mágico de la vida). Hoy, probablemente, hubiera pensado a) que la vecina tenía una mala leche del copón b) que aquello era un típico caso de profecía autoconclusiva y c) que a lo mejor, si aquella mujer se hubiera concentrado algo más en disfrutar de la sierra madrileña, lo mismo hubiera observado con sorpresa cómo la maldición se disolvía en el aire.

Aún hoy, cuarenta años más tarde, me sigo preguntando qué habrá sido de Don Jorge. Incluso cómo se llamaba de verdad. Quizá volvió a Siria (aunque solo fuera para operar de juanetes a la vecina que le había amargado a su mujer la vida y que luego pareciera un accidente). Quizá no. Quizá sus hijos se quedaron en España y hoy son médicos. Es imposible saberlo. Google no entiende de pseudónimos.


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