Capítulo 7: El milagro cotidiano

La primera persona creativa que yo conocí fue mi prima Yolanda. Era fascinante.

7 de Agosto.- Cuando yo tenía cinco o seis años, mi prima Yoli era mi prima favorita fundamentalmente porque sabía hacer milagros que estaban totalmente fuera de mi alcance.

Sus materiales eran un álbum de cromos de una colección que se llamaba Festival del Dibujo Animado (que fue la primera cosa que yo coleccioné, cada sobre costaba 2,5 pesetas, los céntimos debieron de desaparecer poco más tarde), un estuche que ella, incomprensiblemente, mantenía siempre tan nuevo como cuando lo sacó de la tienda, con los lápices siempre perfectamente afilados y hojas de papel.

Como ya sabe el lector, al haber nacido mi tele marca Frandcis con una insuficiencia genética (no funcionaba el UHF) y al sernos imposible ver los dibujos animados, mi hermano y yo nos bajábamos a casa de mis tíos (y, por lo tanto, de mi prima) a ver la programación infantil.

https://www.youtube.com/watch?v=BSL7AU7r-zM

Invariablemente, cada tarde, mi prima, que entonces debía de tener unos diez años, mientras en la pantalla la gata loca (crazy cat) recibía ladrillazos de su novio (el ratón Ignacio); o Superratón nos conminaba a hipervitaminarnos e hipermineralizarnos, elegía un cromo cualquiera (a ella, como era una chica, solían gustarle los personajes femeninos, como Penélope Glamour, de los autos locos) y luego, lo copiaba con cuidado (y, creo yo, con gran perfección).

Primero, hacía el dibujo a lápiz, después, cuando estaba contenta, repasaba las líneas de lápiz con un bolígrafo negro y, por último, coloreaba el resultado. Cada lápiz tenía su sitio asignado en el estuche y, como sucedía en el caso de mi amigo Jose Luis, era un gusto no solo ver surgir el dibujo del papel, sino también el orden con el que mi prima guardaba el instrumental.

Un día, mi abuelo Paco, que trabajaba en una imprenta y que, por lo tanto, tenía papel en casa (ya hablaré de estos pormenores) descubrió que si quería que su nieto mayor estuviese quieto (o, más difícil, callado) lo único que había que darme era un par de cuartillas y un instrumento que escribiera (solía ser un lápiz que era, del medio hacia un extremo rojo y del medio hacia el otro negro o azul). Me ponía un modelo, que solía ser la maqueta de la lancha en la que John Fidgerald Kennedy había sobrevivido a una batalla de la segunda guerra mundial y, hasta que no terminaba el dibujo, los adultos solían tener mucho tiempo de charlar tranquilamente.

Aquí me gustaría hablar por primera vez de algo que siempre me ha parecido muy curioso y es de las diferentes maneras en que cada cual enciende la chispa de la creatividad. O, mejor, de la manera que cada cual utiliza para entrar en ese flujo, tan parecido a coger el sueño, que lleva al inmenso bienestar que siente el que pinta o escribe o fotografía o lo que sea.

Al contrario de lo que le pasa a mi prima Yolanda, yo tengo que reconocer que, para empezar a escribir, necesito un poco de desorden. No mucho, pero el imprescindible y que donde mejor escribo es en sitios en donde haya un poco de ruido. La mayoría de los posts de Viena Directo, sobre todo los de los primeros diez años, se han escrito en el metro. Me compraba cuadernos, siempre cuadriculados, y ahí escribía los artículos.

Debido a esto, no me molestan para nada las interrupciones. Puede suceder que, por ejemplo, el metro llegue a una parada y yo me quede a mitad de una frase. No pasa nada. Siempre recuerdo en donde me había quedado y lo único que tengo que hacer es retomar el hilo.

Si por mí fuera, yo estaría todo el día escribiendo. Naturalmente, no puedo porque mi trabajo, mi familia u otras ocupaciones me impiden estar sentado delante del ordenador o del cuaderno. Sin embargo, se puede decir que escribir me ocupa todos los momentos. Incluso cuando estoy haciendo otras cosas. Siempre estoy atento a la idea que pasa volando, sopeso el orden de los párrafos, el patrón de los artículos, si hablaré de esto o de aquello De manera que, cuando me siento por fin (con la alegría de poder sentarme por fin). El artículo sale solo.

Por lo demás, no tengo manías. No necesito un ritual como otros amigos que escribe. No necesito un espacio concreto (!Si el lector supiera dónde se han escrito algunos posts de Viena Directo!) ni silencio, ni nada semejante. Los artículos suelen salirme rápidamente y no suelo tener que corregir mucho. Lo más eliminar alguna repetición.

Un amigo mío, periodista de Radio Nacional dice que me tiene mucha envidia porque (con perdón) escribo « como meo ».


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